Somos débiles y sumisos ante el poder y la fama. En presencia de una celebridad nos sentimos disminuidos y vacilantes. Y que resulte imposible evitarlo, es uno de los rasgos más distintivos y vergonzosos de nuestra psicología.
Narra la historia que después de que Luis XIV fuera operado de una fístula anal, la llamada l’opération du roi se convirtió en conversación obligada entre los franceses y en motivo de orgullo para cualquiera que padeciera de una de estas dolencias. Se cuenta que al menos 30 nobles sanos trataron de sobornar a sus médicos para que les operaran su derrier.
Las tonterías y extravagancias de los notables suscitan el aplauso y la ovación servil: las fantochadas desafiantes de Chávez son aplaudidas por sus camaradas, vestidos de rojo como el Comandante, mientras que sus enemigos celebran con entusiasmo el abusivo “¡Por qué no te callas!” del rey bobalicón en su pretensión anacrónica de gran soberano de las Indias Occidentales.
Y hasta las ocasionales lecciones de buen comportamiento del señor Presidente, impartidas en lenguaje campechano, son tomadas por sus áulicos como dictámenes de una mente superior. Los juicios de los famosos se acatan per se, sin cuestionarse: sugestión del prestigio, se denomina este sesgo humano.
El estatus confiere al superior el privilegio que hace que sus opiniones sean tomadas por verdades incuestionables. Cuentan que durante años nadie se atrevió a señalar un error en la solución que el ilustre matemático alemán David Hilbert dio a un famoso problema en la teoría de Ecuaciones Diferenciales.
Y del gran físico austríaco Wolfgang Pauli, famoso por su brillantez y talante, se dice que cierto día en que dictaba una conferencia comenzó a sonrojarse y a tartamudear. Los asistentes pronto descubrieron la razón: subrepticiamente por la puerta trasera había entrado Einstein al auditorio.
El prestigio es el pilar fundamental que sostiene más de una impostura intelectual. Durante décadas, los estudiosos de la Topología Lacaniana han repetido como mantras, y sin la menor comprensión, conceptos de la topología como compacidad, cerradura, conjunto acotado…, nociones que el charlatán francés jamás comprendió, y que presentaba sin ruborizarse como estructuras matemáticas que subyacen a la psiquis.
Pero la manifestación más obvia de sumisión ante el poder es sin duda la imitación: pensar y actuar como el ídolo, y hasta copiarle sus afectaciones y amaneramientos. Para la imitación servil y desvergonzada, los humanos no tenemos rivales ni entre los monos.