Sumisión

Armando Montenegro
26 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

Cuando llegó al poder Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien se proclamaba como el heredero de Juárez y Madero, se pensó que, al igual que otros líderes de la izquierda latinoamericana como Lula o Chávez, iba a mantener una postura internacional independiente y altiva, sobre todo frente a Estados Unidos. Pero ha sucedido todo lo contrario. Ha sido aún más dócil que sus predecesores del PRI y el PAN.

Trump no solo le exigió a su vecino que impidiera que millares de centroamericanos siguieran entrando a su país, como lo venían haciendo desde hace años, a través de su porosa frontera sur. Fue mucho más allá. Para contentar a Trump, AMLO tuvo que desplegar fuerzas especiales de seguridad en la frontera con Guatemala para detener a los migrantes antes de que pasaran a México. Durante toda la semana pasada, la prensa reportó numerosos incidentes originados por la detención de una caravana que venía del sur y la forma como la Guardia Nacional se enfrentó y atajó a sus integrantes.

Estados Unidos también está apretando a México en la lucha contra los carteles de la droga y, al parecer, aspira a alcanzar resultados tan efectivos como los obtenidos en materia de migración. El gobierno de AMLO ha venido extraditando a los líderes de los carteles, especialmente los de Sinaloa —nueve personas solo el 13 de enero—, a medida que lo exigen los gringos. Y la prensa reporta crecientes presiones para que México contribuya a detener el tráfico de fentanilo, un opioide fabricado en China que ingresa a Estados Unidos por el sur. Para avanzar en estos asuntos, el fiscal general William Barr anuncia para febrero su segunda visita de este año, una manifestación contundente de la importancia del tema para los gringos.

Los distintos observadores señalan que AMLO ha sido dócil porque Trump ha amenazado con bloquear el comercio entre los dos países, primero con la terminación del Nafta (el tratado de libre comercio de Norteamérica) y, después, con la arbitraria imposición de aranceles predatorios, como lo hizo con China.

Ya que esto sería muy grave para su economía, además de su evidente debilidad relativa —México no tiene capacidad para responder, como lo hizo el gigante asiático, con mayores aranceles a las ventas de Estados Unidos—, su gobierno ha tenido que tragarse los sapos y doblegarse ante su poderoso vecino del norte (aunque el Nafta fue modificado y el nuevo tratado ya fue aprobado por el Congreso de Estados Unidos, subsiste la amenaza de medidas sancionatorias en caso de que México no siga los estrictos lineamientos que le viene imponiendo la Casa Blanca).

Si lo que comentamos hubiera ocurrido hace algunos años, los políticos, los periodistas y, en general, la opinión pública de un país tradicionalmente orgulloso y nacionalista como México habrían rechazado vehemente las muestras de sumisión ante los gringos. Nada de esto ha sucedido. Como hábil político, AMLO ha tratado de que su colaboración con el vecino no genere mucho ruido y ha seguido cautivando la galería doméstica con sus maniobras y variados malabares populistas (entre ellos, por ejemplo, la rifa del avión presidencial entre los mexicanos). Aunque los intelectuales y los analistas más serios han sido duros críticos, a juzgar por los resultados de las encuestas, a la mayoría de los mexicanos no les importa la política exterior y continúan apoyando a su pintoresco presidente.

 

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