Terror

José Fernando Isaza
16 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

Son conocidos los análisis que muestran cómo, después de la Segunda Guerra Mundial, las potencias nucleares han limitado el alcance bélico de las guerras que promueven, con el objeto de evitar una confrontación nuclear. No es difícil imaginar cómo hubiera sido la geopolítica de la posguerra si EE. UU. hubiera mantenido el monopolio de las armas atómicas. El balance del terror a consecuencia del desarrollo nuclear por parte de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) ejerció una disuasión que limitó para ambos bandos escalar los conflictos militares. Terminada la Segunda Guerra Mundial, la URSS tenía la capacidad de desarrollar la bomba atómica por sí sola, pero la filtración de información y la labor de los espías adelantó unos meses la puesta en operación de esta arma. Los espías norteamericanos Julius y Ethel Rosenberg fueron ejecutados por haber entregado secretos militares a la URSS, y explicaron esta acción como una forma de evitar el uso del armamento nuclear si no solo un país lo tenía. Durante los años 40, la física británica Melita Norwood también compartió información con la URSS, su justificación coincide con la de los Rosenberg. Solo se supo de sus actividades en 1999, cuando era una adorable bisabuela, y fue condenada a prisión domiciliaria. La reciente película La espía roja está basada en la vida de Melita.

Durante la guerra, Japón estuvo a punto de obtener, en el acelerador de partículas de la Universidad de Tokio, la tecnología que le permitiría contar con la tecnología nuclear, pero el Ejército no apoyó esta investigación por considerar que esa arma no era compatible con el honor de los militares en la batalla.

En los años 30, Alemania tenía un avanzado desarrollo científico y, aunque la llegada de los nazis al poder expulsó a muchos de los grandes creadores de la física atómica, quedaron investigadores de la talla de Heisenberg, quien dirigió el laboratorio que buscaba poner a punto la bomba atómica y montarla sobre los cohetes V-2 diseñados por Wernher von Braun. Esto, unido al frustrado desarrollo en Tokio, hubiera modificado, al menos durante un tiempo, el curso de la guerra. Aunque no se tiene certeza histórica, existe la creencia de que Heisenberg habría realizado el cálculo más importante de la bomba atómica: la masa crítica, pero no lo entregó al Ejército nazi, por el bien de la humanidad.

La tecnología para construir la bomba atómica es de dominio público; el cálculo de la masa crítica está al alcance de un buen estudiante de maestría en física; si no quiere resolver las ecuaciones, existen programas que lo hacen y se obtiene la cifra de 52 kg de uranio 235. Los otros aspectos corresponden a la tecnología de explosivos convencionales. Aunque la cifra de 52 kg parece pequeña, se requiere una enorme capacidad industrial para concentrar el uranio 238, que se encuentra en la naturaleza, en uranio 235. Las grandes centrífugas subterráneas de Irán trabajan 24 horas diarias para obtener gramo a gramo los 52 kg requeridos para cada bomba. Irán considera que la forma de defender su territorio es con la disuasión nuclear. Basta comparar la invasión a Irak, que se ejecutó con base en mentiras sobre la existencia de armas de destrucción masiva, con las negociaciones con Corea del Norte, pues este país puede tomar retaliaciones nucleares contra los aliados estadounidenses Corea del Sur y Japón. Así, el equilibrio del terror está permitiendo controlar una guerra masiva.

 

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