¿Tienen todas las normas sentido común?

Ignacio Mantilla
16 de marzo de 2018 - 09:00 p. m.

Desde hace algún tiempo he leído en distintos medios de comunicación sobre la existencia de leyes obsoletas, extrañas o inútiles que deben ser derogadas por ser inaplicables o caducas. Frecuentemente se cita el artículo 696 del Código Civil como ejemplo: “Las abejas que huyen de la colmena y posan en árbol que no sea del dueño de ésta, vuelven a su libertad natural, y cualquiera puede apoderarse de ellas y de los panales fabricados por ellas, con tal que no lo haga sin permiso del dueño en tierras ajenas, cercadas o cultivadas… pero al dueño de la colmena no podrá prohibirse que persiga a las abejas fugitivas en tierras que no estén cercadas ni cultivadas”.

Siempre habrá abejas en líos por la ubicación de sus panales, así como árboles de los que caen sus frutos en la parcela vecina, y disputas entre vecinos por los límites y las cercas de sus tierras, pero las leyes no pueden contener una lista exhaustiva para dirimir todo tipo de desacuerdo. Así que parece pintoresco y extraño, más que obsoleto, un Código Civil que se encargue con tal precisión de resolver el tema de las abejas. No obstante, si leemos con detenimiento, lo que se plasma en ese artículo es el sentido común, que a mi juicio es el mejor de los códigos, el que debería regir todas las normas y comportamientos, cuando exista alguna duda.

Hay muchas leyes que más bien resultan curiosas. Aquí algunos ejemplos:

-         “Si aparece una ballena muerta en las costas británicas, la cabeza es del rey. Sin embargo, la cola pertenece a la reina en el caso de que necesite los huesos para su corsé”.

-     En Francia es ilegal llamar Napoléon a un cerdo.

-     El decreto 1972/GCABA/01 del Gobierno Autónomo de la Ciudad de Buenos Aires establece que: “Los propietarios, tenedores o paseadores podrán pasear hasta un máximo de ocho (8) perros en forma simultánea”.

-     En Alemania hay una “ordenanza del chocolate” con el nombre “Reichschokoladenverordnung” que empieza aclarando que “para efectos de esta ordenanza, los conejos de pascua se asimilan a papás Noel.”

-     Sin tener que ir muy lejos, encontramos el ejemplo de la disposición que prohibía vender licor en Bogotá antes de las 10 de la mañana, impidiendo comprar una botella de vino o incluir unas cervezas para el asado del mediodía en el mercado del día domingo.

Pero no me voy a limitar a señalar ejemplos y quiero llamar la atención sobre una molesta realidad: se ha convertido en costumbre inventarse disposiciones o afirmar que éstas existen para imponer un capricho o simplemente para fastidiar. Y es por eso a veces preferible que haya reglas y normas que no den libertad de imponer, contra el sentido común, toda suerte de prohibiciones. Un amigo, con buen sentido del humor, me decía que por eso prefería vivir en un país como Suiza, donde todo aquello que no está prohibido es obligatorio.

Me sorprende la imaginación de los encargados de las obligadas requisas en los aeropuertos y la definición que cada uno de ellos tiene de lo que son objetos peligrosos: en un aeropuerto nacional me quitaron la máquina de afeitar. Cuando le expliqué a la encargada del control que no se trata de un objeto peligroso, que tiene una cuchilla muy especial, de seis hojas, que no consigo en Colombia y que con ella a lo sumo podría afeitar al piloto, me dijo, para mi sorpresa: “Bueno, está bien, puede pasar la cuchilla, pero deje el mango de la afeitadora”.

Me pregunto por qué razón en todos los aeropuertos sólo las botellas que se compran antes de pasar el control son peligrosas, si se trata de las mismas que se ofrecen en las salas de abordar. Igual sucede con las normas aduaneras para ingresar: en Chile, por ejemplo, me decomisaron una libra de café molido colombiano por ser material biológico prohibido. En la frontera de un país de Europa Oriental encontré dos ventanillas de inmigración, una al lado de la otra. Cuando presenté mi pasaporte, el funcionario me llamó la atención, muy molesto, haciéndome saber que esa ventanilla no era para los extranjeros. Le dije que, como él podía comprobar, en la otra no había nadie atendiendo, y entonces en voz muy alta me repitió que me debía dirigir a la ventanilla contigua. Quedé perplejo cuando vi al mismo funcionario pasar de un lado al otro para exigirme el pasaporte en esa ventanilla.

En un almacén de Bonn (Alemania) la cajera me rechazó la tarjeta de crédito porque no estaba firmada y no podía comprobar mi identidad. En contra del más elemental sentido común, el pasaporte no era suficiente para demostrar que era mía.

Pero peor aún es la costumbre de quienes, valiéndose de un argumento de autoridad, pretenden imponer caprichosamente sus errores o sus equivocadas interpretaciones y conceptos. Comparto esta anécdota: cuando mi hijo mayor cursaba primero de primaria en un prestigioso colegio bogotano, del que afortunadamente pude retirarlo a tiempo, presentó una tarea de matemáticas que consistía en encontrar el múltiplo de 100 más próximo al número 1.746. El niño respondió 1.700 y la profesora le tachó porque su respuesta correcta era 1.800. En una reunión de padres de familia aproveché para hablar con ella e indicarle que estaba en un error y que el menor valor absoluto de la diferencia es el que determina el más próximo, que no siempre coincide con el siguiente múltiplo. Exaltada, la profesora me respondió: “Próximo es que viene; así lo he enseñado siempre, así es en este colegio y si no le gusta, busque otro”. Ante esta respuesta y actitud entendí perfectamente que perdería cualquier discusión… y preferí otro.

La existencia de leyes, reglamentos o manuales de convivencia, vistos como vestigios de otros tiempos, es en todo caso preferible a las normas adaptadas o modificadas por conveniencia para beneficio propio del autor. Pero en ausencia de una regla, nada mejor que el sentido común para actuar correctamente.

*Rector, Universidad Nacional de Colombia

@MantillaIgnacio

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