GUTENBERG TUVO 500 AÑOS DE GLOria, pero hoy, con Internet y con el libro electrónico, podemos empezar a entonarle un muy sentido Réquiem alemán. O mejor, japonés. Una empresa del Japón acaba de anunciar la salida de su lector de libros electrónicos de cuarta generación.
El aparatico cuesta lo que cuestan 25 libros promedio (400 dólares), pesa como un solo libro (un cuarto de kilo), puede entrar en el bolsillo lateral de una chaqueta, pero le caben dentro 350 libros de 500 páginas cada uno. Para empezar y de fábrica, se lo entregan a cada comprador con cien clásicos de la literatura, desde Homero hasta Mark Twain, y para completar la biblioteca inicial de 350 títulos es posible comprar o bajar gratuitamente por la red muchos otros libros, que con los años serán millones.
Con una sola carga en las baterías es posible leer 7.500 páginas, es decir, lo que un lector muy rápido lee en diez días, y esto hace posible que uno se lleve el libro a una hamaca, a una quebrada o a la sombra de un árbol. La pantalla intenta imitar la opacidad del papel, incluso a plena luz, y las manchas electrónicas tratan de parecerse a la tinta. En la noche es posible no molestar a la propia costilla, si en unas horas de insomnio nos da por leer los poemas de Fernando Pessoa o las novelas de Jane Austen. En caso de presbicia galopante, dispone de un zoom que aumenta el tamaño de las letras varios puntos, y el aparato trae también una especie de lápiz que permite subrayar partes del texto, hacer apuntes al margen, y pasar las páginas con un toquecito al borde de la hoja virtual, sin tener que humedecerse las yemas de los dedos con saliva.
Yo no he comprado este lector de libros electrónicos ni le estoy haciendo publicidad gratuita. Como aún no he probado qué tan cómoda es su pantalla para la vista, no puedo recomendarlo ni decir que no sirve. Por ahora me parece que sigue teniendo un grave defecto frente al libro de papel: si se cae y se rompe, con un solo golpe no estoy perdiendo un libro, sino 350, y todos mis subrayados y comentarios, que es más o menos lo mismo que se pierde en libros de papel con una inundación en la casa, con el agravante de que algunos libros mojados se dejan leer todavía, y un archivo electrónico perdido, en cambio, se disuelve en la nada.
No soy un consumidor compulsivo, de esos que no puede salir un nuevo gallo tecnológico al mercado porque la boca se le llena de agua y no ve la hora de sacarle chispas a la tarjeta de crédito con tal de ser uno de los primeros en exhibirse por la calle con el nuevo juguete. Como lector más bien anticuado que soy, por haber editado, traducido e impreso libros de papel, como persona que ama los libros viejos y las encuadernaciones en plena piel (con nervios, hierros y tejuelos), parezco destinado a odiar los libros electrónicos. No es así. Detestar la tecnología me parece cosa de románticos o de reaccionarios, y creo en el fondo de mi pecho que no está lejos el día en que —para bien de los bosques y de los árboles, para bien del calentamiento global— nos pasaremos a leer en estos soportes electrónicos.
Las perspectivas de almacenamiento de los soportes electrónicos de información dan vértigo. En una memoria USB de buena capacidad, del tamaño del dedo meñique, puede caber la Enciclopedia Británica, las Obras Completas de todos los escritores del Boom latinoamericano, el directorio telefónico de Calcuta, los Evangelios apócrifos y los auténticos, todas las traducciones existentes del Corán, las cien mejores novelas francesas del siglo XIX, los Principios de Newton y hasta las Elegías de varones ilustres de Indias, que casi no caben en ningún libro de papel.
Llegará el día en que uno pueda transportar en el propio bolsillo todo el compendio escrito de la cultura universal. Nadie tendrá tiempo para leerlo completo, pero con un lector de libros podrá hacer una búsqueda instantánea, y hasta encontrará los últimos tomos perdidos de la biblioteca de Babel. Aunque cambie de soporte, la lectura estará más viva que nunca. De las tablillas de cera a los códices medievales, pasaremos a este misterio de la información infinita metida en memorias del tamaño de la cabeza de un alfiler. Gutenberg revolucionó el mundo. El lector de libros electrónicos lo transformará aún más. No he puesto en venta mi biblioteca; estos tesoros arqueológicos de papel serán curiosidades de inmenso valor.