Trabajando en el paraíso

Gustavo Gómez Córdoba
07 de agosto de 2008 - 02:56 a. m.

GABRIEL, QUE NO SE LLAMA GABRIEL, estudió conmigo en el colegio. O, al menos, asistió, porque el estudio no era su fuerte. Sí, en cambio, la sinceridad. Hablador, frentero, entrador, fue siempre el de la boca más generosa del curso.

Lo queremos todos los que lo conocimos en clases y sabemos que, aunque exagerado, no era mentiroso. Me escribió contándome su experiencia de varios meses en San José del Guaviare. Vio cosas que sólo él hubiera podido ver, y me las contó en un correo que conserva el desparpajo de Gabriel, y al que agrego, apenas, unas cuantas tildes… los puntos sobre las íes son de él:

“Estuve en San José del Guaviare, trabajando con el Plan Colombia, en la base antinarcóticos de la Policía y con el batallón Joaquín París. Acepté un trabajo con ellos, pero al principio estaba cagado del susto. Yo conocía hasta San Martín, Meta, y pensaba que de ahí en adelante era tierra de nadie. Hay un anillo de seguridad del Ejército en San Martín y otro en Granada. Lo revisan a uno minuciosamente, hasta le verifican los datos con computador. Vienen unas rectas interminables, pavimentadas, divinas, llanura a lado y lado. Son como seis horas de camino, pasando por Puerto Rico, Puerto Lleras y luego directo a una carretera destapada de tierra roja. Llega uno al Puente del Nowen (que comunica Meta y Guaviare), donde el Ejército acampa para evitar que lo vuelen. Hay otro retén, que se pasa con cédula en mano, y de nuevo comprobación en computador. Después de 32 kilómetros destapados, se llega a San José, una ciudad donde las calles son de doble vía, así sean de barrio. Dicen que la idea se le ocurrió a un alcalde que necesitaba gastar presupuesto para ya sabemos qué.

El calor es duro, pero cuando llueve puede caer agua tres días seguidos. Es una locura, y no por el agua: hasta los niños se van a raspar coca, que retoña con las lluvias, y se deja raspar fácilmente. En sequía no, porque la mata suelta un polvo y dicen que se mete a los pulmones. Tampoco se hacen vuelos de fumigación con lluvia. Hay que estar allá para ver cómo todo queda solo, y mucha gente deja las ocupaciones diarias para ir a raspar. Uno se pregunta: ¿qué hace la base antinarcóticos, el grupo de fumigación? Fumigan plantaciones grandes en la Macarena, pero las pequeñas, que tienen unos cultivos lícitos al lado, esas no. Uno ve los cultivos de palma para biocombustibles o de piña, y al lado hay de coca y muy cerca de San José.

No tienen buses, sólo taxis. Motos a la lata, pero no ha florecido el mototaxismo. Tampoco padecen de prestamistas gota a gota, de esos que aprietan todos los días a la víctima. No se ven casas de empeño. San José es un paraíso donde no roban y nadie se mete con nadie. Hay normas cívicas: a algunos infractores los ponen a barrer calles, a limpiar lotes o a servir de recreacionistas los domingos en el Parque de la Vida. En la calle venden minutos de celular, pero sólo pueden hacerlo empleados de los dueños de establecimientos; nadie se puede parar frente a un local a revender minutos. No les gustan los vendedores callejeros, a menos que dependan de un establecimiento comercial. No entran bien ni Tigo ni Movistar; este sí es territorio Comcel. Otra cosa que uno extraña es gente con camisetas de fútbol, porque no hay equipo y porque lo primero que le recomiendan a uno es no usarlas, pues eso genera violencia.

En San José miran raro al que no es de ahí, pero son amables. La ciudad está llena de viudas jóvenes con muchos hijos. Cualquiera que se monte a un helicóptero y vea desde el aire el viejo cementerio no lo va a creer: tan grande que parece un barrio, y eso que no es de tumbas sino de bóvedas.

Uno va al Llano y oye música llanera y a la costa y oye vallenato; eso allá es un salpicón, porque el comercio es de gente de afuera (santandereanos, paisas, boyacenses), así que se oye de todo. En los sitios de rumba las mujeres lo sacan a uno a bailar lo que suene: Melódicos, Vicente Fernández, Juanes, plancha y hasta Beatles. En  la Zona Rosa hay unos sitios muy bonitos y todo el mundo deja los celulares, los bolsos y los cascos de moto sobre la mesa. Nadie roba. Una ley no escrita determina que el que roba termina en el río. No reciben tarjetas crédito ni débito; eso allá no existe. Los gringos que trabajan en la base antinarcóticos se pasean en camionetas 4x4 blindadas, pero no se sabe para qué, si al final terminan en mesas de 15 y hasta 20 tomando trago.

Los prostíbulos más famosos (La Cascada, Bariloche, Brasilia, Bucarica, La Tranca) están llenos de muchachitas divinas del Eje Cafetero. Cobran caro; están acostumbradas al raspachín, que llega con plata y paga lo que le pidan. Hice unas amiguitas, pero me dio miedo porque hay mucho sida. Lo más caro son las prostitutas y los productos de aseo. Otro día le sigo contando…”.  Si me sigue contando, les sigo contando.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar