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Tras el virus, la virulencia

Lorenzo Madrigal
13 de julio de 2020 - 05:01 a. m.

Todavía encerrados, bajo la real amenaza del mal biológico, se despierta el león dormido de la virulencia política. Como el león dormido de Humboldt. Se da comienzo a la batalla partidista con la bobadita de tildar de ilegítimo al Gobierno que nos rige, ya por dos años, a punto de cumplirlos. Con que padecíamos una usurpación del poder, tras ardua campaña, no sin elecciones y votos y escrutinios. Es lo que se nos quiere hacer creer.

Todo el mundo sabe que hay una gran ironía en decirlo por parte de quien insurreccionó y proyectó un gobierno revolucionario, por supuesto de facto y, como el que más, ilegítimo.

Son tretas de campaña, son decires que pretenden agobiar, pero que, más que todo, revelan un talante de quien, llegado al poder, va a desconocer cualquier cosa establecida. No hay Constitución para un revolucionario, no existe Estado de derecho sino el que la revolución imponga. Se usa la democracia, se juega a la suerte de ganar, pero, en caso contrario, se declara ilegítimo el resultado adverso. La paz que se firma no suele ser una paz honrada, es llegar hasta la posición del contrario y desde allí urdir la trampa para conseguir lo que se pretendía con las armas. La inteligencia mañosa de combinar formas de lucha.

No hay para qué insistir en lo ya tantas veces dicho. El pueblo se volcará, sin remedio, y repetirá experiencias fallidas en otros Estados, y los populistas saben que la mayoría de la población se deja llevar por la furia de las multitudes, por una cierta adrenalina y un furor de grupo, que tal vez se inhiba con el obligado distanciamiento.

No miremos atrás, sigamos adelante en el coche aquel de Pombo, el del “triqui, traque”, a ver qué resulta y escondámonos en el alma, hundida la cabeza dentro de nosotros mismos, como lo hacen ciertas aves, no sólo el avestruz bajo la arena, sino hasta mi gallito Pío Quinto entre su bonita pechera blanca, donde duerme, espero que apaciblemente.

Pensemos en cosas agradables. No se va a creer que sea yo quien lo diga. Cosas agradables como que la luna está saliendo en curva perfecta y luminosa; que si el sol no se puede mirar, cuando sale, aún brumoso y esquivo, su resplandor sobre el verde es fabuloso, nos pinta de color el ánimo y nos calienta (escribo desde el refrigerador de la sabana de Bogotá); pensemos en las cosas afortunadas que nos rodean, distintas en cada caso y escasas cuando se viven desgracias; pero si respiramos bien, qué delicia es el aire y cómo se nos brinda sin verlo; asombroso que esté ahí, que no nos falte, como no falta el espacio para las estrellas, según Hawking, y lo que todavía me estremece como a un niño es que ese aire invisible, Dios presente, pueda sostener la pesadísima carga de una ingente máquina humana. Sólo quería autoconsolarme con los lectores: les hablo desde el encierro.

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