Tres sociópatas

Juan David Ochoa
04 de abril de 2020 - 05:00 a. m.

Suficiente información ha sobrevolado al mundo con cifras alarmantes y montañas de muertos que intentan sacar en remolques y tanques de guerra a otros territorios por sanidad, para que jefes de Estado se atrevan a negarlo todo en un intento desesperado por salvar el capital que los puso en sus tronos esperando los favores prometidos. No les basta la extrema gravedad sanitaria que los puede matar también a ellos por idiotez y terquedad criminal, y siguen intentando maromas de ley para evitar el confinamiento total que implicaría el derrumbe de sus inversionistas y la caída definitiva del paradigma que quisieron gobernar cuando llegaron. Boris Johnson, un demente que ascendió al primer ministerio del Reino Unido en el boicot al vínculo con la Unión Europea, dilató las medidas del distanciamiento social y la cuarentena hasta que él mismo estuviera infectado. Cuando estaba en sus días finales de recuperación pudo entender los efectos de su incredulidad sociopática: 2.352 muertos y 29.474 contagios progresivos en una escala de 500 caídos por día. Los espejos de España y de Italia no le resultaron convincentes hasta el estallido repentino en el viejo imperio de los reyes ajenos a la virulencia del mundo. Ahora la ventaja de la muerte sobre los mercados también impedirá su pronta recuperación por la obligación de otras medidas de confinamiento para acortar los ciclos del contagio y el hundimiento entero del sistema de salud.

Donald Trump también quiso salvar las cajas de sus inversiones y el poderío de sus hoteles mientras entraban los vuelos infestados por las cajas sagradas del turismo, y las sostuvo hasta el día en que el pánico ya estaba en las calles de New York con filas desbordadas en hospitales que se negaban a aceptar pacientes sin seguros vigentes de salud. Los indocumentados, siempre perseguidos, se negarán a visitar un médico para evitar deportaciones y problemas seguros con la ley, y la cadena del contagio seguirá estallando con las ligerezas del presidente orgulloso que seguirá insistiendo con el sueño de una América grande contra todos los fenómenos y los dramas. Sus políticas exclusivas del progreso monetario no contemplaron nunca una contingencia sanitaria que le exigiría la prioridad de todos sus esfuerzos para contenerla y las reservas de todo el tesoro para sanearla. Cuando el desborde ha sido más que apocalíptico en las calles de su ciudad estelar ha pronunciado otro discurso para pedirles a los norteamericanos prepararse para las graves semanas que llegan.

Y al sur del continente sonríe Jair Bolsonaro, todavía optimista con la fugacidad de un patógeno que considera vulgar ante la exageración de los medios y el alarmismo oportunista de sus opositores. Un sociópata que sigue mirando una realidad distante a su mandato y pretende continuar extendiendo los plazos de contención creyendo en sus designios y en las profecías de las sectas que lo hicieron elegir para espantar los pecados del progreso.

Bajo el letargo de los jefes contemporáneos de Estado, populistas y outsiders sin preparación ni talento, se derrumba el mundo. En sus dramas internos siguen esperando códigos secretos y punzadas en el corazón para cumplir rápidamente con las promesas a los magnates que sostienen sus tronos y levantar la cuarentena para reactivar los mercados. No saben cómo decirles lo que ya les comunicaron los epidemiólogos: la economía no podrá levantarse hasta que todos quieran salir sin temor a otro pico de contagio.

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