Empezaba el año 2004 y apenas habían transcurrido 14 meses del único mandato legal de Álvaro Uribe, en la Presidencia, cuando la embajadora de Colombia en España, Noemí Sanín, soltó una frase como sin querer pero queriendo, a la salida de una visita a su jefe, en la Casa de Nariño: “El presidente lo está haciendo muy bien (y) por eso quiero preguntarles a los colombianos: si el Gobierno va bien y si llevamos año y medio pero necesitamos más tiempo de los cuatro años, ¿por qué no planteamos la posibilidad de hacer una reforma que permita la ampliación del periodo?”. Sanín argumentó que la popularidad del jefe de Estado era del 80 %, “razón por la cual deberán otorgársele las herramientas para que pueda seguir trabajando por el país”. La embajadora no hablaba de tuercas ni tornillos de ferretería sino de los que ajustan o liberan las barreras jurídicas, según los intereses de quienes detentan poder en republiquetas como la nuestra. En el caso Uribe, había que utilizar, además, gruesas tenazas para quebrar la ley de leyes, la Constitución. Y aunque, en entrevista con Yamid Amat, Noemí negó que estuviera haciendo un mandado (P: “¿Usted habló con Uribe sobre este tema?”. R: “Yo soy una líder política que nunca le ha pedido permiso a nadie para reflexionar”), pocos días después quedó claro que ella era solo la mensajera que nos estaba comunicando el inicio de una estrategia que ya había sido estructurada por el aparato gubernamental.
A la semana siguiente, Fabio Echeverri Correa, el empresario más influyente de la época y, al mismo tiempo, el consejero predilecto del mandatario, asumió, en público, el papel de personaje central de la conspiración para mover el engranaje de toda la nación, en beneficio de un individuo. “Solo hay que cambiar un articulito”, dijo, de manera cínica, como si la Carta Política fuera un rollo de papel toilette. ¡Y la usó como tal! Diez meses después, con los votos comprados del Congreso, la ayuda de connotados políticos y expresidentes que, hoy, pasan de agache, y el aval de la Corte Constitucional que cambió, a última hora, su fallo en contra de la reforma de la Carta por otro que le concedía el favor a Uribe gracias a los sorpresivos votos de dos magistrados que traicionaron su conciencia jurídica, el presidente que había sido elegido para un cuatrienio (2002-2006) pudo permanecer otro periodo a la cabeza del país (2006-2010). Uribe Vélez manipuló, desde el 7 de agosto de 2002, los hilos de la institucionalidad para satisfacer su ambición, como fue obvio debido a la feroz campaña que emprendieron sus ministros, consejeros y aliados. Pero evadía el tema con frases de cajón. Pues bien: parece que Colombia no aprende de su pasado. Hace unos días, de la nada y tal como lo hiciera la embajadora Sanín hace 17 años, un sujeto de lo más viscoso que existe en el territorio nacional, hablando como vocero de los municipios, propuso una prórroga de dos años a la presidencia de Iván Duque que termina, como todos sabemos, en agosto del año entrante. Ese señor, de apellido Toro, tiene todos los defectos imaginables pero no es loco ni bobo. Es un vivo. Alguien le sugirió botar la idea con la misma disculpa de siempre, la unificación de las elecciones locales y nacionales, para calibrar las reacciones, medir fuerzas y, si hay ambiente, allanar el camino.
Bueno es recordar: siendo candidato en 2002, Uribe Vélez aseguró, en un debate, que no debía establecerse la reelección inmediata del presidente, “pues este podría utilizar la politiquería para hacerla aprobar”, según contó Alfonso Gómez Méndez en una de sus columnas, en 2004 (“¡Vivir para ver!”, dijo, entonces, el exfiscal). Duque, recién posesionado, contestó a pregunta que le formulara un reportero en el Vaticano, antes de una audiencia con el papa Francisco, que “fuimos elegidos por cuatro años y vamos a gobernar a Colombia por cuatro años buscando la unidad del país”. En octubre de 2018, cuando Duque llevaba escasos dos meses en la Casa de Nariño, el congresista mandadero Ernesto Macías salió con la estrambótica proposición de que el periodo del nuevo mandatario no fuera de cuatro sino de cinco años. Ahora, el mensajero de esta época, Gilberto Toro, vuelve a la carga. Pero estamos en una etapa diferente: restan 17 meses del cuatrienio y los resultados del actual Gobierno son, francamente, desastrosos. Un “respirito” de dos años le caería bien al uribismo para tratar de reacomodar los pesos que no le son favorables. ¿Qué ha dicho el presidente ante la “novedosa” propuesta de Toro? Hasta donde sé, ha guardado absoluto silencio. Como Uribe cuando a Noemí se le prendió el bombillo. Casualmente, el consejero predilecto del mandatario actual es Luis Guillermo Echeverri, hijo de Fabio, el motor de la reelección ilegítima de Uribe. ¿Casualmente?