El caminante

Un contradictor de oficio

Fernando Araújo Vélez
14 de julio de 2018 - 02:16 a. m.

Busco un contradictor, como aquellos que elegían y luego formaban los bolcheviques para que les llevaran la contraria, y a punta de contrarios ir afinando sus conclusiones. Busco un contradictor que tenga como premisa esencial la lógica, sin que importen demasiado los colores. Un contradictor que sea verde, rojo, azul, amarillo y rosa, todo al mismo tiempo, o gris y blanco y negro si se requiere, en esos días en los que todo lo vemos lindo, positivo, posible, amable y besable.

Busco un contradictor que no se deje llevar por las pasiones, que ignore las mediciones, y que diga, como decía Nietzsche, la verdad, aunque haya que amar a nuestro enemigo y odiar a nuestro amigo. Un contradictor sin ideología conocida y sin fisuras morales, para que no me haga dudar, pues suelo tasar las opiniones de los demás de acuerdo con sus credos, y soy proclive a dejarme llevar por el bien y el mal que me impusieron desde los tiempos de las tablas de Moisés.

Busco un contradictor sin pecado conocido, sin grandes triunfos ni grandes derrotas, sin premios ni títulos y sin más aspiraciones que descubrir, conocer y comprender. Un contradictor que lo haya tenido todo de niño para que así no existan muchas posibilidades de que lo compren con cualquier fruslería, pero que al mismo tiempo haya vivido con quienes jamás tuvieron nada, y con ellos haya aprendido lo que es la nada, lo que son el hambre, el frío y la desnudez.

Busco un contradictor que no pertenezca a ningún ismo, como cantaba Fito Páez, y que piense, como Cioran, que “Todo pensamiento nos debe llevar a la ruina de una sonrisa”. Un contradictor que le diga blanco a mi negro, alto a mi bajo, débil a mi fuerte, ojalá con humor, y sobre todo con los argumentos más racionales posibles. Un contradictor sensible, pero sin sensiblerías; profundo, sin confusiones; complejo, sin complicaciones, e incluso trágico, pero sin dramas.

Busco un contradictor que ya no tenga nada más que perder en la vida, para que esté libre de aprobaciones, bonos, sonrisas y aplausos. Un contradictor que por momentos me haga odiarlo, para concentrar en él mis odios mezquinos de todos los días. Busco un contradictor que me lleve a la crisis, que multiplique mis crisis y me revuelque, que me rompa todos los dogmas que he construido hasta hoy, que ponga en duda todas y cada una de mis convicciones y que me convenza, si puede, de que la vida no es tener que vivirla.

Busco un contradictor que haya vivido muchos años, y que haya aprendido precisamente por sus años, por su caminar, por su caerse y levantarse, por sus errores, por su voluntad, no por las enciclopedias ni por la letra muerta con las que lo bombardearon desde las universidades. Busco, en fin, un contradictor que camine despacio, que piense despacio, hable despacio, y que me invite a detenerme en cada palabra para recuperar la importancia y el valor que alguna vez tuvieron las palabras.

Un contradictor como el que a veces se me aparece entre brumas cuando me miro al espejo en las mañanas. 

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

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