Un cuento para el posconflicto

Arturo Charria
15 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

Es la historia de una guerrillera en proceso de reincorporación a la sociedad. El cuento es “Policarpa” del libro Azares del cuerpo de María Ospina Pizano y marca una ruptura con la forma en que hemos narrado la guerra.

El relato juega entre la vida que Policarpa lleva en Bogotá como cajera de un hipermercado y sus recuerdos de la guerra. Esos recuerdos aparecen de golpe mientras busca los pájaros y las montañas en habitaciones sin luz. Son recuerdos que emergen frente al reflejo de una vitrina o mientras observa los productos que los clientes le entregan para que los registre y entonces piensa en las lecciones de marxismo que tomaba en el campamento. Todo le resulta extraño, hasta su nombre verdadero: Marcela, que debe repetir mientras camina o mientras se mira en el espejo, para acostumbrarse y sentir que ese sonido también es ella.

Pero el cuento no solo aborda el camino de Marcela entre la pieza en la que vive y el trabajo, es un recorrido a través de las distintas circunstancias y miedos que afronta una mujer que ha desertado (como le corrige la editora que en el cuento está “ayudándola” a escribir su historia para publicar un libro). Sin embargo, son esas circunstancias las que resultan fundamentales para que el lector comprenda la historia de un cuerpo que está tratando de transitar a una nueva identidad fuera de la guerra: un cuerpo en donde ya no hay largas marchas y en donde las rutinas son otras.  

Así, Marcela transita entre la Agencia y la oficina de la editora. En el primer sitio le “ayudan” en el proceso de “restitución y normalización” de sus derechos y deberes como ciudadana. Allá le enseñan qué hacer, qué decir, cuándo buscar a su familia, cómo comportarse en su trabajo. En la oficina de la editora le muestran los borradores de su libro, en el que cambian el testimonio de Policarpa, la guerrillera, para que sea “interesante” para el lector.

El cuento hace evidente el trabajo de edición que hay detrás de esos libros testimoniales que cuentan las historias y vivencias de la guerra. Allí aparecen palabras tachadas, frases tachadas, incluso párrafos completos tachados. En una parte Marcela/Policarpa le dice:

“—Doctora, lo de las serpientes es mentira. ¿Usted añadió eso?

 —Precisamente le quería sugerir que me apruebe este cambio porque creo que le impresionaría más al lector. Además, he leído en otras crónicas que cuando había hambre extrema en los campamentos algunos salían a buscar culebra. Igual a usted le tocó ver mucha serpiente peligrosa ¿no?”.

A esa actitud despectiva y burocrática de la editora y de los trabajadores de la Agencia se suman las amenazas de su jefe en el hipermercado, quien le advierte que la despedirá por distraerse y no atender ágilmente a los clientes. No sin antes recordarle: “Mire, aquí le hemos dado una gran bienvenida a los reinsertados. Esto hace parte de la misión social de Carrefour y de nuestro compromiso con la paz del país”.

Marcela intenta hacerse una vida o al menos comprender la que está llevando. Ella camina y busca el verdor de unas montañas que no están. Quiere volver a encontrarse con su familia, tener una amiga y un trabajo en el que sea tratada con dignidad.

Ahora bien, Ospina hace una necesaria reflexión sobre la forma en que se ha narrado la guerra, pues la espectacularidad y la mirada casi morbosa del horror nos han impedido comprender la complejidad humana que hay en ella. Ese giro que propone el cuento “Policarpa” es fundamental para desarmar los miedos que hay en la sociedad, pero también para que la sociedad comprenda esos otros miedos e ilusiones de las miles de marcelas que hay en el país.

 

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