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Un matrimonio en crisis

Eduardo Barajas Sandoval
02 de septiembre de 2013 - 10:00 p. m.

No porque duren mucho las alianzas son más sólidas; en cualquier momento puede aparecer un elemento de deterioro o de disolución que se consideraba impensable.

The Sun, el popular periódico de la Gran Bretaña, conocido por su irreverencia y su capacidad de decir lo que otros no se atreven, publicó en primera página de la edición del 31 de agosto un aviso en letras negras, con marco del mismo color, bajo un titular enorme y en mayúsculas que dice “AVISO DE MUERTE”. Como subtítulo lleva “LA RELACION ESPECIAL”, y pasa a informar que dicha relación “murió el jueves 29 de agosto de 2013 luego de una súbita enfermedad, a la edad de sesenta y siete años”. “Amada descendiente de Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt”, agrega. “Caramente querida por Margaret Thatcher, Ronald Reagan, John Major, George Bush Senior, Bill Clinton, Tony Blair y George Bush. El funeral tendrá lugar en la Embajada de Francia, número 58 de la calle Knightsbridge, Londres, SW1X 7JT. Por favor no enviar flores.” 

Luego del voto negativo en la Cámara de los Comunes ante la propuesta del Primer Ministro Cameron para que los británicos acompañaran a los Estados Unidos en la aventura de castigar a Siria, Le Monde, por su parte, tituló desde París: “Francia, nueva aliada más antigua de los Estados Unidos”. Así repetía una frase breve del Secretario de Estado norteamericano, John Kerry, que al sentir de muchos acabó de marcar el fin de la alianza sin reservas que desde la Segunda Guerra Mundial unía a los gobiernos de Londres y de Washington bajo el mote de esa legendaria “Relación especial” en la que confiaron desde aquel tiempo todos los presidentes del lado americano y los primeros ministros del lado británico. 

No solamente las partes de esa alianza estaban acostumbradas a ella. Todo el mundo sabía que, en los momentos cruciales, el engendro político que concibió Winston Churchill, maestro en acuñar alianzas y denominaciones, los Estados Unidos y la Gran Bretaña estarían del mismo lado, sirviendo con idéntica devoción a la misma causa. Pero eso no eclipsa una realidad indiscutible, que es justamente la que permitió al Secretario Kerry acuñar su propia sentencia: la ayuda y la influencia de los franceses en el proceso de la fundación de los Estados Unidos, con ocasión de su guerra de independencia y de la configuración de su sistema democrático.  

La sorpresa y el resentimiento de amplios sectores de la opinión pública británica se manifestaron de inmediato. También la molestia, tradicional, por el hecho de que haya sido precisamente Francia la destinataria de los afectos norteamericanos en este momento, de manera que de una “Special Relationship” se pueda pasar a una “Rélation Speciale”.  El Primer Ministro, que descuidó los procedimientos necesarios para asegurar una mayoría en materia trascendental no solo para su país sino para su prestigio, comienza a pagar un precio muy alto por su imprevisión. Entre tanto, el Presidente Hollande, en plena lucha por sobrevivir las adversidades de una crisis económica implacable, juega sin vacilar a llenar el vacío de un aliado europeo, cuya intervención resulta clave para fortalecer la estrategia de una potencia americana alejada por la geografía del escenario del Oriente Medio. 

Para los Estados Unidos, el no contar con el apoyo británico en el caso de Siria es haber perdido al coequipero de siempre, con el que se conocen las jugadas y se reparten los dividendos. Y la pérdida es políticamente grave pues no se debe a la falta de voluntad de un gobierno, sino que viene de lo profundo de la representación popular en el Parlamento, y significa que tal vez quedó atrás la época del fervor británico hacia las empresas internacionales de los estadounidenses.  Al mismo tiempo, el hecho de cooperar eventualmente con Francia, que tiene su propio estilo y que, para molestia de Washington, no se había querido sumar a otras aventuras, como la de Irak, implica construir a la carrera una alianza cuyos resultados son una incógnita, no porque Francia no esté a la altura de llevar a cabo cualquiera de las operaciones que sea necesario realizar, sino porque políticamente su presencia en esos escenarios tiene un significado particular en la medida que, en virtud del “Mandato Francés de Siria”, ocupó el país como potencia colonial desde 1920 y hasta su independencia en 1946. 

La complejidad del problema que en el caso de Siria tiene que afrontar el Presidente Obama es enorme, porque todas las opciones en sus manos llevan una carga de fatalidad, inclusive, claro está, la de no intervenir. Lo curioso es que ahora, solamente después de cien mil muertos, a muchos les entró el afán de actuar, por los indicios de que se hayan usado armas químicas, como se existiese una escala de valores según la cual hay unas armas bonitas y otras feas y el hecho de matar con las segundas es más reprochable que el de hacerlo con las primeras. Tal vez las dudas que acosan a Obama le han llevado a no aventurarse a la hora de las decisiones y ha preferido, a la manera de Cameron, consultar con el Congreso, con el riesgo de correr con suerte similar. Caso en el cual el matrimonio con los británicos tendría un nuevo aliento, y un contenido también nuevo, al ritmo de la imposibilidad de ambos gobiernos para llevar a cabo sus propósitos. Y los gobernantes quedarían más tranquilos, con una disculpa válida para no meterse en aventuras de pronóstico reservado. 

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