Un país sin agenda

Hernando Gómez Buendía
15 de abril de 2018 - 04:55 a. m.

Una campaña presidencial es un montaje cuidadoso de teatro y un ejercicio intensivo de mercadeo. Esto es así en todo el mundo, y es el lado banal de la democracia.

Por eso cada uno de los cinco candidatos da la impresión de tener un diagnóstico claro sobre todos los problemas, un relato coherente y convincente sobre lo que haría en el Gobierno, una serie de salidas para justificar lo que ha hecho (o no ha hecho) y una lista de pullas contra sus adversarios.

Si uno los oye desprevenidamente, encuentra que cada candidato tiene un cuento razonable y que el país sería mucho mejor si cualquiera de ellos pudiera cumplir lo que desea. Pero aquí empieza el problema en todas las democracias —y de manera aún más obvia en Colombia—.

En primer lugar, porque el Estado es muy débil y casi nunca ha hecho nada que de veras mejore la vida de la ciudadanía. En segundo lugar, porque el presidente no puede hacer casi ninguno de los cambios o las cosas que dice que haría cada candidato. En tercer lugar, porque no existen equipos ni partidos capaces de cumplir un programa de gobierno. En cuarto lugar, y en último término, porque los colombianos no tenemos un proyecto de país, de modo que los debates se limitan a la curiosidad de los periodistas y las ocurrencias de los candidatos.

El único propósito nacional que hemos tenido en dos siglos de historia fue acabar con las Farc. Uribe gastó ocho años para obligarlas a negociar y Santos otros ocho años para desmovilizarlas: ese es todo el balance de un Estado débil.

Y al acabarse las Farc, los políticos otra vez se quedaron sin agenda:

Primero se decía que la “implementación” del Acuerdo de Paz sería el tema central de la campaña. Pero, salvo la entrega de las armas —y la impunidad—, el Acuerdo se hizo para no cumplirlo y las Farc tuvieron el lánguido final que estamos presenciando.

Después vino Odebrecht y se pensó que el tema de campaña sería la corrupción, pero el escándalo pasó y todos los candidatos, por supuesto, proponen acabarla.

Y está el punto explosivo de la desigualdad, que domina la política en el resto de América Latina, pero aquí no ha aflorado abiertamente como el tema central de la campaña.

Pero a falta de ideas sobre lo que queremos —paz, honradez, igualdad—, los colombianos estamos decidiendo esta elección sobre la base de lo que no queremos:

Por encima de todo, no queremos ser otra Venezuela. El miedo a Petro, la trepada de Duque y la desaparición del centro son consecuencias directas de este hecho.

No queremos a Santos, por la recesión y la inseguridad y la paz mal jalada. Por eso Uribe sigue siendo el principal y casi único líder de opinión que hoy existe en Colombia.

Y no queremos la corrupción de los políticos… salvo cuando se trata de elegir congresistas.

O sea que, en resumen, un país sin agenda escoge presidentes que hablen bonito pero no hagan nada.

* Director de la revista digital Razón Pública.

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