La tercera ola de la pandemia es un buen ejemplo de cómo la historia tiende a repetirse. Luego de un par de días de aparente tranquilidad, el número de casos en Europa se incrementó, y como sucedió a final de año, los gobiernos se demoraron en reaccionar. Al parecer todos lo saben de antemano, pero siempre se mantiene la esperanza de que no va a suceder y de que no será necesario afectar la economía y el trabajo. Y así, mientras muchos esperan la vacuna en un rincón de sus casas, otros se siguen aferrando a la peligrosa lógica del “no es tan grave”.
Ahora que se han puesto en marcha nuevas medidas de confinamiento, vale la pena preguntarse si se ha aprendido algo de las primeras experiencias pandémicas. A diferencia de hace unos meses, algunos colegios permanecerán abiertos en Europa (al menos de manera parcial), lo cual da a las familias un mínimo de espacio para mantener una cierta rutina en el día a día y evitar el difícil proceso de asumir el rol de la escuela en casa. Con el pasar del tiempo, para nadie es un misterio que la salud mental de los niños (y de los padres) depende en gran parte de la apertura de los colegios. El que diga lo contrario o no tiene hijos o está escondiendo algo o es un caso en un millón.
Sin embargo, a diferencia de otros tiempos, las noticias sobre lo que pasa en los colegios es más confusa que nunca. Se ha vuelto a la lógica según la cual en estos espacios la probabilidad de contagio es muy alta, pero sin llegar a definir a ciencia cierta los alcances. Se ha creado una especie de leyenda que en algunos casos parecen corroborar las cifras y en otros no. Se han ido tomado cualquier tipo de decisiones sobre la vida de niños y niñas, sin saber realmente cómo se están sintiendo, hasta el punto de obligarlos, en algunos países, a realizar test rápidos, a sabiendas de que estos test no son ciento por ciento confiables. A lo anterior, como lo publicó hace unos días el EE en un serio artículo sobre lo que sucede en Colombia, se suman los intereses particulares de políticos, familias y docentes para hacer y deshacer las reglas a su conveniencia y según el decir de los expertos.
Ha pasado un año y la confusión y desinformación son tales que todos parecen tener y no tener razón a la vez. Los detractores de que abran los colegios, incluyendo a algunos docentes, afirman que es mejor no exponer a todo el mundo de forma irresponsable y que si los docentes se han contagiado es precisamente por eso. Los partidarios de volver a clase no creen que el riesgo sea muy alto si se respetan las famosas medidas de bioseguridad, y que los docentes también se pueden enfermar cuando hacen compras, están con amigos o realizan otras actividades. Si bien darle hoy en día la razón absoluta a uno de esos dos grupos es una decisión temeraria, no ir en busca de un compromiso es aún peor.
El artículo de EE ha dejado aún más claro, límpido, lo que antes de que llegara la pandemia todo el mundo sabía: la desigualdad de nuestro sistema educativo no permite encontrar soluciones únicas, y nunca ha existido la voluntad política para cerrar las “brechas” que tanto mencionan en sus discursos las ministras de educación de turno. No sorprende que nadie se ponga de acuerdo para saber cómo actuar, y mucho menos que no tengan claro que la prioridad es la salud mental y la educación de esas niñas y niños.
@jfcarrillog