Un reto para los adivinos

Gonzalo Hernández
29 de octubre de 2019 - 05:00 a. m.

Todavía recuerdo mi sorpresa al ver aparecer a Thomas Sargent —profesor de economía y negocios de New York University— en medio de una tanda de comerciales de televisión.

Sargent está sentado en un sillón de cuero, en un auditorio solemne, a pocos pasos de un presentador, que de repente dice: “Esta noche, nuestro invitado: Thomas Sargent, premio Nobel de Economía y uno de los economistas más citados en el mundo”.

Continúa: “Profesor Sargent, ¿puede decirme en cuánto estarán las tasas de los certificados de depósito (CDT) en dos años?”. Sargent no permite que pase un segundo y con una sonrisa —que creo verle, o que tal vez quiero verle— contesta de manera seca: “No”. La cara del presentador atónito —no puede creer que esa sea la respuesta del erudito—, el silencio profundo del auditorio y la tos de un asistente se convierten en una combinación perfecta que le pone mucha gracia al comercial. “Si él no puede decirlo, nadie puede”, remata una mujer para concluir con el mensaje de que los CDT del Banco Ally permiten el ajuste de la tasa de interés.

Más allá de la oferta del banco, es de rescatar la honestidad de Sargent, quien está dispuesto a aparecer en el comercial, seguramente a cambio de unos cuantos miles de dólares, pero que difícilmente —por esos miles de dólares— cambiaría su respuesta. Sabe que ante la complejidad y la incertidumbre de la economía los economistas pueden contribuir mucho en la evaluación y el análisis de escenarios, con poderosas herramientas teóricas y cuantitativas, pero también sabe que eso no significa que él deba convertirse en un adivino de precios. ¿Cuáles economistas saben mejor los límites de su conocimiento? Los mejores.

Esta idea hace anhelar que algún día desaparezcan de nuestros medios los adivinos, por ejemplo, del precio del dólar (o de la finca raíz) —y que la gente y los periodistas dejen de demandar sus adivinaciones—. En primer lugar, porque hay que dudar de su magia para saber el futuro. En segundo lugar, porque hay que dudar de su absoluta generosidad al compartir su magia con el público, renunciando así a la posibilidad de ser millonarios venciendo los mercados. Y, por último, porque vale la pena preguntarse si “ponen su dinero donde ponen su boca”.

¿Qué tal el siguiente reto? Cuando nos recomiendan, por ejemplo, comprar dólares, con la certeza de que el precio del dólar seguirá subiendo, los adivinos deberán hacer públicas sus propias compras de dólares. Así al menos sabremos que están genuinamente convencidos de sus presagios cuando se atreven a orientar las decisiones financieras de los demás.

Esta regla simple podría elevar la calidad y la honestidad de las discusiones sobre el entorno macroeconómico. Y haría que quienes hoy predicen sin reservas el futuro incluyan con humildad en sus comentarios la respuesta de un premio Nobel de Economía: “No sé”.

* Ph.D. en Economía, University of Massachusetts-Amherst. Profesor asociado de Economía y director de Investigación de la Pontificia Universidad Javeriana (http://www.javeriana.edu.co/blogs/gonzalohernandez/).

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