Un vacío en la cultura

Piedad Bonnett
08 de octubre de 2017 - 04:00 a. m.

La cultura no importa mucho en Colombia, porque las élites que están en el poder no parecen ser conscientes de su importancia política, ni de su función de crear cohesión social y sentido de identidad. Les correspondería a la prensa, a la televisión, a las revistas de circulación local y nacional, y a los portales de información y análisis, la tarea de formar el criterio y el gusto de públicos amplios, de socializar el arte y la literatura y de fomentar el debate orientador, argumentado. Pero resulta que la mayoría de los grandes periódicos y revistas del país le han ido cerrando a la crítica los espacios que alguna vez tuvo, para dar paso al entretenimiento, ese que nos permite enterarnos de cómo alimentar al perro, cuales son las últimas tendencias de maquillaje o las últimas series de televisión. El resultado es que cada vez es más pobre la socialización del arte y la literatura, y son más escasos los debates públicos y las polémicas sobre cuestiones estéticas.

No creo que sea verdad, como afirman algunos, que la crítica haya sido inexistente en Colombia, aunque debemos reconocer que sí escasa. Es imposible ignorar nombres como los de Baldomero Sanín Cano, Hernando Valencia Goelkel, Luis Tejada, Rafael Gutiérrez Girardot, Marta Traba, Casimiro Eiger o Walter Engel. Hoy por hoy también existen críticos con voces diversas y respetables, pero con poca visibilidad, pues la crítica académica, desafortunadamente, se ha enconchado en su jerga y sólo está en las revistas indexadas, y la más flexible y creativa sólo existe en las revistas culturales, que son buenas pero pocas y circulan en ámbitos muy reducidos. Por fortuna, en medio de la proliferación de mediocridades que se encuentran en la web, en ella hay algunos espacios con suficiente peso y respetabilidad, y es posible que con el tiempo esta sea la vía para recuperar una crítica con verdadera incidencia social.

Los debates culturales, álgidos, incisivos, punzantes, le hacen falta a este país. En estos días, por ejemplo, Generación, de El Colombiano, uno de esos pocos espacios donde se ventilan todavía temas culturales, transcribió la entrevista que le hace Martín Novoa a Antonio Caballero en el libro Conversaciones con el Fantasma. Allí podemos leer su descalificación de buena parte del arte contemporáneo, con puntos de vista argumentados pero polémicos. Luego, en un ejercicio de periodismo de esos juguetones, que muchas veces banalizan o simplifican, contesta con su talante de “enfant terrible” qué piensa de ciertos artistas. De Grau dice: Insignificante. De Lorenzo Jaramillo. “No conozco mucho lo de Lorenzo, salvo cosas que tenía mi hermano, porque eran muy amigos. Pero segunda fila”. De Doris Salcedo: “Gran talento escénico”. De Óscar Muñoz: “Un fenómeno comercial”. De Miguel Ángel Rojas: “Aburridísimo”. Por supuesto, estas opiniones suyas merecerían réplicas inteligentes, debates urticantes, lo mismo que la reciente remodelación del Museo Colonial, al que le quitaron la palabra Arte, y cuya curaduría decidió poner colores estridentes, guardar cosas como los bargueños y la platería y poner otras, como escapularios y llaveros. Hay que verlo.

 

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