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Una decisión trascendental

Francisco Gutiérrez Sanín
28 de mayo de 2010 - 03:57 a. m.

SE DICE DE TODAS LAS ELECCIONES que son extraordinariamente importantes, que determinan el futuro del país por años y años, y así sucesivamente.

Después, cuando se mira hacia atrás, se ve que las diferencias entre los candidatos no eran tan pronunciadas, que ninguno tenía gran margen de maniobra para la toma de decisiones, que uno de ellos tenía tanto apoyo que un voto adicional ni quitaba ni ponía, que mirando las cosas con cabeza fría los dilemas que enfrentaban los ciudadanos no eran tan dramáticos.

No creo que ninguna cantidad de perspectiva histórica permita decir lo mismo sobre la primera ronda presidencial que tendrá lugar el 30 de mayo. Pues en esa fecha —así como en la segunda que habrá con alta probabilidad un mes después— tendremos unas elecciones que son, simultáneamente, muy peleadas y decisivas. Cada voto cuenta, y el desenlace puede resultar definitorio para la trayectoria que tomemos.

Hay en la liza candidatos muy capaces. Uno de ellos, Juan Manuel Santos, representa la continuidad. Santos no tiene un pelo de tonto. Contrariamente a lo que sugerirían las deplorables consignas de su cierre de campaña (“no filosofemos, no nos bajemos los pantalones”), sabe analizar y calcular. Una hipótesis caritativa propondría también que, como todos, en algún momento del día se baja los pantalones; de no ser así, el olfato ofendido de los periodistas nos lo hubiera dejado saber. No. El problema de Santos no son ni sus capacidades cognitivas ni las prácticas idiosincráticas que pueda tener.

¿Cuál es entonces? La versión dramatizada —pero esencialmente veraz— es que Santos constituye un problema de seguridad nacional. Pues parte de lo que representa de manera clara y distinta es la captura del Estado colombiano por agentes privados, entre ellos actores ilegales. Es, por lo tanto, el hombre de la impunidad total. En eso consiste precisamente su escandalosa propuesta de pasar, precisamente ahora que tantos procesos claves están pendientes, la Fiscalía a manos del Ejecutivo. Por eso, también, hay sectores oscuros que apuestan desesperadamente por él. Claro: en ese 35% de gente que lo apoya hay millones de personas esencialmente buenas y trabajadoras, que tienen sus razones para mantener sus preferencias. Pero la otra cara de la moneda es que entre aquellos que han violado las reglas del juego —robando, prevaricando, matando, o todas las anteriores— Santos está enormemente sobre-representado. Eso no es, ni puede ser, casual.

Tiene que ver con la coalición que lo apoya, pero también con el carácter del personaje. Toda la carrera de Santos, así como sus propuestas y afiliaciones, revelan a una figura equívoca, que no tiembla ante nada si se trata de golpear a un adversario. Es una carrera manchada por errores, terrores y horrores. Y en la actual campaña aquel carácter picarón y travieso sí que ha salido a la luz. Se le da bien a Santos eso de hacer trampitas (también a su actual jefe, que participa en la campaña abiertamente y sin descanso, sin que haya nadie que lo detenga). Si carecer de agüeros es sinónimo de tener los pantalones bien amarrados, concedido: Santos los tiene.

 Ojalá la primera vuelta dé una señal clara de que los colombianos le apuestan a otro tipo de gobierno.

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