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El Ejército lo volvió a hacer: el 2 de marzo bombardeó el campamento de Gentil Duarte, disidente de las Farc, en Calamar, municipio del Guaviare. Pero en lugar de matar a Duarte las bombas acabaron con la vida de varios menores.
Cuando los periodistas de W Radio le preguntaron al mindefensa si él sabía de la presencia de niños en el campamento, Diego Molano dijo que era la Fiscalía la que debía establecer las edades de las víctimas. Es decir, pregúntenle al forense. Los periodistas le repitieron la pregunta varias veces y Molano repitió y repitió como un loro azorado: «Fiscalía». «Ataque a una estructura criminal terrorista». «Máquinas de guerra» (la expresión que usó para referirse a los niños).
Podemos concluir que el Ejército no hace inteligencia previa a sus ataques para preservar la vida de los civiles, como ordena el derecho internacional humanitario, o la hace pero le importa un pito que haya niños o civiles en el área. Y en cualquier caso el ministro firma las órdenes de los bombardeos como quien firma órdenes de pago a los proveedores. Luego, Dios y la Fiscalía proveerán.
El general Jaime Lasprilla dijo: «Si hay civiles en medio de un bombardeo, la responsabilidad es de las Farc». Rafael Nieto, cerebro del Centro Democrático, dijo: «Esos niños ya no eran civiles, eran combatientes». Mindefensa dijo: «Son facinerosos». Y uno se pregunta: ¿por qué los altos funcionarios y los generales hablan como sargentos? Está bien que sean insensibles y revictimizadores, pero ¿será mucho pedirles que consulten con sus oficiales expertos en DIH antes de vomitar vilezas en los micrófonos?
Si los hombres de inteligencia del Ejército descubren que una de las niñas del campamento es la hija del general Lasprilla, o que allí tienen secuestrada a la señora madre de Nieto, ¿el ministro firmará la orden del bombardeo con la misma celeridad?
Digámoslo con claridad: para muchos funcionarios del Gobierno, como para buena parte de la población colombiana, la vida de la gente humilde carece de valor.
Ignoro cómo llegó a ese campamento una niña de nueve años. Y no me imagino lo que sintió la madre cuando el valiente ministro llamó «máquina de guerra» a esa criatura que a duras penas podría levantar la olla del arroz.
Cuando creíamos que ya lo habíamos visto todo sobre el espeluznante caso de los «falsos positivos», ¡vienen los voceros del Gobierno y del Centro Democrático a decirnos que los niños del Guaviare eran combatientes! ¿Brillará un nuevo sol en las charreteras del valiente general que dirigió el bombardeo?
Lo volvieron a hacer. Repitieron el acto y repitieron la miserable justificación. Es horroroso que el Ejército vuelva a bombardear niños, pero ¿tiene que repetir también sus infames «explicaciones»?
Resulta irónico que los mismos que denuncian el reclutamiento forzado de niños por parte de la guerrilla aplaudan los bombardeos donde mueren esos niños. Ángela Robledo resumió en un trino la tierna moral de estos compatriotas: «Los provida lloran la muerte de un feto y aplauden los bombardeos de niños».
P.S. Hay algo mucho peor que el bombardeo del Guaviare: hoy, millones de colombianos se están haciendo una agudísima pregunta: «Si esos niños estaban en un campamento guerrillero, ¿qué piensa uno?».
P.S. 2. A todas estas Gentil Duarte, un criminal casi tan abominable como ciertos sujetos del CD, sigue vivo. ¿Será esto lo que llaman «inteligencia militar»?
