Una novelista santa

Héctor Abad Faciolince
04 de agosto de 2019 - 07:40 a. m.

Apuesto a que ustedes no han leído uno de los mejores libros que se han escrito en Colombia. Es una novela de aventuras en la selva. Es un Bildungsroman, o novela de formación de una de las personalidades más formidables del país, nacida en un lejano pueblo de Antioquia, Jericó. Es un manifiesto feminista ante litteram, pero sin la jerga tediosa del feminismo, sino con la ironía y la sonrisa lista de una Job de los Andes. Es un bosquejo sociológico e indigenista, mucho más valioso aún por el sencillo hecho de que no pretende serlo. Es una joya picaresca de una muchacha que se disfraza de monja para poder hacer lo que quiere y que no la jodan los hombres. Es la Autobiografía de la Madre Laura.

¿Quién podría contar que a los 16 años manejó un manicomio con 80 locos? La Madre Laura. ¿Quién se enfrenta a una médium que decía comunicarse directamente con el alma de Voltaire y la derrota con la sola arma de la ironía? La Madre Laura. Resulta que un cura le encarga que hable con la médium más famosa de Medellín, Julia Castrillón. Esta le dice que en su última sesión de espiritismo el padre Voltaire le había dicho que Laura estaba pasando penas inauditas porque en una vida pasada había sido un fraile muy fanático y ahora debía expiar esa horrible existencia anterior. Lo bonito es que, en vez de descomponerse, Laura le dice que es cierto, y que lo que más le fastidiaba cuando había sido fraile era el bigote. Con eso la desarma.

Imagínense esta escena, contada en su libro: monseñor Builes, que por algún motivo se ha vuelto enemigo de la Madre Laura y quiere acabar su congregación, visita la casa de la misma en San Pedro. Las misioneras de allí le suplican que no acabe su misión. El obispo de Santa Rosa, en vez de contestarles, “pidió que le zurcieran la sotana que tenía puesta y como era en la parte de debajo de ella, la hermana María de los Santos Ángeles se sentó en el suelo a su lado y comenzó la tarea de zurcirle la sotana. Mientras tanto le rogaba encarecidamente que se entendiera conmigo. Mientras ella le zurcía y le hablaba así, él le ponía en la boca confites, diciéndole: No, de ningún modo perdonaré. Esto lo hacía con cierta sonrisa muy dolorosa y aquella pobre hermana recibía aquellos confites con la mayor dulzura, dulzura que hubiera conmovido a cualquiera que no estuviera bajo una influencia tan directa del demonio como lo estaba ya el mismo señor obispo.” ¿Quién ha descrito con más sutileza, con más cariño, la índole demoníaca de monseñor Builes? Ningún matacuras pudo hacerlo mejor.

¿Quieren realismo mágico? Se les tiene. Cuenta la Madre Laura la historia de Punucenito y Resura, una pareja de Santo Domingo. Punucenito es lavador de patios y su mujer, Resura, está deschavetada: duerme ocho o diez días seguidos y después se despierta y alborota 20. Cuando está alborotada Punucenito no puede trabajar y se queda cuidándola. ¿Y qué comen?, le pregunta la Madre. Lo que Dios me da. Y, ¿cómo se lo da? Así: una vez Resura le pidió mazamorra; él se hacía el dormido porque no había nada. Son las cuatro de la mañana y oye que le dan patadas a la puerta. Es un caballo que trae en el hocico una mochila llena de maíz. Le hace la mazamorra a Resura. En el pueblo encuentra un tipo de Concepción, a siete leguas de distancia, que está buscando un caballo que se le vino de allá. Un niño lo había puesto a comer maíz colgándole una mochila de la cabeza y no había vuelto a saber del animal.

Las historias de la Madre Laura son así, vívidas, graciosas, llenas de detalles amenos. Y salpicadas también de reflexiones teológicas que nada tienen de tontas. Las hay muy hondas: “¡Oh! El olvido… querido olvido, vengan tus sombras y me envuelvan, sepultándome aunque sea en el centro de la tierra. Sienta, amado olvido, tus reales en mi pobre personilla. El hombre jamás me recuerde: siempre me olvide. ¡Dios nunca me recuerda, porque jamás me olvida!” Sí, es una novela mística y de aventuras, en un mismo libro y de la misma santa.

 

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