Urgencia (I)

José Fernando Isaza
01 de agosto de 2019 - 05:00 a. m.

El aumento de temperatura de la atmósfera no la va a destruir, va a afectar negativamente a la humanidad, la civilización y buena parte del ecosistema tal como lo conocemos hoy. La atmósfera se comporta como un ser viviente con una alta capacidad de recuperación; esta propiedad no la tienen todos los biosistemas. Con algo de exageración se dice que la humanidad no será capaz de destruir la atmósfera, pero sí de autodestruirse.

Hoy se vive en riesgo de producir un cataclismo ambiental, similar a la destrucción que tendría lugar en caso de una guerra nuclear masiva. Tal vez, por primera vez en la historia de la humanidad, esta con sus acciones pone en peligro su existencia o la civilización en la cual vive.

La evidencia de los últimos 35 años muestra una senda de calentamiento atmosférico que puede tener efectos irreversibles.

La historia del clima en la Tierra presenta períodos de glaciación y calentamiento que se suceden con cierta regularidad. Mirando solo los años recientes se tiene que entre 1880 y 1950 la temperatura aumentó cerca de 0,7 °C. Este crecimiento determina el fin de la llamada “pequeña glaciación”. La productividad agrícola creció, la denominada “revolución verde” se produjo y permitió alimentar una población que crecía aceleradamente gracias a las medidas de higiene y el avance de la medicina. En el período 1950-1970 la temperatura se estabilizó y hubo un pequeño descenso de 0,1 °C hacia 1980.

Estos hechos explican por qué en las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado el mundo científico estaba dividido entre quienes creían que el aumento del anhídrido carbónico en la atmósfera haría, como ocurrió, subir la temperatura de la atmósfera y quienes pensaban que tal vez el mundo se iba a enfrentar a otra pequeña glaciación. El astrofísico sir Fred Hoyle, analizando la teoría de la glaciación de Milankovic, concluyó que el mundo se estaba acercando a una nueva glaciación. Para evitarla, pensaba que debería inyectarse masivamente anhídrido carbónico en los océanos en una operación tecnológica de alcance planetario y este gas volvería luego a la atmósfera.

En un estudio para la CIA hecho por la Universidad de Wisconsin se alerta sobre las hambrunas que se producirían de volver la temperatura a los niveles de 1880.

No era totalmente clara la situación en la década de 1980. En 1983 publiqué un pequeño libro, Calentamiento y glaciación, en el cual enfatizaba las incertidumbres de la evolución del clima. La situación se modificó a mediados de la década de los 80, la evolución de la temperatura era sostenidamente creciente. En el 2018, el cuarto año más cálido desde 1880, la temperatura es 0,83 °C superior al promedio de 1951-1980.

Es posible que por el efecto antrópico se haya evitado una pequeña glaciación, pero el aumento de los gases de efecto invernadero ha sobrepasado los niveles que permitieron un resultado no buscado. Hoy las mediciones muestran alarmantes aumentos de temperatura por encima de lo que mostraban los estimativos iniciales y puede llegarse a un punto de no retorno. Un hecho crítico es el descongelamiento del permafrost en las llanuras de Canadá, Siberia y Alaska: esto produciría grandes emisiones de metano que llevarían en pocos años a una modificación sustancial de la biosfera. Debe recordarse que el efecto invernadero del metano medido por unidad de volumen es 20 o 30 veces mayor que el del anhídrido carbónico.

 

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