Uribe en ridículo

Pablo Felipe Robledo
16 de octubre de 2019 - 05:00 a. m.

A propósito de la indagatoria que rindió Uribe ante la Corte Suprema por los delitos de soborno y fraude procesal, las últimas semanas han sido bastante caricaturescas.

En esta historia el papel protagónico lo tiene Uribe sobre sus hombros, pero no dejaron de aparecer unos actores de reparto para contribuir en esta comedia de alto nivel, que deja mal parados, como ya es costumbre, a Uribe y al séquito de energúmenos con los que hace política.

Este episodio deja ver a Uribe no como el político importante que para algunos un día fue, sino como un ser de condiciones inferiores, pobre en argumentación, mezquino con la institucionalidad y mal rodeado, lo que ha sido su talón de Aquiles durante toda su vida.

Diego Cadena, inspirado en la novela El abogánster, de Eugenio Aguirre, se autodenomina así para referirse a su ejercicio siniestro de la profesión. Quien así actúa no es más que un roedor disfrazado de abogado (“abohámster”) que, en este caso, y bajo la autorización de su cliente, se la ha pasado ofreciendo gestiones jurídicas a condenados, que han decidido llamar subsidios en vez de sobornos, a cambio de testificar a favor del expresidente.

La llegada de Uribe al Palacio de Justicia fue un show para mostrarse intocable. No fue menos espectacular su llegada nocturna a la sede del CD en la que lo esperaban, además de sus seguidores, ese grupo de congresistas para quienes Uribe no es su jefe sino todo en su vida: Paloma, Mejía, Macías, la Cabal y otros ven la vida por los ojos de Uribe. No importa qué diga, qué explicación tenga, qué historia cuente; para ellos Uribe es infalible, le celebran y aplauden todo, incluso cuando hace el ridículo, como aquella noche.

Es de reprochar la actuación de Duque, para quien también Uribe lo es todo. Duque y varios de sus funcionarios salieron a interferir en las investigaciones del Poder Judicial, lo cual no es correcto en un Estado de derecho con poderes independientes, salvo que los uribistas, al mejor estilo de Luis XIV, pretendan vendernos la idea de que “el poder es Uribe” y por ello pusieron las vallas “Uribe es Colombia”.

Y para rematar este circo se les adelantó el Halloween. Se les apareció en el Palacio de Justicia una monja con megáfono en mano gritando cosas incoherentes y fuera de lugar a favor de Uribe, como si la hubiese poseído no Dios, sino el senador Carlos Felipe Mejía y sus alaridos. Como si lo anterior fuera poco, esa misma noche el CD convirtió a la tal monja en la animadora principal del recibimiento a Uribe. Al verla al lado de Paloma y la Cabal, todos creímos que había llegado a la política una nueva precandidata del uribismo, pues esta tenía el mérito de gritar lo mismo que aquellas. La precandidatura duró poco, pues la tal monjita no tiene el respaldo de nadie, ni siquiera de una congregación religiosa.

Con esto, Uribe pierde popularidad, gana animadversión y desgasta al gobierno Duque. La gente se ríe cuando alguien hace el ridículo, pero termina castigándolo, como seguramente pasará en varias ciudades en estas elecciones de octubre en donde el uribismo tiene dificultades.

 

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