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Uribe en vacaciones

Pascual Gaviria
06 de enero de 2009 - 11:41 p. m.

LUEGO DE SEIS AÑOS LARGOS DE FAtigas propias y ajenas el presidente Uribe ha desaparecido por unos días. No hemos sabido de consejos comunales ni de consejos espirituales o carnales dirigidos a sus compatriotas. Ha descansado el capataz y el párroco. Uribe nos ha dejado en santa paz durante seis días con sus noches. Un día para mitigar cada año de omnipresencia y obsesión nacional con su figura. Ni siquiera se le ha visto trotando con los soldados de la patria.

Lo último fue su mensaje de feliz año desde el Caimito, en Sucre. Una eterna parrafada en la que le dio la razón a quienes lo tildan de culebrero: “Recuerdo en mi infancia que los campesinos, cuando estaban al frente de una culebra peligrosa, cortaban, de un palito de guayaba o de un naranjito, una horqueta o un garabato invertido, o dos. Y entonces le ponían esa horqueta en la nuca a la culebra y en la cola, y la inmovilizaban. Uno les decía: ‘¡Suéltela!’. No, no la puedo soltar, porque me muerde”. Sobra decir que Uribe se refería a la vieja fábula donde él hace de campesino recio y ducho contra el veneno de las Farc. El fabulista fue el último en irse de vacaciones.

Hace un año, cuando parecía que el milagro de una gripa lo iba a obligar a dedicarse a las bucólicas en su arcadia monteriana, apareció Emmanuel en un portal del ICBF y pasamos de la fiebre a las declaraciones febriles. Las vacaciones fueron más cortas y más ruidosas. Uribe estaba en todas las caricaturas en franca lid contra Herodes. Era tiempo para el fabulista bíblico.

La ausencia de Uribe en el comienzo de 2009 ha traído un reposo que habíamos olvidado. Los tiempos en los que el Presidente no importa, no tiene nada que decirnos, no hay nada que temer. Todos los escenarios de la maquinación están cerrados. Sólo le interesa a la esperanza de sosiego de sus subalternos. De pasada oí un chisme según el cual se había caído de una yegua. Un vaquero más o un vaquero menos. Qué va. Por momentos parece que Pachito Santos estuviera al frente. Sólo queda rogar para que el acudiente de la patria no regrese con bríos renovados.

Pero no hay felicidad completa. Resulta que el fantasma de Álvaro Uribe se me apareció en dos lecturas de vacaciones, encontradas en el azar de los libros que cargan los demás. Porque el libro ajeno siempre jala más que el propio. La primera aparición fue en las letras de Anna Politkovskaya, la periodista rusa asesinada en 2006, en su libro llamado Chechenia, la deshonra rusa. El último capítulo se titula Por qué no me gusta Putin; y por momentos el perfil de Uribe y la fascinación colombiana por su tono y sus maneras se superponen sobre el ex hombre fuerte de la KGB y la nostalgia de los rusos por un mandamás soviético. La lucha contra el terrorismo en Chechenia le permite a Putin ir desmantelando el Estado democrático que supuestamente reemplazó al régimen soviético. El patrioterismo ramplón busca convertir al Estado en un líder fuerte y una bandera.

El segundo hallazgo llegó con una novela del inglés Ian McEwan llamada Chesil Beach. Aquí la referencia es accidental y la alerta se debe sobre todo a los trastornos del lector luego de seis años de hiperactividad presidencial sumados a la amenaza de estar apenas en la mitad del camino. El protagonista, estudiante recién licenciado, se aferra a la teoría histórica del “gran hombre”. La lectura de las vidas de César, Nelson, Napoleón y Catalina la Grande lo llevan a una conclusión que pone en peligro su licenciatura: “Los individuos enérgicos forjan el destino nacional”. Su tutor intenta persuadirlo pero el alumno está embelesado con las magníficas personalidades. La teoría que lo convirtió en el discípulo despistado del curso tiene a Thomas Carlyle como padre putativo. Y una frase suya sirve para describir nuestros propios desvaríos: “La democracia es la desesperación de no encontrar héroes que nos dirijan”.

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