Vargas y Fergusson: la construcción de Estado

Rafael Orduz
19 de marzo de 2019 - 05:00 a. m.

Fue emocionante la ceremonia de entrega del premio Juan Luis Londoño el pasado 14 de marzo en el auditorio de la Federación de Cafeteros en Bogotá. No solo por el recuerdo de Juan Luis, fallecido a los 44 años en un absurdo accidente de aviación, ilustrado, durante el acto, con anécdotas de su vida como investigador, administrador público, como amigo y hombre de familia. Qué falta hace.

Los ganadores de la sexta edición fueron los economistas Juan Fernando Vargas y Leopoldo Fergusson, que se añaden a los seis investigadores galardonados en la entrega bianual que se realiza desde el 2006, lista que incluye a brillantes economistas como Alejandro Gaviria, Ana María Ibáñez y la también fallecida Ximena Peña. Vargas y Fergusson, en brillantes intervenciones, a la vez líderes y coequiperos el uno del otro, con humor y también dolor, se refirieron a esa dificultad inmensa de Colombia de construir Estado.

Según Vargas, “el eje de la contribución que hemos tratado de hacer (…) es la multidimensionalidad de la fortaleza institucional que requiere la construcción de Estado”. En tres ámbitos:

El primero, el Estado, para que sea fuerte, requiere tener el monopolio de la fuerza en todo el país. No es así.

Segundo, para que el Estado de derecho sea una realidad, la oposición debe contar con las garantías de expresarse libremente, vía para superar los desequilibrios sociales y económicos. No ha sido así si recordamos la barbarie del exterminio de los líderes de la Unión Patriótica, y podría decirse hoy que se está jugando con fuego al no garantizar la expresión de nuevas fuerzas políticas.

Finalmente, a pesar de que los acuerdos de paz representan un hito histórico, el Estado no ha mostrado la disposición de realizar las inversiones que lo acrediten como tal en las zonas de conflicto, ausencia de presencia aprovechada por grupos armados que prosiguen con el repertorio de guerra sucia asesinando líderes sociales.

La alusión de Fergusson a los falsos positivos (que, como dijo, ni son falsos ni positivos) sirvió para ilustrar cómo la democracia “oye” más a unos que a otros. Como decía Quino, el hombre de Mafalda, unos somos más iguales que otros.

El recurso fue impecable: imaginemos que los dos mil y pico de bachilleres que gradúan los colegios de Uncoli al año hubieran sido disfrazados de guerrilleros y asesinados por miembros de la fuerza pública. ¿No se hubiera caído el presidente de turno? Como se trató de hijos de hogares humildes, como los de las madres de Soacha, la democracia se da el lujo de ignorarlos. Los falsos positivos, quizá el hecho más grave acometido por el Estado, están lejos de ser tratados como debe ser: un crímen que no solo debe ser castigado, sino sobre el que debe recaer la censura de la sociedad en su conjunto.

Refrescante para la democracia la entrega del premio Juan Luis Londoño, alma del cual ha sido María Zulema Vélez, su esposa.

 

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