Venezuela

Nicolás Uribe Rueda
27 de enero de 2019 - 05:00 a. m.

Durante los últimos 20 años, el gobierno venezolano ha devastado a su país de una manera indescriptible. Acabó con la división de poderes, corrompió hasta los tuétanos a los militares, destruyó la industria petrolera y subyugó a los medios de comunicación. Hizo inviable la actividad económica, destruyó el aparato productivo y exterminó la base empresarial. Persiguió a la oposición, la encarceló y la torturó. A los ciudadanos les conculcó su dignidad y los convirtió en vasallos, mendigos de las dádivas oficiales a cambio de su apoyo electoral. La robadera hizo que los servicios sociales fueran inoperantes y por ello hoy no hay continuidad en los servicios públicos, ni justicia, ni medicinas, ni comida, ni seguridad pública. La degradación es tal que nadie en el Gobierno opera con apego a alguna ley, sino violándolas todas, incluyendo la propia Constitución que espuriamente ellos mismos redactaron. La arbitrariedad, la corrupción y la mentira son las únicas fuentes de derecho. Es pues un régimen no solo antidemocrático sino criminal, que comete de manera sistemática violaciones a los derechos humanos y tiene como actividad principal desde algunos despachos oficiales el narcotráfico y la minería ilegal. Algún día habrá escritas miles de páginas narrando el sufrimiento y la desgracia que puede significar para cualquier ser humano vivir bajo el yugo de Maduro y sus secuaces.

Su comportamiento internacional ha sido similar. Compró con petrodólares el apoyo de países que contribuyeron a promover los postulados comunistas y, aliado con Cuba, incentivó, financió y promovió la elección de radicales en varios países del continente que aplaudieron sus prácticas antidemocráticas, se corrompieron y fueron cómplices de la más grande tragedia humanitaria ocurrida en nuestro continente. No vaciló en aliarse con abominables dictadores y grupos terroristas, y escasos líderes de izquierda tuvieron las agallas de denunciar los abusos y ninguno se atrevió a actuar frente al totalitarismo de un régimen con quien compartían postulados ideológicos. Así, cabalgando sobre la tolerancia inescrupulosa respecto de las dictaduras de izquierda, gran parte de la comunidad internacional ignoró intencionalmente todos los abusos y todos los desmanes.

Colombia, con más de 2.000 kilómetros de frontera común, ha sido una víctima principal de la dictadura venezolana y su sola existencia es una amenaza constante a nuestro interés nacional, en tanto que es un factor permanente de desestabilización en todas y cada una de las múltiples dimensiones que hoy se contemplan dentro de la definición de seguridad nacional. Basta recordar, muy por encima, la forma en que el régimen se alió con Farc y Eln, las imágenes de connacionales siendo expulsados mientras las puertas de sus casas eran marcadas, las expropiaciones, la migración de cerca de dos millones de venezolanos, la pérdida de más de US$8.000 millones en comercio binacional, las intermitentes transgresiones de los límites territoriales, la amenazas bélicas y la relación directa de ese régimen con los carteles de la droga que delinquen en nuestro territorio. Nada es, pues, más peligroso para Colombia que Maduro y sus amigos.

Es deprimente, por tanto, corroborar a estas alturas la defensa de Maduro por parte de tanto político colombiano que en medio de sus delirios ideológicos lo aplaude, justifica y legitima. Ojalá esta pesadilla acabe pronto, porque siempre las situaciones como estas son susceptibles de empeorar y los admiradores de Maduro son aventajados aprendices que nunca pierden la esperanza de gobernar a Colombia.

@NicolasUribe

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