A mano alzada

Virus: un golpe de suerte

Fernando Barbosa
13 de abril de 2020 - 05:00 a. m.

Uno de los personajes de La Peste, de Albert Camus, nos dice: “Usted cree, sin embargo, que la peste tiene alguna acción benéfica, ¡que abre los ojos, que hace pensar!”. Y tiene razón. Las catástrofes vienen con malas y buenas compañías que tienen la capacidad de hacer reaccionar a los individuos, a las comunidades, a los países cercados por los compromisos, la terquedad, la ceguera, la soberbia.

Los grandes males muchas veces logran levantar los velos que nos impiden ver lo substancial. Como el de las mezquindades frente a los demás, o el de la búsqueda desmedida de enriquecimiento, o el de la arrogancia de las ideologías. Ese factor externo, curiosamente, al que no se le puede echar la culpa, neutraliza las defensas que impiden promover los cambios.

El poder del 1 % —símbolo que dibuja la raíz de la inequidad en el mundo— no ha podido ser contrarrestado hasta ahora. Tanto las críticas al sistema como las tremendas realidades que son visibles en las sociedades de hoy han cedido frente a las maniobras del mismo para mantenerse en pie. Al observar las primeras reacciones ante la arremetida del COVID-19 por parte de empresarios y de funcionarios públicos, que a estas alturas vuelven a repetirse con angustia —con notorias pero notables excepciones, como la de la alcaldesa de Bogotá—, ha sido evidente que el chip de las ganancias está bien anclado. Por eso no fue extraño que las acciones inmediatas les dieran prioridad a los capitales y no a la salud de los colombianos. Esta inesperada y formidable emergencia mundial tal vez nos ayude a impulsar los cambios necesarios al modelo económico que nos ha esquilmado durante las últimas cuatro décadas. Recordemos cómo la peste negra de mediados del siglo XIV dio al traste con el feudalismo. Y con esto se quiere señalar que siempre hay alternativas para llegar al talón de Aquiles de las ideologías.

Parece que el momento es propicio para que el Estado recupere la dirección de lo social y someta el mercado a la sindéresis. Al mercado que se endiosa mientras puede crecer y se arrima mendicante al Estado cuando le va mal. Esta crisis está comprobando que a medida que se debilita el Estado se hace más vulnerable la sociedad. Razón por la cual asuntos como la privatización de servicios fundamentales, como la salud, el agua y la educación, exigen ser revisados. Ninguno puede ser manejado como un simple negocio en el que las decisiones dependen de los rendimientos del capital. Y otros temas, como las demás privatizaciones —energía, vías—, la seguridad alimentaria, la adopción de una política industrial que permita un uso más eficiente de nuestros impuestos, también exigen discusiones serias y decisiones prontas.

De regreso a La peste, encontramos lo siguiente: “Tarrou creía que la peste cambiaría y no cambiaría la ciudad, que sin duda el más firme deseo de nuestros ciudadanos era y sería siempre el de hacer como si no hubiera cambiado nada, y que, por lo tanto, nada cambiaría en un sentido, pero, en otro, no todo se puede olvidar, ni aun teniendo la voluntad necesaria, y la peste dejaría huellas, por lo menos en los corazones.” Si los efectos del COVID-19 nos conducen solo a esto, a mantener el statu quo, habremos perdido una gran oportunidad para sacarle buen provecho al mal y el futuro va a quedar en manos de las marchas, los paros y sus sucedáneos. En la crisis asiática de 1997 hubo grandes pérdidas y decisiones. En Corea, el dueño y fundador de Hyundai entregó su patrimonio personal a la firma para ayudar a su rescate. Buen ejemplo de cómo empezar ahora.

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