Itinerario

Vivir bajo sospecha

Diana Castro Benetti
16 de marzo de 2019 - 02:00 a. m.

Hay miradas que huelen a destrucción. Son ojos que, como buitres, despedazan carnes, sueños e inocencias. Buscan la debilidad y están siempre precedidas por una sospecha, esa invisible vigilancia que le arma un cerco a la autonomía y la creatividad; una sospecha que destruye la camaradería de los grupos y, gota a gota, convierte la desconfianza y el terror en tablas de ley. El pánico y los milenarismos, desde el desasosiego y el rumor, la expulsión y la anulación, se instalan en la cotidianidad de los cándidos y la sociedad se hincha con sospechas como evidencia de un nuevo ciclo de destrucción. La ventaja de los nefastos y el malestar de la cultura, dirían algunos.

La sospecha es mentira, tergiversación, un punto de vista amañado, una mirada en el lugar equivocado. Es el señor en la esquina, el desocupado, el de las manos en los bolsillos; es el amigo con los ojos de lujuria y la seducción de baratijas; es la mujer llamada arpía exigiendo sus pagos; es el que reconoce el nacimiento de una traición. La sospecha es prima hermana de la culpa que, por grosera, vuelve pesados los destinos y las caras. La sospecha destruye con el mismo dedo con el que señala y, entre los indicios y rumores, diluye las fronteras entre la realidad y la alucinación. Llena de muecas y guiños, ladina, se presenta con el derecho a celar y sofocar. Juzga. Anda entre las noticias, como únicos relatos posibles de un sistema de relaciones que no supera su propia mentira. Fake news.

Vivir bajo sospecha es cosa de todos los días. Entre dudas y demasiados titubeos, somos el objeto de la sospecha. Se sospecha del coqueteo del jefe, se sospecha del empleado por incompetente, se sospecha de la novia por su falda corta y se sospecha del marido por su tardanza; se sospecha en la mañana y las suspicacias son tan recurrentes como el café. La desconfianza gatea despacio por debajo de la mesa, se instala entre los conocidos y encadena cualquier encuentro a la atrocidad. Todos desangrados, todos en deuda, todos vamos muriendo con el miedo envueltico debajo de la almohada. La sospecha es la gasolina del terror, la perversidad y la aniquilación del sujeto. ¿Paranoias de país?

Quienes prefieren la prudencia a la demencia y andan con lento caminar miran de frente sus recelos y no los dejan sueltos como un reguero de idioteces. Quienes aborrecen los escondites y los dobleces se detienen y, por un segundo, respiran y se aferran al filtro de la razón y el respeto. Para no sospechar desde el amanecer en un país acorralado es mejor devolverle su lugar a la palabra, a una palabra plena y veraz, a una palabra serena y anclada en la sensatez. No sospechar es recorrer el camino de la palabra silenciosa que convierte lo prosaico en sublime; es optar por la poesía, una palabra alquímica y una osadía.

otro.itinerario@gmail.com

 

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