Wendy Townsend y Mario Mejía se marcharon

Brigitte LG Baptiste
22 de agosto de 2019 - 05:00 a. m.

La gringa de los micos que andaba por el Medio Caquetá hacia 1985, aprendiendo lengua y conversando con los viejos en las malocas, ha muerto. También Mario Mejía, agroecólogo, que apenas la debe estar conociendo en una conversación que les dará sin duda para una eternidad, pues ambos renegaron del mundo pero le dieron su amor profundo, defendiendo la vida y el goce de experimentarla.

Wendy, una de las primeras etnozoólogas en Colombia, enamorada de la selva y sus gentes, partió hace unos días después de una vida de aventuras inimaginable, en la cual primó su autonomía, su maravilloso sentido del humor y una ética que nunca le dejó trabajar para nadie que no estuviera absolutamente comprometido con la preservación de la biodiversidad, a tal punto que su participación en eventos científicos la financiaba vendiendo turrones y chocolates de nueces amazónicas.

Con casi 40 años de vida académica, investigadora en profundidad de los modos de vida de los pueblos selváticos, especialmente en Bolivia, estuvo afiliada a diversas entidades a las que prestaba apoyo docente, asesoría y formación, principalmente a la Fundación y Museo de Historia Natural Noel Kempff en Santa Cruz. A través de su carrera, siempre fundada en la experiencia de campo, Wendy mostró la complejidad del pensamiento y del conocimiento de los pueblos nativos y luchó con ellos por sus derechos y territorio. Escribió profusamente, aunque no tanto como sabía, sin permitir nunca que se pusieran en duda sus capacidades como mujer científica, dando ejemplo y de seguro mucha rabia a colegas y contemporáneos poco acostumbrados a ceder espacios a la excelencia.

Wendy valoraba como ninguna la capacidad de manejo de la biodiversidad por parte de los indígenas y defendió la administración de la fauna silvestre bajo los esquemas de cada cultura, aportando los datos científicos que hoy respaldan modelos de aprovechamiento de recursos como el de los caimanes en la bahía de Cispatá o decenas de casos en el resto de Latinoamérica. Austera y consecuente como pocos, su presencia evocaba un espíritu excepcional del cual Colombia se benefició también, y donde queda una parte de su patria grande, el conocimiento apasionado.

Mario, dedicado por décadas a la formación campesina y de profesionales comprometidos con la producción limpia de alimentos, la vida independiente de las comunidades rurales y los derechos colectivos, había decidido dedicarse al cultivo de gentes, frutas y hortalizas tras constatar que poco se hacía en la institucionalidad para construir bienestar genuino. Crítico acérrimo del modelo industrial y autoritario de nuestra sociedad, prefirió la coherencia en su propia existencia que ceder un milímetro a la retórica de la sostenibilidad. Uno de los fundadores de la agroecología, deja un legado en las personas que formó y que han recogido por fortuna sus testimonios para la era digital, la cual le producía horror.

Nos queda recordarles, manifestar admiración por su integridad, inteligencia, generosidad y compromiso, la labor de dos grandes personas que nunca creyeron en las fronteras y que ahora cruzan las del misterio de la mano de sus chamanes. Que sus enseñanzas y memoria nos sigan guiando siempre. Gracias, Wendy. Gracias, Mario.

 

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