Yo voto Petro

Daniel García-Peña
05 de junio de 2018 - 12:20 p. m.

La segunda vuelta nos pone frente a una realidad: el próximo presidente será Duque o Petro. Por tanto, la atención se centra sobre ellos.

Pero mucho más allá de los candidatos y sus rasgos personales, se enfrentan dos visiones de país, claramente diferenciadas, en asuntos programáticas, las formas de ejercer la política y, sobre todo, en los intereses que defienden. Dejemos, por un momento, de pensar en los candidatos como tales y más bien reflexionemos acerca de qué representan, con quiénes y para quiénes gobernarían.

Por una parte, está Duque. Joven, con un discurso amable, inteligente y muy pulido, sin la agresividad de su mentor, el uribismo light, que logró ganar la primera vuelta. Sin embargo, cada día se revela más que en verdad es el candidato de los partidos tradicionales y las maquinarias clientelistas de siempre, que se oponen a la mermelada, pero solo cuando no son ellos quienes la reparten.

Duque sostiene ahora que no quiere hacer trizas los acuerdos de paz, por la simple razón que, en gran medida, ya lo han logrado. El desmoronamiento de la Unidad Nacional en el fast-track el año pasado, fue premonitorio: primero se deslizó Cambio Radical, luego algunos de la U y numerosos conservadores y finalmente unos de lo que ha dejado Gaviria del Partido Liberal. En este mismo orden, están haciendo fila para ingresar a las toldas de Duque. Sumándose a Pastrana y Ordóñez, que no solo quieren detener la paz a como de lugar, sino que añoran las épocas de antaño.

Es el establecimiento en pleno -los mismos con las mismas, como decía Gaitán-, donde predominan los hombres, mayores, blancos y encorbatados. La única medio joven (aparte de Duque) es Vivian, pero con principios morales del siglo XIX. Y por mucha cara diferente que nos muestren, el que manda allá es Uribe, escondido en su finca de Rionegro. Duque no es “el que es”, sino lo que lo rodea y lo puso donde está. Es el país del pasado.

Pero otra visión de país se expresó en la primera vuelta, mayoritariamente, de quienes apoyamos el sí en el plebiscito y le apostamos a la transformación democrática, la lucha contra la corrupción, las diversidades y la equidad, la educación y salud públicas, el cumplimiento de los acuerdos con los campesinos, los indígenas y las víctimas. Yo voté para que esa Colombia del cambio y la esperanza la liderara Fajardo, a quien sólo nos queda expresarle nuestro agradecimiento por la increíble campaña que hizo y felicitarlo por la votación histórica que logró, compartiendo la tristeza por haber estado tan cerca.

Pero lo cierto es que fue Petro quien, en franca lid, se ganó la posibilidad de representar a esta visión de país, y por ello ahora mi voto es por él.

He tenido y tengo diferencias con Petro, y le he hecho críticas, algunas de ellas ampliamente conocidas. Además, me preocupa, como lo dije en mi columna anterior, la polarización y los profundos sentimientos encontrados que genera como figura púbica, independientemente de su querer.

Pero insisto en que el asunto va más allá de los candidatos y tiene mucho más que ver con los proyectos de país y los intereses sociales y políticos que representan. El voto por Petro es un voto a favor de una gran coalición por la paz. Entre más amplia sea, menos riesgo habrá que gobierne solo.

Hoy no me cabe la menor duda de que Colombia está dando un paso gigantesco con los acuerdos con las FARC y, ojalá, en el futuro no muy lejano, con el ELN, lo que nos permitiría abrir un nuevo capítulo en la historia nacional. Hace cuatro años, todos (menos Robledo) votamos, por la paz, a favor de Santos y en contra del candidato de Uribe. ¿Cómo es posible que ahora todos (menos Robledo) no votemos, por la paz, a favor de Petro y en contra del candidato de Uribe?

* * * 

Algunos amigos están optando por el voto en blanco, lo cual es absolutamente respetable. Pero en cada situación, además de su valor simbólico, tiene sus efectos concretos.

Por regla, matemáticamente favorece a quien va adelante, es decir, en esta oportunidad, a Duque.

El voto en blanco no es sólo en contra de ambos candidatos, lo cual es entendible y legítimo, sino también un rechazo a las dos visiones de país que están enfrentadas en estas elecciones cruciales.

Y entre el pasado y el futuro, yo claramente opto por el futuro. Si la opción es entre la guerra y la paz, no lo dudo ni un segundo en escoger la paz. Cuando el dilema es entre la corrupción y la transparencia, entre perpetuar el actual estado de cosas o el cambio, para mí, no hay lugar para la indiferencia ni la neutralidad.

A mis amigos que contemplan el voto en blanco, les pido al menos que lo piensen de nuevo.

danielgarciapena@hotmail.com

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