Zonas azules

Dora Glottman
30 de noviembre de 2019 - 05:00 a. m.

Se llaman zonas azules porque de ese color era el lapicero que tenía a la mano Gianni Pes, uno de los investigadores que las identificó. Así de sencillo es el origen de su nombre. De ahí en adelante son un fenómeno cada día más real, el cual debe ser evaluado en el contexto de la indignación por la desigualdad social y los derechos de la vejez.

Gianni Pes es un científico italiano que a principios de la década de los 90 se obsesionó con las estadísticas de longevidad en algunas aldeas en la isla de Cerdeña. Su interés era la población de centenarios, que además de vivir más vivían mejor que la mayoría de los ancianos en el mundo. El investigador se recorrió las 337 municipalidades de esa región y concluyó que el pueblo donde más y mejor se vivía era Ogliastra. Sacó su lapicero azul, dibujó un círculo sobre esta zona en el mapa y se instaló entre ellos para conocer sus secretos. Así nació la primera de cinco zonas azules.

Mientras Pes y su equipo de investigadores descifraban el porqué de la longevidad en Ogliastra, un grupo de expertos de la National Geographic salió en busca de otras zonas azules. El explorador a cargo de la expedición fue el estadounidense Dan Buettner, quien identificó otras cuatro poblaciones donde cumplir 100 años es normal. Esas son Okinawa, en Japón; Icaria, en Grecia; la península Nicoya, en Costa Rica, y Loma Linda, en California, hogar de una comunidad de adventistas del Séptimo Día.

El motivo por el cual son tan longevos varía de acuerdo con la región, los alimentos que esta produce y la cultura. Sin embargo, existen denominadores comunes. Entre ellos se destaca el sentido de pertenencia. En las zonas azules los viejos viven con sus hijos, nietos y bisnietos. Son una parte integral de la sociedad. Su opinión importa, son necesarios. Viven en comunidades con un sistema de creencias basado en la fe y donde, como dicen en Costa Rica, su vida familiar y espiritual es su “plan de vida”, su razón de existir. Su entorno es rural y sus dietas son mayormente vegetarianas. En estas regiones siguen una regla que en japonés se llama “hara hachi bu”. Consiste en comer despacio y no hasta llenarse. Además, se ejercitan de manera natural, mientras recogen la cosecha, atienden a los animales y caminan hasta donde sus seres queridos. Sus ciclos de sueño los determina el sol, pero entre el amanecer y el atardecer toman una siesta.

Me acordé de las zonas azules por lo valioso de sus lecciones y porque pronto dejarán de ser una excepción. En Colombia el promedio de expectativa de vida no es de 100 años, pero vamos en esa dirección. Por eso el debate sobre las pensiones y la manera justa de cuidar de los ancianos en Colombia y en el mundo es una prioridad.

La esperanza de vida hoy en Colombia es de 76,15 años. De acuerdo con el DANE, en 35 años aumentó en casi nueve años gracias a los avances de la medicina y el cambio de hábitos. La noticia es buena para los que amamos a nuestros viejos y queremos llegar a conocer a nuestros bisnietos, pero económicamente representa un reto enorme para la nación, que debe cuidar de los pensionados y garantizarles servicios de salud a su alcance.

La generación que está haciendo historia es la de los viejos, porque obligan a repensar la responsabilidad que tienen con ellos la sociedad y el Estado. No quiero vivir en una zona azul. Quiero vivir y morir en una Colombia que valore la vejez y a la que aporte en mis años laborales para que cuide de mí hasta mi último día.

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