“Mi hermano Jaime Garzón amaba profundamente la vida y no quería morir, es por eso que intentó en vano hablar con usted, señor general Jorge Enrique Mora Rangel, porque sabía de las dimensiones de su poder. Pero usted no le quiso escuchar… Siempre me he preguntado ¿por qué señor general Mora? Usted cuestionó públicamente a mi hermano pidiendo que se le investigara por su compromiso humanitario de contribuir a liberar personas secuestradas por las Farc, aunque ustedes sabían que actuaba con autorización oficial para establecer dichos contactos”.
Marisol Garzón leyó la declaración hablándole a los ojos al general Mora. Fue el 9 de septiembre de 2014, cuando viajó a La Habana como parte de la segunda delegación de víctimas que llegaba a Cuba para reunirse con los equipos negociadores del Gobierno y las Farc que adelantaban el proceso de paz. Marisol tomó la decisión de ser parte de la delegación con la esperanza de que su voz fuera escuchada y su experiencia sirviera de insumo para las conversaciones en las que aún hoy cree firmemente.
Sin embargo, varias circunstancias le fueron quitando la ilusión y a su regreso a Colombia se estrelló con una realidad que no esperaba: el haber viajado a La Habana le trajo una lluvia de amenazas, críticas y señalamientos de parte de quienes, antes, la veían con cariño. Aun así el martes pasado decidió regresar a Cuba, esta vez para presenciar el histórico acuerdo que las partes firmaron sobre el tema de víctimas. La experiencia la volvió a desilusionar. En entrevista con El Espectador, explica por qué considera que a pesar de lo que muchos dicen y creen, las víctimas no fueron el eje central de lo pactado.
¿Cómo fue esa primera experiencia, en septiembre del año pasado, como delegada de las víctimas en Cuba?
Fue una experiencia importante. Yo redacté una declaración que leí allá. Pero poco a poco fui enterándome de cosas. Antes de viajar, por ejemplo, confirmé algo que sospechaba: que tenían chuzado mi teléfono y mi correo. Después, cuando regresé, vinieron los señalamientos. Antes la gente me veía con cariño en la calle, después de que llegamos una señora casi que le dice al niño con el que iba “no mire a esa vieja”. Sentí eso y sentí dolor. A eso se sumó la inseguridad. A mí me entregó el Estado, la Unidad de Protección, un chaleco antibalas que tengo en mi casa guardado con el forro, y un celular que desarmé porque yo para qué quiero celular si tengo el mío con minutos. También me dieron un papel en el que dice que la policía pasa diariamente por mi casa, pero nunca pasa. Esa es la protección que yo recibí. Uno termina revictimizado.
Cuando terminaron los viajes de las delegaciones hubo un encuentro que reunió a las 60 víctimas que habían viajado a La Habana, pero eso también le dejó un sinsabor…
La reunión se hizo por petición de Naciones Unidas y el propósito era ver qué íbamos a hacer ahora, porque la experiencia como tal en Cuba fue muy interesante. Yo por ejemplo nunca me imaginé que me iba a sentar junto al general (Luis Herlindo) Mendieta y no porque sea de rango sino porque los militares tuvieron que ver con el asesinato de mi hermano. Y sin embargo, el señor es muy buena persona. La guerra tristemente nos volvió uno mismo. Teníamos mucha ilusión pero de pronto la agenda cambió y el centro de atención fue otro: la supuesta asistencia al encuentro del presidente Juan Manuel Santos. El tema nuestro se fue por otro lado y Santos finalmente no llegó. A mí me pareció de quinta que para el presidente, que sigue su proceso de paz, las víctimas somos un cero a la izquierda. Qué le costaba ir cinco minutos y reunirse con nosotros. Nos hubiera escuchado y hubiera quedado como un caballero, pero quedó mal.
¿Y fue después de todas esas experiencias que usted decidió alejarse un poco del tema?
Yo no volví a participar en reuniones de víctimas porque comencé a sentir que se había politizado. Nos han manoseado y lo sentimos así. Para unas cosas sí necesitan que estemos en la foto y para otras no. No volví ni a ruedas de prensa, yo no necesito figurar, no me interesa.
¿Entonces por qué tomó la decisión de volver el martes pasado a La Habana para la firma del acuerdo sobre víctimas?
Cuando a mí me llaman para ir, yo pregunté a qué íbamos y nadie me supo dar razón. Dijeron que nos convocaban la guerrilla y el Gobierno, que supuestamente fueron los que hicieron la lista de víctimas. Me avisaron el viernes a las 7:00 de la noche y les dije que iba a mirar a ver si podía y que quería consultar a mi hermano Alfredo. Le pregunté y luego de consultar decidí que sí iba, que era un momento histórico. Sin embargo, me imaginé una dinámica muy distinta.
¿Por qué, cómo fue esa dinámica?
Pensé que llegábamos y nos dejaban conocer el comunicado del acuerdo. No conocimos nunca el acuerdo y lo oímos cuando se lo leyeron a la prensa. Nos dijeron hasta el orden en que íbamos a entrar y a sentarnos. Las velas esas que había en la mesa las pusieron ellos y nos dijeron en qué momento exacto las podíamos prender, todo como robots. La manipulada fue bravísima. Yo le tengo fe al proceso, pero de eso a que a uno lo cojan y lo manoseen, pues tampoco.
¿Entonces en qué consistió su participación?
Nosotros nos pronunciamos pero ya. Estuvimos ahí de adorno y a mí me dio mucho dolor. Me sentí como un niño de primera comunión que está en su celebración con su velita y su atuendo y está toda la familia borracha, comiendo a costas de él. Y no lo digo por mí como persona, yo represento a las víctimas y a los periodistas. Yo busco que se esclarezca el crimen, no solamente porque Jaime era mi hermano sino por todos los que ejercemos el periodismo. Aquí no nos pueden seguir matando porque se les dio la gana.
Pero incluso el acuerdo se presentó casi como un hecho histórico porque tenía como eje central a las víctimas del conflicto…
Yo acá no tengo ninguna intención de hacerle daño al proceso, creo que hay que seguir esto y ya no puede devolverse, pero a nosotros nunca nos tuvieron en cuenta. Pedimos que dejaran a alguna persona representante de las víctimas, que estuviera allá presente en la mesa de diálogos mientras hacían el acuerdo. Nosotros teníamos derecho a estar, pero nunca nos hicieron caso. Incluso cuando nos reunimos las 60 víctimas, me enteré que la guerrilla había mandado a preguntar que nosotros por qué nos seguíamos reuniendo, como si ellos pudieran decirnos qué hacer y qué no.
¿Qué le dejó la experiencia en La Habana?
Luego de eso uno de verdad se pregunta ¿y a qué fuimos? Yo me vine muy triste. Yo no sé ni siquiera qué fue lo que se firmó. Y eso lo dejamos claro en el comunicado que hicimos, en donde además quisimos que quedara que respaldábamos el proceso de paz pero que no significaba que renunciábamos a la justicia. A mí lo de la reparación, por ejemplo, no me quita el sueño. ¿Qué me van a reparar? A mí no me devuelven con plata a Jaime. Lo que nosotros necesitamos es que haya verdad y justicia.
Pero ya pudo leer el texto completo de lo pactado…
No he leído los acuerdos, pero hay que sentarse a mirar con detenimiento qué implicaciones tienen. Estos acuerdos son complicados. Claro, todos estaban muy sonrientes, desde los militares hasta los guerrilleros, porque eso va a cubrir a todo el mundo. Nuestro abogado incluso me dijo que nos teníamos que reunir para mirar con detalle el tema. Me preocupa porque pareciera que se cobijan los unos y los otros con la misma impunidad. Mire lo que ha pasado con José Miguel Narváez, los militares menos van a pagar por el asesinato de Jaime. Eso me llena de dudas e inquietudes. Nosotros queremos verdad y justicia, pero por el bien de este país somos capaces de decir: “listo, comencemos otra vez a vivir diferente”.