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Cuando conocí a María Rivas, o Maio, como le gusta que la llamen, no sabía mucho sobre ella. Para entrevistarla tenía datos básicos que había averiguado: etnocomunicadora social de la Conferencia Nacional de Organizaciones Afrocolombianas (CNOA) y miembro de Cimarrón Producciones, una productora cinematográfica con enfoque étnico, social y ambiental. También sabía que es estudiante de una maestría en gestión cultural y producción audiovisual. Sin embargo, al verla en la redacción, rodeada de otras personas que representaban a la comunidad afrocolombiana desde campos como la política, el derecho, el activismo social o la ciencia, me llamó la atención que Maio guardaba una postura un poco más analítica mientras todos hablaban, como tratando de ver la conversación desde otro ángulo.
Antes de hablarle, la escaneé a detalle. Aunque parecía analizar todo lo que hablaban las personas a su alrededor, no se mostraba odiosa o tímida, siempre sonreía y se notaba que estaba en confianza, algo que más adelante me daría cuenta de que no es una sensación a lo que esté muy acostumbrada. Su vestir también resaltaba, no porque tuviera muchos colores en su ropa, sino por cómo lucía sus prendas: pantalón, blusa y balaca negras, un sobrepuesto y pulsera con diseño de rombos negros y blancos. La pinta de colores neutros la cortaban sus grandes aretes dorados con la forma del continente africano y la silueta de una mujer dentro de ellos. Su pelo crespo parecía un accesorio más que elevaba el estilo de su ropa y su sonrisa blanca y amplia era un potenciador para su porte.
Me presenté, dije que yo sería quien la entrevistaría y al sentarnos a hablar mostró toda la disposición, pero sin dejar esa aura de análisis que mantenía hasta con sus compañeros. Tras preguntar lo básico como su nombre y su ocupación, fui directamente a indagar por ella como individua. “¿Con quién estoy hablando?, ¿cómo eres tú como persona y como representante afrocolombiana?” —pregunté— inhaló, miró al techo y después de una pausa sin mirarme a los ojos me dio una respuesta que no entendí, porque me habló de su nacimiento en La Guajira, y de cómo en Chocó, de donde viene su padre, fue ombligada; es decir, bajo un árbol fue enterrado su cordón umbilical para afianzar sus raíces y su sentido de pertenencia.
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Cuando se describió supe que esa entrevista terminaría siendo una clase entera para mí, si quería llegar a entender las particularidades de Maio y la población afrocolombiana que, como ella lo había dicho, es amplia y muchas veces invisibilizada. Seguramente no pude disimular mi cara de confusión ante lo que había escuchado, por lo que ella, de la mejor manera y lejos de molestarse, actuó como la más entregada de las profesoras. “Para que lo puedas entender, yo soy una mujer negra afroguajira, nací en Riohacha, entonces al nacer en la orilla del mar, ahí está mi raíz, pero me ombligaron en el Chocó, por eso allí está mi corazón. Y tengo un trasegar a nivel profesional y de academia en Bogotá, y por ende entonces tengo esa particularidad de estar en los diversos territorios y tengo las dos costas”, detalló.
Maio tenía muy claro su origen y me lo dejó claro a mí, pero su explicación ahora iba más allá. Su vida en Bogotá fue un paso más en su lucha por la resignificación afro y la reeducación sobre temas de la población que quienes no pertenecen a ella, no entienden. “Casi siempre cuando a ti te educan en Bogotá las grandes universidades te quieren mostrar que todo nace desde el centro, pero siendo sinceros, en todas las investigaciones del mundo se van y toman fuentes de los diferentes territorios y se avalan porque consiguen los registros académicos, revistas indexadas, pero toda revista indexada tiene una investigación y esa investigación es con una población y esa población no tiene la validez académica, entonces no se le crea hasta que el académico lo dice”, dijo.
La visión con la que Maio llegó a la academia bogotana era muy clara y desde el primer momento marcó lo que sería su lucha como reeducadora: un académico blanco repite lo que dice un gran investigador ancestral en el territorio, pero eso no tendrá validez hasta que alguien del interior lo diga. Maio sabe que ahí radica su trabajo, en ser un puente entre el centro y los territorios, pues asegura que su labor se enfoca en hacer visibles “todos los aportes a la construcción que han hecho de país y no solamente desde la cultura, porque si bien la población afrocolombiana, negra, raizal y palenquera tiene aportes culturales, ha hecho grandes aportes en ciencia, en política, políticas públicas, comunicación, cimientos arquitectónicos, es mucho ese tema”.
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“Huellas de Africanía” es un programa radial dirigido y producido por Maio, el cual ha sido una de las mejores herramientas en su lucha, según me dijo. “Una de las grandes cosas que hacemos en Huellas de Africanía es, todos los temas que tratamos siempre son con enfoque. Para mí es tan importante que para cada tema que se haga haya un representante afro, que así me demoré mil años y me toque correr el programa, te aseguro que te pongo un experto con todos los títulos que sea negro, y si no, no lo hago”.
La condición que usa en su programa radial hace parte de la invisibilización contra la que quiere luchar por cambiar desde que eligió su carrera de Comunicación Social y Periodismo en la Universidad Central. Aunque tenía otras profesiones en mente, como por ejemplo ser internacionalista, su elección no fue un descarte. “¿Cómo fue llegar a elegir esa carrera y enfocarla hacia la visibilización de la población afro de Colombia?” —pregunté— “Cuando inicié todo este proceso yo siempre veía los medios que había en esa época, sobre todo televisión, poca representatividad. Y cuando leía cosas que hablaban en general sobre la población negra, yo decía, pero dicen eso, pero así no vive la gente”, contestó, añadiendo que también tenía una ambición por cumplir, “yo decía, estoy cansada de los estereotipos. Yo espero cambiar. Yo quiero ser la primera en este espacio. Yo quiero generar y hacer esos diálogos, ponerle esa mirada negra, ponerle ese toque negro a todo lo que haga”.
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Su profesión, según cuenta, ha sido el puente “que permite visibilizar lo que pasa en los diferentes territorios del país y articularlo con la sociedad”. Durante la conversación, que parecía más una interesante cátedra sobre la afrocolombianidad, Maio hizo una reflexión sobre su trabajo y reconoció que es solo un escalón para toda su población y mencionó la importancia de “dejar capacidades instaladas”, que significa dejar un referente en algún aspecto antes huérfano de representación negra. “Los niños han empezado a consumir más carreras y más cosas, porque dicen, si ella está allá, yo también tengo el derecho y puedo llegar a ese espacio”, resalta.
El tiempo se nos acababa y la seguridad que transmitía Maio me había embargado. “¿Siempre has tenido ese empoderamiento y ese convencimiento de todo lo que dices?”, pregunté tratando de cerrar la entrevista. “Yo siempre fui como revolucionaria desde chiquita, o sea, una es porque vengo de cuna de líderes, mi mamá es una gran lideresa social, se llama Yamelis Molina Romero, ella es lideresa de Barrancas La Guajira, y ella tiene una organización que se llama Mujeres Afrocampesinas África en mi Tierra. Entonces, ya yo venía de cuna”, contestó sin dudar ni por un segundo de su origen como lideresa.
La entrevista terminó, salimos de la sala, nos despedimos y mientras Maio esperaba entrar al estudio de grabación para hacer un video, se volvió a sentar con los demás representantes de la afrocolombianidad que asistieron ese día a la redacción. Allí, retomó su postura analítica, siempre sonriente, pero mesurada, siempre pensando más allá de lo que está pasando a simple vista.
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