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                                                                                                                              Aída Avella: el miedo de antes es la fortaleza de hoy

                                                                                                                              Luego de 17 años de estar en el exilio en Suiza, Aída Avella regresó a Colombia con la misma convicción con la que comenzó a hacer política: trabajar para que cesen las inequidades del país.

                                                                                                                              Natalia Tamayo Gaviria - @nataliatg13

                                                                                                                              Aída Avella fue una de las cuatro mujeres que integraron la Asamblea Nacional Constituyente de 1991. / Óscar Pérez - El Espectador

                                                                                                                              Un momento de complicidad sucedía todos los días en la casa de los Avella Esquivel en Sogamoso, Boyacá. Efraín Avella, el abuelo, el alcalde del pueblo, el liberal, el lector de Vargas Vila, el feminista en una época en la que los hombres se resistían a darles protagonismo a las mujeres, puntual y diligentemente, aguardaba por la llegada de su nieta, Aída, luego de su jornada escolar en La Presentación.

                                                                                                                              La esperaba para extender las lecciones del colegio, para que el aprendizaje se convirtiera en una constante, para que fuera, más que una alumna destacada, una persona preparada. Sentado junto a una ventana, Aída lo complacía respondiendo quién era el ministro de Obras Públicas o el de Educación, o le leía en voz alta las columnas de Calibán y Klim en El Tiempo, o le declamaba el poema La princesa está triste, de Rubén Darío. La escuchaba con la certeza de que su vida estaría guiada por la terquedad de una mujer inteligente.

                                                                                                                              Le puede interesar: Antanas Mockus, una convicción que no tiembla

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                                                                                                                              Su primer desarraigo fue su llegada a Bogotá para cumplir el deseo de su abuelo: estudiar. “Tenía una dimensión de que, si se educaba a las mujeres, se educaba una familia, mientras que si se educaba a un hombre, se educaba a un individuo”. Aída empezó pedagogía y administración pública en la Universidad Nacional, pero al año sintió que con eso no alcanzaba con mayor profundidad fenómenos de la cotidianidad. Por eso complementó su saber con psicología. “Me faltó el título, terminé las dos carreras. Ya estaba trabajando y muy comprometida con los sindicatos”, dice con un tono fuerte, la prueba de que aún no hay arrepentimientos. 

                                                                                                                              Antes de dedicarse a la vida pública, de ejercer la política y hacerse un nombre en los sindicatos, en la Unión Patriótica y en el país entero, trabajar en el magisterio en Falan, Tolima, y en los jardines del cordón de miseria de Bogotá fue el detonante que la obligó a entender que Colombia era compleja, contradictoria y repulsiva a una transformación profunda, que la Colombia que conoció en Sogamoso o en la Universidad Nacional era un oasis ante la penuria. Escenas como una cueva que hacía las veces de hogar para un niño y su familia, arriba del barrio Egipto en la capital, o un campesino tolimense agobiado que terminó monte adentro con sus hijas por no tener con qué pagar las deudas de la tierra, y ver a los esquizofrénicos amarrados en los portones de las casas por la creencia de que el diablo se iría de sus cuerpos por pura inercia, la llevaron a tener una clarividencia sobre lo cruda que es la realidad.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Vea el especial completo: 132 años El Espectador #SeguimosAdelante

                                                                                                                              La historia a partir de aquí es la que se encuentra en recortes de periódico o en páginas de internet. La Aída incansable, la que reactivó más de 50 sindicatos a lo largo del país. Su modestia y mesura reducen la grandilocuencia de ese pedazo del relato. “En nuestros viajes de trabajo con Planeación, después de las 5:00 de la tarde, nos dedicábamos a hablar con los trabajadores, a conocer sus problemas. Y así fundamos las seccionales que no existían en las regiones. Eso pesó mucho en el paro de 1977”, dice, refiriéndose a aquella jornada en Bogotá en la que los trabajadores, por defender sus derechos, padecieron la represión estatal, que dejó 19 personas muertas, más de 300 heridas y un número tan grande de detenidos que fue necesaria la Plaza de Toros de Santamaría para aglomerarlos.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              “Esta fue una época bellísima del movimiento sindical. En 1985 se fundó la Unión Patriótica (UP) y en 1986 la Central Unitaria de Trabajadores (CUT). Era un momento de mucha unidad”. Su protagonismo en este trasegar de la historia la reconoció como una de las representantes del naciente partido para la Asamblea Nacional Constituyente en 1991 y más adelante como concejal de Bogotá. “Iba de segunda en la Lista por la Vida para la Asamblea. Hablo de 27 años atrás y todavía hoy estamos peleando por lo mismo, porque existen los mismos problemas desde la creación de la UP, incluso hay unos que se han acrecentado”, asegura una mujer que a lo largo de su existencia ha tratado de ser una portavoz de las personas que viven en los rincones más alejados, de esa Colombia que se resiste al cambio. 

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              “Yo hago parte de esta locura”, fue su respuesta a sus hijos y nietos cuando les compartió la noticia. Colombia no ha cambiado y esa es la razón por la cual el cansancio que implica su trabajo en el Senado y la distancia con su familia no la dejan desfallecer en su rebeldía de transformar un país, para que sus nietos, algún día, puedan conocer sin miedo ni sesgos hacia sus raíces. Por eso seguirá luchando, porque el miedo de antes es la fortaleza del ahora. 

                                                                                                                              Aída Avella fue una de las cuatro mujeres que integraron la Asamblea Nacional Constituyente de 1991. / Óscar Pérez - El Espectador

                                                                                                                              Un momento de complicidad sucedía todos los días en la casa de los Avella Esquivel en Sogamoso, Boyacá. Efraín Avella, el abuelo, el alcalde del pueblo, el liberal, el lector de Vargas Vila, el feminista en una época en la que los hombres se resistían a darles protagonismo a las mujeres, puntual y diligentemente, aguardaba por la llegada de su nieta, Aída, luego de su jornada escolar en La Presentación.

                                                                                                                              La esperaba para extender las lecciones del colegio, para que el aprendizaje se convirtiera en una constante, para que fuera, más que una alumna destacada, una persona preparada. Sentado junto a una ventana, Aída lo complacía respondiendo quién era el ministro de Obras Públicas o el de Educación, o le leía en voz alta las columnas de Calibán y Klim en El Tiempo, o le declamaba el poema La princesa está triste, de Rubén Darío. La escuchaba con la certeza de que su vida estaría guiada por la terquedad de una mujer inteligente.

                                                                                                                              Le puede interesar: Antanas Mockus, una convicción que no tiembla

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                                                                                                                              Su primer desarraigo fue su llegada a Bogotá para cumplir el deseo de su abuelo: estudiar. “Tenía una dimensión de que, si se educaba a las mujeres, se educaba una familia, mientras que si se educaba a un hombre, se educaba a un individuo”. Aída empezó pedagogía y administración pública en la Universidad Nacional, pero al año sintió que con eso no alcanzaba con mayor profundidad fenómenos de la cotidianidad. Por eso complementó su saber con psicología. “Me faltó el título, terminé las dos carreras. Ya estaba trabajando y muy comprometida con los sindicatos”, dice con un tono fuerte, la prueba de que aún no hay arrepentimientos. 

                                                                                                                              Antes de dedicarse a la vida pública, de ejercer la política y hacerse un nombre en los sindicatos, en la Unión Patriótica y en el país entero, trabajar en el magisterio en Falan, Tolima, y en los jardines del cordón de miseria de Bogotá fue el detonante que la obligó a entender que Colombia era compleja, contradictoria y repulsiva a una transformación profunda, que la Colombia que conoció en Sogamoso o en la Universidad Nacional era un oasis ante la penuria. Escenas como una cueva que hacía las veces de hogar para un niño y su familia, arriba del barrio Egipto en la capital, o un campesino tolimense agobiado que terminó monte adentro con sus hijas por no tener con qué pagar las deudas de la tierra, y ver a los esquizofrénicos amarrados en los portones de las casas por la creencia de que el diablo se iría de sus cuerpos por pura inercia, la llevaron a tener una clarividencia sobre lo cruda que es la realidad.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Vea el especial completo: 132 años El Espectador #SeguimosAdelante

                                                                                                                              La historia a partir de aquí es la que se encuentra en recortes de periódico o en páginas de internet. La Aída incansable, la que reactivó más de 50 sindicatos a lo largo del país. Su modestia y mesura reducen la grandilocuencia de ese pedazo del relato. “En nuestros viajes de trabajo con Planeación, después de las 5:00 de la tarde, nos dedicábamos a hablar con los trabajadores, a conocer sus problemas. Y así fundamos las seccionales que no existían en las regiones. Eso pesó mucho en el paro de 1977”, dice, refiriéndose a aquella jornada en Bogotá en la que los trabajadores, por defender sus derechos, padecieron la represión estatal, que dejó 19 personas muertas, más de 300 heridas y un número tan grande de detenidos que fue necesaria la Plaza de Toros de Santamaría para aglomerarlos.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              “Yo hago parte de esta locura”, fue su respuesta a sus hijos y nietos cuando les compartió la noticia. Colombia no ha cambiado y esa es la razón por la cual el cansancio que implica su trabajo en el Senado y la distancia con su familia no la dejan desfallecer en su rebeldía de transformar un país, para que sus nietos, algún día, puedan conocer sin miedo ni sesgos hacia sus raíces. Por eso seguirá luchando, porque el miedo de antes es la fortaleza del ahora. 

                                                                                                                              Por Natalia Tamayo Gaviria - @nataliatg13

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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