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La imagen del ministro Roy Barreras rompiendo las hojas en las que estaba impresa la fracasada reforma política no será olvidada fácilmente. Fue impactante, por lo que significa en términos de falta de consenso sobre las reglas de juego de la política y por la incapacidad de los congresistas para lograr acuerdos y para redactar las reformas que se necesitan. De hecho, sería conveniente evaluar cuáles son las modificaciones que están pendientes, porque lo que no hay es consensos ni acuerdos sobre cuáles normas habría que mantener y cuáles deberían modificarse. (Recomendamos: Más análisis de Rodrigo Pardo, este sobre los discursos de balcón de Petro).
Y quizás la pregunta clave es si la modificación de las prácticas políticas se puede lograr con el cambio de las normas. Porque hay evidencias en el sentido contrario: ¿son tan frecuentes los debates sobre reforma política en otros países con más altos niveles de satisfacción frente a la actividad política? En Colombia siempre hay una discusión sobre modificaciones en los textos de las normas, pero el debate más relevante es si existe satisfacción con el manejo de lo público y sobre cómo podría modificarse.
Es claro, por supuesto, que hay coincidencias sobre la necesidad de cambiar comportamientos y que así se podría construir un mayor consenso. Pero una primera discusión debería concentrarse en cómo se modifica la actividad política. Sobretodo en un país que mantiene en forma casi permanente las discusiones sobre reformas. Al menos cabe preguntar si la calidad de la política se puede mejorar con la simple modificación de normas. O al menos cabe preguntar si hoy, con el archivo del proyecto, se busca modificar los comportamientos en la actividad política, más que las normas formales. ¿Es eso? Pues entonces cabría un esfuerzo para determinar, con mayor claridad, qué se debería modificar (y qué no).
¿No hay un exceso de confianza frente a lo que hacen las normas? ¿Realmente se modifican los comportamientos cuando se modifican las reglas de juego? ¿Cuántas reformas políticas se han hecho en Colombia? El debate se ha planteado y no es la primera vez que surge, pero cabría reinventar la forma de mejorar las actividades relacionadas con la competencia por el poder y con el ejercicio del gobierno. Los politólogos le conceden una gran importancia, por ejemplo, al concepto de legitimidad. El nivel de satisfacción pública hacia un gobernante, por decirlo de alguna manera.
Porque otro debate que se da con frecuencia es: ¿cómo se hace un cambio? Hay normas que permanecen años cuya interpretación varía para hacer viable la modificación de algunos comportamientos. Cambiar la ley, o las reglas de juego, contribuye a construir comportamientos deseables, pero no los garantiza.
El asunto, en fin, es complejo. Se entiende que un gobierno como el de Gustavo Petro, autobautizado como de cambio y con características especiales, quiera encontrar caminos, objetivos y formas novedosas para la actividad política y para alcanzar objetivos deseados y postergados. Por el actual presidente votaron más de 11 millones de colombianos (el registro más alto en la historia del país) inspirados en concepciones asimilables a palabras como “cambio” y “reformas”. Un país que elige a un mandatario como Petro quiere rumbos nuevos que vayan más allá de un slogan publicitario.
Y habrá que pulir ese -¿gastado?- léxico del cambio, con algo de mayor credibilidad y confianza. Lo cual equivale a preguntar si lo que se necesita es otro proyecto de ley que reemplace al que rompió Roy Barreras, o si valdría la pena más bien repensar el concepto de cambio, para que no se vuelva a limitar a un planteamiento de discurso sino que incorpore normas legales, por supuesto, y también construcción de consensos y renovación de prácticas.
Porque hay señales de que los ciudadanos le piden al presidente Petro un gobierno que va más allá de la “bandera del cambio” para acercarse más al “cambio real”.
* Periodista y excanciller de Colombia.