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Usted ha sido figura pública conocida por su franqueza. ¿Cómo toma las declaraciones del presidente, también francotas y crudas, en el sentido de que “cometió un error político inmenso” cuando la nombró primera ministra de Agricultura del actual cuatrienio, y cuando nombró, al tiempo con usted, a los ministros de Hacienda y Educación, José Antonio Ocampo y Alejandro Gaviria?
Con gran sorpresa, debido a que hace casi dos años que el señor presidente nos sacó del Gobierno, y después de ese día nunca volví a hablar con él. Me asombra que, dado que esta administración fue en la que menos tiempo estuve, el jefe de Estado aún me tenga en mente. No me había sucedido algo parecido en los otros cinco gobiernos en que participé. Además, me desconcierta la gran contradicción que destapan sus declaraciones contra nosotros: mientras habla de sus éxitos económicos, “el desempleo baja, la economía crece”, etc., nos culpa de haberlo saboteado. No entiendo bien, pero sí sé que las dos premisas, la del presunto éxito económico y la del supuesto saboteo en la misma área, no se presentan simultáneamente. Me pregunto si cuando nos culpa del fracaso, implícitamente, está aceptando el suyo.
En efecto, el presidente aseguró que ustedes “terminaron saboteando el programa de gobierno” cuando le vieron “la cara de pendejo”, una expresión inusual para ser pronunciada públicamente por un mandatario. En su caso particular, ¿usted intentó desarrollar sus tesis agrarias y su ideología liberal por fuera de las instrucciones presidenciales? ¿Actuaba como rueda suelta?
Nada más alejado de la realidad. Me parece inconcebible que a estas alturas se afirme algo tan absurdo, especialmente porque el presidente sabía que mi propuesta rural de 2006 era muy parecida a la suya. Cuando acepté el ministerio lo hice porque compartía, totalmente, su visión sobre cómo debía hacerse la reforma rural integral. De hecho, desde cuando éramos senadores, coincidimos en que mientras la tierra improductiva siguiera siendo barata, los grandes terratenientes jamás aceptarían una reforma agraria. Por esta visión compartida sobre el sector rural y el abandono de su población, creí que me había ofrecido el Ministerio de Agricultura por encima de personas de su grupo político que aspiraban a ese cargo. Tenga en cuenta que yo llevaba más de 24 años fuera del sector público, que no representaba a ningún partido político y que estaba dedicada a la investigación.
Aunque no se lo propusiera ni quisiera “sabotear” el programa oficial, ¿se alejó en algún momento de las instrucciones que el presidente quería desarrollar en el campo?
No. Nunca me alejé de su visión y menos de sus instrucciones. Él me fijó una línea: compra de tierra por las buenas, y con el catastro multipropósito como instrumento de presión; y yo las seguí sin desviarme ni medio milímetro. Tan es así, que el primer acto oficial de la reforma agraria, el 8 de octubre de 2022, fue la firma del acuerdo con Fedegán entre el señor presidente y el doctor Lafaurie. En ese evento se plasmó, con claridad, la estrategia del Gobierno en esta materia. Si el jefe de Estado no hubiera estado plenamente convencido del acuerdo, no se hace presente, ni firma. Y en el caso de que yo me hubiera apartado de sus instrucciones, ese habría sido el momento de decirme que le estaba saboteando su proyecto. No ahora, después de dos años de haberme separado del cargo.
¿Por qué el acuerdo con Fedegán habría sido la oportunidad para que le expresara su descontento con usted?
Porque con la firma del acuerdo ratificó que ese era el tipo de estrategias que su administración aspiraba a fomentar y a desarrollar: compra de tierras, no su expropiación.
Ciertamente, el presidente mencionó la reforma agraria en el consejo de ministros en que la criticó a usted. ¿Hoy acepta que sus conceptos sobre esa materia, así no los hubiera puesto en marcha, difieren de la concepción de quien hoy representa el Estado?
No. No lo acepto porque, desde mi punto de vista, el presidente y yo estábamos completamente alineados hasta el 14 de marzo de 2023. ¿En cuál momento él cambió su criterio sobre cómo hacer la reforma? No estoy segura, pero después de siete meses de trabajar en 26 artículos del sector agrario para incluirlos en el Plan Nacional de Desarrollo, me enteré, ese día, de que Gerardo Vega (director de la Agencia Nacional de Tierras, ANT) y Laura Sarabia (jefa de despacho de la Casa de Nariño) querían introducir un nuevo artículo que permitiría la llamada “expropiación exprés”, muy distinta a la que permiten la Constitución y la Ley 160/94 porque obviaba el debido proceso con tal de poder expropiar predios en 14 días. Por eso hice lo que haría cualquier funcionario que ya no comparte la visión de su jefe: renuncié irrevocablemente.
Pero el presidente no le aceptó en ese momento su renuncia, según usted contó después. ¿Por qué la retiró un mes más tarde, en abril del 2023?
No lo sé. Cuando Laura me llamó, en marzo, para informarme que el presidente me pedía que no renunciara, y que se iba a retirar ese artículo, creí que él y yo seguíamos en la línea inicial. Hoy, tras casi dos años de mi salida, tengo otra interpretación, puesto que han tratado de presentar versiones diferentes de la “expropiación exprés”, por lo menos en cuatro oportunidades. Incluso, intentaron revivirla una semana después de que el presidente me botara. A partir de ese momento, nuestros conceptos sobre la reforma rural integral ya no eran los mismos. No obstante, continué defendiendo su idea original y su promesa de no expropiar. En otras palabras, no fui yo la que cambió de ideas.
Entonces, ¿sigue creyendo que el presidente tenía intención de expropiar? Si eso fuera así, ¿por qué aún no lo habría hecho?
Sí creo que el Gobierno planeaba utilizar esa figura. También creo que esa idea proviene del ala más radical de la administración actual, que ha ejercido presión para lograr su aplicación. No se ha ejecutado porque el país no lo ha permitido y porque la democracia ha sido más fuerte.
Este año hemos tenido, en Colombia, la novedad de la transmisión en directo de los consejos de ministros. ¿Las reuniones con el presidente a las que usted y sus colegas de gabinete asistieron eran tan movidas como las que hemos presenciado?
No, definitivamente no. Parece extraño, pero siento que estuve en otro gobierno y con otro presidente. En los consejos del comienzo de la administración Petro, el grueso de los debates los dábamos los ministros y el jefe de Estado intervenía solo cuando el tema le interesaba. Aunque las discusiones entre nosotros —los tecnócratas y los activistas— eran fuertes, siempre fueron respetuosas y constructivas. Y el presidente nunca, que yo recuerde, descalificó a nadie. Cuando, por ejemplo, se discutió la reforma a la salud, hubo momentos muy difíciles y, por primera vez, sentí el menosprecio de los activistas por los tecnócratas. Obviamente, cada grupo defendía, con firmeza, sus argumentos. La situación cambió de color cuando trataron de tildarnos de neoliberales. Pero el mandatario bajó el tono y retomó las riendas. Por esa experiencia que viví en persona, me cuesta ver lo que hace y creer lo que dice hoy en los consejos televisados. Jamás vi a Petro tan protagonista o tan agresivo como ahora. En serio, el de hace dos años y medio era otro presidente.
¿A cuáles factores cree usted que se deben los cambios en este “otro presidente”: la frustración, la confusión, la desilusión o el exceso de poder?
Tengo que reconocer que no entiendo el cambio radical en la personalidad del presidente de hoy con respecto al que conocí cuando trabajé con él. Me hago mil conjeturas para explicármelo: por la agresividad que muestra y las peleas permanentes que casa, me atrevo a pensar que su frustración debe ser altísima porque, en su fuero interno, reconoce que se están acumulando los problemas no resueltos en el país; que las presiones de su grupo más cercano sumadas a la de sus aliados que le exigen el pago de la deuda de haberlo ayudado a ganar son tan inmanejables, que no le permiten reaccionar, o que el incumplimiento de sus promesas de campaña frente a la cercanía de la terminación de su período lo tiene agobiado; o todas las opciones anteriores.
Puntualmente, ¿cómo manejaba el presidente los consejos de ministros de comienzos del gobierno y cuál era la relación con los miembros del gabinete?
La escasa comunicación directa del presidente con sus ministros ha sido una constante y eso puede explicar gran parte de los problemas que se notan, ahora, en medio de los regaños. Antes, todos, presidente y su equipo, vivimos una relación más cordial y respetuosa. Las escenas que se muestran, en directo, por la televisión son completamente distintas. Es como si el presidente tuviera que demostrarle al país que él es el jefe y que tiene el control absoluto sobre su gabinete.
¿En cuáles aspectos ha cambiado Petro: en su forma de tratar a los demás, en su personalidad o en sus programas de Gobierno?
Lo más notable es el cambio en la relación pública del presidente con su equipo. Ahora es evidente que su círculo de Gobierno solo está conformado por aquellos a quienes considera obedientes. Sin embargo, los descalifica ante el país y los debilita. Además, también ataca a grupos de funcionarios, como los del Ministerio de Hacienda, sin caer en cuenta de que deja la impresión de que el control de los sucesos no está en sus manos, sino en las de sus enemigos internos en las instituciones. Con ello solo logra socavar su autoridad ante el país. De otra parte, no sé si fui ingenua cuando creí —y por eso lo acompañé— que sus programas eran progresistas pero no radicales. Los de hoy pueden ser calificados como extremistas. Para él, todos los economistas somos neoliberales; la educación universitaria tiene que ser pública y el Estado debe manejar la salud. Me pregunto ¿qué lo alejó de las posturas conciliadoras que la prensa internacional destacaba como su gran virtud? Hoy lo juzgan duramente.
En calidad de analista técnica más que de política, ¿cuáles avances, debates o discusiones de la agenda pública rescataría del actual Gobierno y cuáles son, para usted, las fallas principales de la administración en la evaluación que ya se puede hacer por estar en la recta final?
Siempre le he reconocido dos grandes méritos: darles voz a quienes nunca la han tenido y haber incluido, para siempre, en la agenda nacional dos temas cruciales: la desigualdad, pecado de esta sociedad colombiana, y la sostenibilidad ambiental, tema que no había logrado la prioridad que merece. Al mismo tiempo, con toda honestidad, debo reconocer, y las cifras lo demuestran, que estos dos objetivos no muestran avances reales. ¿Por qué no? Esa respuesta la dará la historia. Pero mientras tanto, solo caben más preguntas: ¿el presidente creyó que el cambio solo sería posible si se partía de cero y se debía destruir todo para construir de nuevo? ¿Supuso que su ideología era tan fuerte que bastaba para incentivar la capacidad de ejecución de sus funcionarios y para dar resultados? Aparentemente, sí.
Se ha extendido la opinión sobre el presunto desconocimiento del Estado y del arte de gobernar por parte del presidente y de sus funcionarios más cercanos. ¿Está de acuerdo con esa tesis?
Sí, parcialmente. En mi opinión, muchos de los problemas más graves de esta administración surgen del desconocimiento del Estado y del desprecio de sus funcionarios por la institucionalidad. Para cambiarlos, hay entender muy bien cómo funciona el aparato oficial y que no es tan fácil modificarlo como el acto de “soplar y hacer botellas”, según reza la expresión popular. Lo más desconcertante es que el presidente, que sí conoce el Estado por su experiencia como congresista y alcalde, también haya insistido en que las cosas se hagan más rápido de lo que se puede. Esa no es, precisamente, la fórmula del éxito. Otra barrera importante que noto es la de que, mientras él recibió un país con funcionarios entrenados durante 20 y más años en gobiernos pasados de distintas tendencias, su equipo no se constituyó con tiempo ni se preparó para gobernar. Además, veo una barrera más, que debe ser muy dolorosa para él, y se resume en el dicho “el poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Infortunadamente, el presidente no ha sabido o no ha podido frenar a los corruptos.
¿Usted incluye al presidente entre los corruptos?
No tengo evidencia para afirmar eso.
Del otro lado, ¿cómo califica a los opositores tanto del Congreso como de los partidos? Parecen desconcertados y sin discurso propio aparte de que, también, contaminan el ambiente político con un lenguaje igualmente provocador e insultante.
Cuando un país tiene tantos problemas sin que intente llegar a una solución clara y consensuada, se hace más evidente que todos los actores de la sociedad, sin excepción, tenemos una dosis de responsabilidad. No se puede desconocer que Colombia siempre estuvo manejada por una élite económica y política que se turnaba, en cada cuatrienio, entre gobierno y oposición. El ascenso de la primera administración de izquierda rompió en dos esa historia. Se invirtieron los papeles y mientras los gobernantes tradicionales pasaron a la oposición, la oposición se enfrentó a responder por el gobierno. Hasta 2022, siempre hubo un frente nacional. Al romperse ese frente, reinó el desconcierto entre quienes por primera vez quedaron fuera del poder. Y entre quienes llegaron a él también hubo perplejidad. Por eso, el papel de la oposición no ha sido constructivo sino coyuntural y reactivo, y ha desconocido los inmensos retos que las prioridades del gobierno Petro impone, sin dar espacio para encontrar sitios comunes. El Gobierno actúa del mismo modo porque, como ganó las elecciones, cree que puede forzar la aprobación de sus reformas sin llegar a acuerdos.
Lastimosamente, el nivel del debate público y parlamentario está en su peor estado…
Cierto. El Congreso ha perdido su majestad y el Gobierno también. En el Congreso ya no existen los grandes debates en los que tuvimos la suerte de participar el presidente y yo; esos debates que desconcertaban al gobierno de turno porque los argumentos eran tan fuertes y bien argumentados, que eran difíciles de rebatir. Hoy, en las discusiones en el Capitolio solo se oyen gritos y peleas y son pocos los congresistas que se preparan con teorías sólidas para defender su posición o para hacer una oposición seria. El cambio que necesita Colombia también se requiere en el Congreso.
“Creí que me unía al presidente su visión de país”
Usted ha sido catalogada como liberal de izquierda pero parece lejos de la izquierda del mandatario ¿Cuáles son las diferencias entre sus posiciones y las del presidente?
Me considero una socialdemócrata lo que, para muchos, significa ser una liberal de izquierda. Mi norte político es la democracia, respeto la separación de poderes y creo en la importancia de los pesos y contrapesos. La inclusión social siempre ha sido mi obsesión, y después de mis hijos y nietos, la población rural es mi otro gran amor. Creí que esas características eran las que me unían a la visión de país que impulsaba el presidente. Pero, ingenuamente, olvidé que, detrás, había una coalición de partidos políticos con intereses propios y con “derechos adquiridos” sobre él. Así comenzaron a notarse las diferencias que antes imperceptibles. Hoy me separan de Petro su concepción de la democracia; su manera de dividir el pueblo entre “su pueblo” y el resto de los colombianos que somos tachados de fachos, neoliberales, nazis, traidores, tecnócratas, etc. Me asombra su llamado a salir a manifestarse cada vez que uno de los otros poderes ejerce sus funciones. Pero, sobre todo, me frustran los resultados porque el cambio que el país necesita y puso en sus manos, no se va a dar.
“No estoy con nadie y no apoyo a nadie… por ahora”
Cuando se retiró abruptamente del Gobierno, ¿su vida profesional quedó en pausa?
Nunca he puesto mi vida en pausa. Cuando salí del Gobierno, tomé 3 semanas para descansar y digerir lo que había pasado pero muy pronto regresé a mi mundo habitual de los últimos 25 años: la academia. Sé que muchos no me ven en el espacio pedagógico y muy pocos aceptan que no soy política sino académica. La investigación siempre ha estado en el centro de mis prioridades, y por ello, desde 2010, cuando terminé el periodo en el Senado, fundé CiSoe, un centro de pensamiento internacional dedicado a temas económicos y sociales.
Hoy, ¿tiene actividades políticas?
No estoy en la militancia política pero sigo siendo una ciudadana activa cuando opino. Como dije, mi foco central actual es la investigación y el análisis del país y de América Latina, y sigo atenta a este complejo momento que se vive en el mundo. Cuando renuncié al partido Liberal en 2010, decidí que mi independencia analítica le sirve más al país sin comprometer los principios liberales que son parte de mí, aunque muchos los hayan olvidado o no los conozcan. Como no logro entender ni comparto la forma que ha tomado el ejercicio de la política, no estoy con nadie y, por ahora, no apoyo a nadie.
