Crónica: Ni el frente 47 de las Farc ni el COVID-19 encerraron a “Nancito”

En los tiempos de las negociaciones de paz de Pastrana, al municipio der Argelia, Antioquia, lo llamaban el “Caguancito antioqueño”. Por ese entonces, el frente 47 de las Farc impuso su ley. Así se vivió ese momento de guerra, y se vive hoy la cuarentena, a través de la cotidianidad de un personaje típico del pueblo.

James Alzate / @Jamesestiven
11 de abril de 2020 - 02:00 p. m.
Hernán Loaiza, “Nancito”, sigue deambulando hoy por las calles de Argelia, vacías por la cuarentena nacional.  / José Dubán Pérez
Hernán Loaiza, “Nancito”, sigue deambulando hoy por las calles de Argelia, vacías por la cuarentena nacional. / José Dubán Pérez

Las puertas rojas del bar Alcalá, en el municipio de Argelia de María, en el oriente de Antioquia, se encuentran cerradas. Sobre ellas, Hernán Loaiza Gómez, acompañado por dos perros callejeros, se recuesta a esperar que la cuarentena nacional pase y las rejas vuelvan a subirse para invitar a los demás adultos mayores del pueblo a tomar tinto. 

La última vez que este municipio, a 157 kilómetros de Medellín, tuvo las calles vacías, el comercio paralizado y las personas escondidas en sus casas fue en 1999, bajo la presidencia de Andrés Pastrana, cuando Argelia entró en zona de despeje y se convirtió en el “Caguancito de Antioquia”. 

El 7 de agosto de ese año los pobladores amanecieron sin Fuerza Pública: la Policía no dejó ni el recuerdo en el recién comando que se había construido y las cantinas, tiendas de abarrotes y lugares públicos, que eran habitados por arrieros, campesinos, ganaderos y personas dedicadas a actividades de sombrero, botas y machete, pasaron a ser ocupadas por guerrilleros del frente 47 de las Farc, al mando de Elda Neyis Mosquera o Nelly Ávila Moreno, alias Karina.

El encierro obligatorio a causa de la violencia fue intermitente por varios años. Según el Centro Nacional de Memoria Histórica y el Registro Único de Víctimas, más de 20 mil personas fueron desplazadas del municipio, siendo mucho más fuerte este fenómeno entre 1999 y 2007, acrecentado además por el arribo de los paramilitares al mando de Ramón Isaza y alias MacGyver, y en 2005 por el paro armado que duró cerca de dos meses en la vía que de Sonsón conduce a Argelia, impidiendo la llegada de alimentos al pueblo. En esos días, la gente vivió de lo que cultivaba o lo que podía: una cuarentena a causa de los grupos armados.

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“En 1999, sin la presencia de Ejército ni Policía, los del frente 47 convocaron al pueblo a un cabildo abierto en el parque principal, donde dictaron reglas, normas, medidas y tarifas a comerciantes y vendedores, y reclutaron jóvenes y armaron milicias urbanas. Ahí empezaron a correr ríos de sangre por las muertes masivas. A las mulas que antes cargaban café ya se les amarraba los cuerpos de los difuntos para trasladarlos desde las veredas hasta el cementerio local y darles cristiana sepultura”, cuenta Henry Mauricio Monsalve, actualmente concejal de Argelia.

El único que tenía salvoconducto y estaba exento de las medidas tomadas por alias Karina y su gente para pasearse por las calles del pueblo sin ningún problema era Hernán Loaiza, a quien de cariño le dicen Nancito. 

Y hoy, 21 años después, a pesar de las medidas tomadas por la Alcaldía y el Gobierno Nacional ante la presencia del COVID-19, este hombre de 56 años, que habla mimado producto de una meningitis y que es coleccionista empedernido de monedas extranjeras, tampoco se queda en casa. Ni el frente 47 de las Farc ni el coronavirus lograron que Nancito dejara de salir con zurriago, camisa y pantalón bien planchados, y zapatos negros, a buscar con quién entretenerse; solo que esta vez, al igual que en 1999, no se encontró con nadie para conversar.

“Hernán nació el 19 de diciembre de 1964 en la finca La Perica, de la vereda Villeta Florida. Cuando tenía un añito de vida, jugando en el patio de la casa, comió tierra, mientras nuestro padre secaba un café. Por la noche se enfermó mucho y el parte médico que dio en ese entonces el doctor Suárez, en el municipio de Sonsón, fue que Nancito había ingerido una bacteria o microbio que le produjo la meningitis y le afectó el habla”, dice su hermana Aracely Loaiza Gómez, religiosa de las Hermanas Carmelitas.

Con el paso de los años, Hernán se convirtió en un personaje típico del pueblo, pues se la pasa en los bares y cantinas haciendo alarde de sus monedas de países como Estados Unidos, Brasil, Costa Rica y otros. En algunas ocasiones corretea con su zurriago a jóvenes “cajones” —por decir cansones—, que le quitan las monedas que él, con una habilidad propia, pone a bailar sobre las mesas de los sitios que frecuenta.

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Para la época de la violencia, que se extendió hasta 2008, cuando Karina se entregó al Ejército en la vereda La Soledad, de Sonsón, Hernán trabajaba cargando costales con papa, maíz, zanahoria, pacas de panela y otros víveres y enseres, en la plaza de mercado que se armaba en el parque principal de Argelia los días viernes, sábado y domingo. 

Los milicianos a quienes él conocía, porque estudiaron o crecieron juntos, andaban de civil y armados, sin embargo, para Nancito solo eran muchachos “cajones”, a los cuales correteaba e intentaba pegarles con su látigo, que tiene un lazo largo y medio rollo de alambre quemado en la punta para, como dice él, “marcar” a quienes lo molestan.

Alias Camilo, Martín, Moña y Rojas corrieron de la huida de Hernán. Más de una vez lo amarraron a algún árbol o poste como muestra de autoridad y para que dejara de molestarlos, hasta que algún familiar o amigo se atreviera a interceder por él. Alguna vez tuvieron que hablar directamente con la comandante del frente 47, Karina, porque iban a matar a Nancito. 

“Cuando Argelia fue zona de despeje se resume de la siguiente manera: en ese agosto del 99 me encontraba en Medellín, y un día después de que dejaran el municipio sin Fuerza Pública, me encontré en Arrieros, Mulas y Fondas, evento de la Feria de las Flores, al entonces gobernador de Antioquia, Alberto Builes Ortega, y le pregunté por qué no me habían avisado lo que estaban haciendo. Él me contestó que por hacerle un bien al pueblo”, relata José Luis Granada Pérez, alcalde de Argelia entre 1998 y 2000.

Una de las explicaciones del mandatario departamental fue que si Argelia no era desocupada, viviría una toma guerrillera similar o peor a la que había vivido el municipio de Nariño el 30 de julio de 1999, es decir, ocho días antes del despeje.
Ese ataque al municipio vecino dejó casi todo el parque principal destruido; 16 personas asesinadas, entre las que se encontraban nueve policías y seis civiles; ocho uniformados fueron secuestrados y 16 nariñenses heridos. La acción militar, liderada por alias Karina, comenzó un viernes a las 4:00 de la tarde y finalizó el domingo en horas de la mañana. Cuando los guerrilleros abandonaron el casco urbano, cerca del 80 % del pueblo estaba destruido y, posteriormente, 9 mil personas salieron desplazadas. 

“El lunes 9 o martes 10 de agosto de 1999 llegué a Argelia. En ese momento mi oficina quedaba en la Casa de la Cultura, al estar allí, llegó alias Moña, que era el terror de todo el mundo —la gente lo veía y cerraba los negocios cuando se daban cuenta de que estaba por ahí— y me notificó que eran ellos los que mandaban. El viernes de esa semana empezó a gritar duro las medidas que estaban tomando y lo hacía así para que yo escuchara”, agrega el exalcalde de Argelia.

A finales de 1999, Builes Ortega anunció que la Policía había regresado al municipio de San Francisco, que también era zona de despeje, y que en los próximos días llegaría a Argelia. El alcalde, quien fue secuestrado tres veces (dos por las Farc y una por el Eln), sabiendo que la Fuerza Pública también regresaría a su municipio, viajó a Medellín a hablar con el gobernador. El frente 47 lo buscaba para avisarle que iban a dinamitar el comando del pueblo, creyendo que la Policía volvería allí. Pero no lo encontraron. 

“Cuando regresé de nuevo a Argelia me dijo alias Martín que me buscaron por cielo y tierra para decirme que iban a estallar el comando, que era muy nuevo, y que ni alcanzamos a inaugurar porque la Policía se fue y la guerrilla llegó a instalarse en él. Y como vivía cerca, querían proteger mi vida”, recuerda Granada Pérez. Al fin, la estación de Policía sí fue dinamitada y los guerrilleros siguieron viviendo en las ruinas de su propio ataque.

Hoy las calles de Argelia de María vuelven a estar deshabitadas: el mismo silencio y la zozobra de los días violentos se apoderan de sus habitantes. El único que sale despreocupado es Hernán Loaiza, Nancito, a encontrarse con los negocios cerrados. Dice su hermana Aracely que él no entiende muy bien qué es eso de la cuarentena y demás medidas para prevenir el COVID-19.

“Nancito debe tener ahorritos, ya que por estos días los amigos que él invita a tomar tinto están encerrados. Y aunque el tinto valga $500 o $1.000, él no paga más de $300 por él”, agrega el concejal Henry Mauricio Monsalve entre carcajadas.
Esmeralda Arango, quien hace 15 años atiende en el bar Alcalá, ve cómo Hernán Loaiza llega y encuentra las puertas del negocio cerradas por la cuarentena: “A mí me da mucho pesar verlo ahí, porque no tiene con quién alegar. Él es el hombre más querido de Argelia, como él no hay igual, no vuelve a nacer uno como Nancito. Yo lo entro pa mi casa y le doy tinto con tostadas y le digo que se vaya pa la casa de él, pero me dice que no, que está muy temprano y que por la noche se va”.

La cotidianidad de este municipio al oriente de Antioquia está marcada por Nancito. En el parque principal lo esperan para charlar y jugar con él. Por el momento, dice el actual talcalde de Argelia, Edwin Quintero López, que si bien Hernán no tiene permiso para circular, “por su condición se le permite estar unas cuantas horas por ahí, y él, al no ver gente, se aburre y se va”. Nancito, después de sentarse sobre la reja roja del bar a acariciar los perros, espera que las horas pasen para regresar a su casa y que la cuarentena nacional termine para volver a ver a sus amigos.

Por James Alzate / @Jamesestiven

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