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De Biden-Putin a Duque-Maduro

La diplomacia y el diálogo son más importantes cuando hay diferencias. Y Colombia y Venezuela tienen muchas.

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Rodrigo Pardo/ *Especial para El Espectador
20 de junio de 2021 - 02:00 a. m.
Por cuenta de Iván Duque y Nicolás Maduro, “Bogotá y Caracas se han convertido en modelos antagónicos”, dice el analista. / Presidencia - EFE
Por cuenta de Iván Duque y Nicolás Maduro, “Bogotá y Caracas se han convertido en modelos antagónicos”, dice el analista. / Presidencia - EFE
Foto: Presidencia - EFE
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El norte y el sur, definitivamente, tienen maneras diferentes de ver la realidad. Esta semana el mundo volvió a ser testigo de una nueva cumbre entre las cabezas de los gobiernos de Estados Unidos y Rusia. El recién llegado Joe Biden y el experimentado Vladimir Putin. Una imagen conocida, a pesar de las dificultades que caracterizan las relaciones entre los dos Estados. Un valioso esfuerzo de comunicación que vuelve a generar esperanzas.

La historia conocida es tan compleja, que desde que empezó la Guerra Fría, después de la Segunda Guerra Mundial, Washington y Moscú han desarrollado todo un conjunto de instrumentos para el manejo de sus relaciones. Las cumbres son solo uno de ellos. Existen desde mediados del siglo pasado.

La semana pasada se llevó a cabo la última, apenas cinco meses del cambio de gobierno en Washington y de la consiguiente llegada al poder del demócrata Joe Biden. Su contraparte, Vladimir Putin, fue uno de los pocos líderes mundiales que vio con buenos ojos algunos aspectos del saliente gobierno de Donald Trump -aunque también tuvo diferencias y hasta tensiones con él-.

Además de estas summits, Washington y Moscú tienen otros instrumentos puestos en marcha para minimizar tensiones y manejar riesgos. El famoso teléfono rojo, que comunica a las dos sedes del gobierno, ha sido otro aparato construido con el fin de reducir tensiones. Las relaciones difíciles -con momentos críticos, casos de espionaje, guerra fría y carrera armamentista- no han llevado al rompimiento de lazos formales, sino a su conservación y a la construcción de mecanismos adicionales y novedosos. La lección que han dejado las dos grandes potencias es que cuando hay problemas se necesitan más instrumentos de comunicación. No menos. Cumbres, teléfonos rojos y enormes sedes diplomáticas en Washington y en Moscú.

Qué contraste con América Latina. Aquí, cuando hay problemas, no se abren canales ni se inventan, sino se cierran. Colombia y Venezuela, dos países con origen común -que fueron parte de uno mismo en algún momento- hace más de tres años no tienen relaciones. Ni siquiera las sedes consulares, cuyo objetivo no es servir como instrumento de interlocución con otro país, sino prestar servicios a los nacionales. La amplia población colombiana en Venezuela demanda acciones de su Estado. Había 15 en toda Venezuela que ahora tienen sus puertas cerradas.

Bogotá y Caracas se han convertido en modelos antagónicos y están alineados en orillas opuestas de las grandes alternativas políticas del momento. La democracia de Washington y el socialismo del siglo XXI de Caracas son incompatibles. Los gobiernos no tienen relaciones. No hay cumbres ni diálogo. De manera unilateral, la administración de Iván Duque en buena hora puso en marcha un plan para albergar venezolanos que huyen de su país. Al menos 813.000 se han registrado en el proceso previsto para acogerse al Estatuto Temporal de Protección a Migrantes creado por el Gobierno colombiano. La semana pasada se conocieron algunas de las características de esta población y de sus condiciones de vida, y las perspectivas son dramáticas. A pesar de esos esfuerzos del Gobierno crece la población migrante y se hacen más difíciles sus características de convivencia.

La migración es la manifestación más angustiosa del mal momento que caracteriza las relaciones bilaterales. Pero no es el único. La amplia población de colombianos, con años de raíces en el otro lado de la frontera, la está pasando mal, por las desastrosas condiciones de la economía y por las dificultades para conservar sus lazos familiares a este lado de la frontera. Los venezolanos siguen buscando lo que encontraban en su país cuando optaron por desplazarse a Colombia. Y los canales de comunicación entre Bogotá y Caracas se necesitan para tratar asuntos derivados de la compleja interdependencia que existe entre los dos países.

Las declaraciones de Joe Biden y Vladimir Putin, después de su encuentro la semana pasada, no fueron propiamente eufóricas ni optimistas. Más bien cautelosas. Pero, al menos, se abrieron canales de esperanza que se esperaban con ansiedad en ambos países. ¡Qué falta hacen senderos semejantes en Colombia! Vale decir: dos países interdependientes no pueden, sencillamente, estar aislados. Necesitan canales de comunicación. Y si hacen falta ideas, ahí está el ejemplo de Washington y Moscú. Cuando hay diferencias se necesitan más -y no menos- canales de comunicación. Y Colombia y Venezuela tienen muchas.

* Excanciller y periodista.

@RPardoGP

Por Rodrigo Pardo/ *Especial para El Espectador

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