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A cinco días de que se reanuden los diálogos de paz entre Gobierno y Farc en La Habana (Cuba) y en momentos en que el presidente Juan Manuel Santos trabaja a puerta cerrada con su equipo negociador y sus asesores la hoja de ruta para encarar la recta final del proceso de paz, ya se habla del papel que jugarán las víctimas una vez se firme el acuerdo de fin del conflicto.
Es por esto que 42 de las 60 víctimas que viajaron a la mesa de diálogos de La Habana entre 2014 y 2015 se reunieron el martes pasado con el alto comisionado para la Paz, Sergio Jaramillo, para discutir la manera como podrán contribuir a alcanzar una verdadera reconciliación. Al final, Jaramillo sostuvo que “los acuerdos de La Habana tienen que contar con la vigilancia de las víctimas”.
De igual manera, este grupo de víctimas ya planea servir a la mesa de conversaciones para hacer pedagogía del proceso e impulsar la refrendación de los acuerdos. Una tarea que no es menor y plantea retos urgentes, como la creación de una estrategia nacional que acerque a los colombianos al proceso y les permita entender su alcance.
Para la líder wayuu Débora Barros, una de las víctimas de la masacre de Bahía Portete (La Guajira), el debate pasa por la búsqueda de un mecanismo que establezca cómo se hará dicha pedagogía y a través de qué estrategias. Para ella, la guerra se ha desarrollado de forma diferente en las regiones del país y por tanto las condiciones para la socialización de la paz no pueden ser las mismas.
“Se habla de la paz territorial y por eso es importante establecer qué tipo de pedagogía se va a hacer, que la gente sepa cuál es la paz, porque así como hay opositores del proceso, hay gente que no ha sufrido la guerra. Se puede hacer desde los colegios, mediante foros regionales y de reuniones de equipos en las comunidades”, propone.
Barros, quien también asistió a la firma del acuerdo sobre víctimas, insiste en la necesidad de trabajar de la mano con los alcaldes y gobernadores electos para garantizar la participación del Estado y la articulación con el Gobierno central. “Hemos mirado modelos de cómo se puede construir ese trabajo de buscar un mecanismo que no nos afecte a nosotros, porque no queremos asumir una responsabilidad que es del Estado”, explica la líder indígena.
De igual forma, señaló que es una preocupación para quienes apoyan los diálogos el que los promotores de la campaña por el no ya se han adelantado en las regiones y que las condiciones de seguridad no dan garantías a quienes promuevan el sí. “Hacen campaña, y a nosotros nos están amenazando. ¿Cómo vamos a apostarle al sí, sin que haya garantías de seguridad?”, agrega.
La preocupación de Barros es compartida por otras víctimas como Francia Márquez, líder de las comunidades afro de Suárez (Cauca), para quien si bien es cierto que no existe una estrategia de pedagogía definida, las amenazas en contra de los líderes en los territorios han impedido la socialización de los acuerdos.
“Yo estoy desplazada desde hace un año por denunciar minería ilegal en el Cauca y no tengo condiciones para volver a mi casa. Como yo, hay muchas personas más y entonces me pregunto cómo vamos a pedirles a las víctimas que hagan pedagogía en los territorios, si ni siquiera pueden regresar a sus casas”, señala.
Aunque es consciente de que no existe una ruta definida en el tema de la pedagogía, Francia Márquez asegura que está dispuesta a contribuir en todo lo que pueda para que la reconciliación sea una realidad. Eso sí, advierte que la socialización de los acuerdos no puede depender solo de las víctimas, sino que es responsabilidad del Estado.
Pero a pesar de que la principal preocupación es por la seguridad y la falta de una estrategia de pedagogía en las regiones, hay quienes consideran que el tema no puede quedarse sólo en conocer los acuerdos y entender las nuevas reglas. “Se deben hacer talleres lúdicos dirigidos a toda la población, porque la gente está convencida de que el problema es entre el Gobierno y las Farc y a las víctimas que les den algo para contentarlas y ya, todos quedan felices”, sostiene Martha Amorocho, una de las víctimas que dejó la bomba de las Farc al Club El Nogal de Bogotá en 2003.
Ella insiste en que para alcanzar la paz el país debe hacer el duelo que ha dejado el conflicto armado. “El tiempo no cura las heridas y en Colombia hay duelos no resueltos que lo que han hecho es generar rabia e inconformismo, que a la misma vez, en muchos casos, se han traducido en nuevos ciclos de violencia”, concluye Amorocho. Y aunque no se sabe a ciencia cierta las actividades que abanderarán las víctimas luego de los acuerdos, sí está claro que la mayoría de los sobrevivientes de la guerra que viajaron a La Habana están dispuestos a jugársela por la paz de Colombia.