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Del delito por ser homosexual a la libertad en las marchas

Manuel Velandia, uno de los activistas LGBT más reconocidos en el país y la primera persona homosexual en ser reconocida como víctima, cuenta lo que han significado estos 40 años tras la primera movilización del orgullo.

Laura C. Peralta Giraldo

02 de julio de 2023 - 08:00 a. m.
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Un bombillo rojo comienza a titilar. Se enciende y se apaga, y las personas en el bar dejan de reír, bailar, abrazarse y besarse. “Es hora de actuar heterosexual”, dicen algunos, mientras esperan la entrada de la policía y se preguntan si esta vez les tocará. En efecto, ingresan uniformados con cierto aire de superioridad, retienen a algunos clientes y los suben a un camión con la justificación de que la homosexualidad es delito. Su destino: incierto. Algunos pasarán la noche en una celda, a otros se los llevarán a un “paseo” angustiante por la ciudad y otros tantos terminarán rociados con mangueras para ver si se les “limpia” la culpa y el crimen.

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Esta es apenas una de las escenas que tantas personas gais vivieron en Colombia y que no se volvió a repetir después de 1981, cuando entró en vigor un nuevo Código Penal que dejó de considerar la homosexualidad como un acto que iba en contra de la norma y se debía condenar con cárcel. Por lejana que pueda parecer una medida como esta, hasta hace poco más de 40 años las personas homosexuales dejaron de ser delincuentes.

Pocos negarían que se trató de una victoria para las personas LGBT, quienes se pusieron a la tarea de celebrar el nuevo texto y pensaron las maneras más ingeniosas para hacerlo. Aquí va otra escena: frente al edificio Avianca, en Bogotá, dos hombres se besan apasionadamente, es difícil pasarlos por alto. Hombres y mujeres se detienen a observarlos y sus caras heladas son las que hablan. Los más curiosos se atreven a interrumpir a la pareja para cuestionarlos y reciben una respuesta tranquila: “La homosexualidad ya no es delito”.

Pero necesitaban pensar algo más grande que fuera recordado como el inicio de algo. “¿Una marcha? ¡Sí, una marcha!, hagamos la primera movilización homosexual en Colombia, salgamos a las calles”, decidieron los organizadores de la que se considera la primera marcha del orgullo LGBT en el país, que tuvo lugar en Bogotá en 1983.

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“Eran más los gais mirando que marchando. Fuimos solo 30, la mayoría hombres homosexuales, apenas dos lesbianas y una mujer trans, pero era un precedente. Nos dieron permiso para movernos desde la plaza de toros La Santamaría hasta la plaza de Las Nieves y mi pancarta decía: “Madre, si tú amas a tu hombre, deja que yo ame al mío”, cuenta Manuel Velandia, uno de los activistas LGBT más reconocidos en Colombia.

Pero el hito se vio interrumpido en los siguientes años por la llega del sida o como lo llamaron de manera sensacionalista “la peste rosa”, que no solo puso en aprietos al sistema de salud colombiano, sino también reforzó la discriminación contra los hombres homosexuales, de quienes se afirmaba eran los principales afectados. Además del desconocimiento y desinformación por la nueva enfermedad, el personal médico fue responsable de que los afectados llevaran el sida en silencio, muchas veces hasta su muerte. “Algunos médicos decían que no estaban para revisar a los gais. El siguiente gran paso político en el movimiento LGBT fue explicarle al país por qué la persecución a los homosexuales era un problema para la salud pública”, apunta Manuel.

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Luego de fortalecer la pedagogía, incentivar el uso del preservativo e incluir en mayor porcentaje a la población LGBT en las estrategias de salud, en los años 90 regresó la marcha del orgullo, que se ha venido realizando cada 28 de junio a lo largo y ancho del país con peticiones que varían año tras año.

A la movilización social le atribuyen que de las uniones clandestinas entre parejas del mismo sexo se pasara a los matrimonios en las notarías; que el deseo de ser madres y padres bajo la figura de familia homoparental se viera materializado en el derecho de adoptar a un niño o niña y que, por primera vez en la historia del país, las personas LGBT fueran incluidas en una política pública para su protección.

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“Tenemos esos tres derechos, pero todos han sido por sentencia de la Corte Constitucional y contamos con el precedente de Estados Unidos, donde se cayó el derecho al aborto. En Colombia puede pasar lo mismo con nuestros derechos, por eso es necesario que se hagan leyes, que son más difíciles de tumbar que un fallo”, dice Manuel.

Hoy no hay bombillos rojos que le digan a una persona LGBT que debe actuar diferente para protegerse, pero todavía el país sigue siendo un espacio más difícil para las personas de géneros y sexualidades diversas. Todavía la policía golpea (104 casos en 2022); asesinan gais, lesbianas y trans (145 en 2022), crecen exponencialmente las amenazas (3.527 en 2022) y se discrimina en las escuelas, espacios de trabajo y calles (5.501 casos en 2022).

Por eso, las personas LGBT seguirán marchando, bailando, demostrando el amor y exigiendo la garantía de derechos que aún les debe el país.

Por Laura C. Peralta Giraldo

Periodista con enfoque de género y con interés en temas sociales, políticos y de paz. @LauraPeraltaGlperalta@elespectador.com
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