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Rodrigo Lara Restrepo llega al Congreso de la República en el momento más difícil de su historia: más de 60 congresistas involucrados en el escándalo de la parapolítica —33 de ellos en la cárcel—, y propuestas de revocatorias, sillas vacías, pérdida de curules, llamado a nuevas elecciones y referendos por doquier. Aún así, no cree en el discurso de la ilegitimidad que hoy arrecia, el cual, según dice, “es el discurso de los terroristas”.
Para él, las instituciones están funcionando, la Corte Suprema está dictando sus fallos y el Congreso y el Ejecutivo los están acatando. Y eso es enfrentar la crisis, algo impensable hace 24 años, cuando el narcotráfico comenzaba a permear la política y las balas de los sicarios asesinaron a su padre, Rodrigo Lara Bonilla, en ese entonces Ministro de Justicia del gobierno Belisario Betancur, quien se atrevió a denunciarlo.
Fue el 30 de abril de 1984, cuando apenas tenía ocho años. Ese trágico suceso significó el inicio de una guerra sin cuartel entre el Estado y los grupos de narcotraficantes que se extendería por más de una década y de la que aún se sienten sus coletazos. Una espiral de violencia en la que cayeron asesinados ministros, candidatos presidenciales, jueces y policías. “Lo que vivimos ahora es el acumulado de tantos años de violencia e infiltración del crimen organizado en las instituciones. La enfermedad está haciendo metástasis, hay reacción institucional y los jueces están actuando porque hay un Estado fuerte que los respalda”, dice Lara Restrepo.
A sus 32 años, tiene la responsabilidad de reemplazar nada más ni nada menos que a Germán Vargas Lleras, líder de Cambio Radical —por estos días de estudios en España— y una de las piezas presidenciables del uribismo para 2010. “Hay un ambiente catastrófico que no corresponde a la realidad. Colombia es como un barco sólido que va cruzando el mar y el problema es que en su cubierta hay una garrotera y se están destapando muchas cosas que vienen de hace 20 o 30 años. Pero para solucionar el problema no se puede hundir el barco”, afirma.
Para muchos, una de las soluciones para evitar el naufragio del Legislativo es la reforma política, recién aprobada en la Cámara de Representantes. Se pactó, entre otras cosas, congelar la curul del partido, cuyos congresistas sean capturados por nexos con grupos al margen de la ley. Algo así como una silla vacía temporal. Para él, una reforma que sólo sirve para saciar el ánimo de linchamiento que existe contra el Congreso.
“Es una reforma peligrosa, hecha al calor de los acontecimientos y que afecta la institución del Congreso. No servirá para combatir la infiltración del narcotráfico, el paramilitarismo o la guerrilla. Seis o siete departamentos del país se van a quedar sin representación en la Cámara y eso sí será crear un vacío de institucionalidad. Hay que diferenciar entre las instituciones que tienen proyección en el devenir y los agentes pasajeros del poder en esas instituciones, que son los políticos. Castiguemos al político pero no a la institución”, añade.
En este sentido, Lara Restrepo cree que el gran éxito de la seguridad democrática del presidente Uribe ha sido llevar Estado a todas las regiones del país y con la reforma política que se plantea se está echando para atrás: “Es aberrante, irresponsable jurídicamente y una propuesta hecha para la política de espectáculo, para ganarse el aplauso de la galería un día”.
El proyecto debe llegar dentro de dos semanas a la Comisión Primera del Senado, para afrontar su séptimo y penúltimo debate. El voto de Rodrigo Lara Restrepo depende de la decisión de la bancada, pero desde ya plantea su propia tesis, bastante audaz teniendo en cuenta que su partido, Cambio Radical, sería uno de los más afectados por tener un alto número de congresistas involucrados en la parapolítica: el reconteo de votos.
“Sé que una decisión de esas podría cambiar las mayorías, pero al menos no cometemos la irresponsabilidad histórica de trastocar el funcionamiento de uno de los poderes públicos pilares de nuestra democracia. Además, con el reconteo podrían llegar al Legislativo personas valiosas como Mockus y Peñalosa, que ayudarían a darle un nuevo aire”, explica, reconociendo que la convocatoria a nuevas elecciones también podría ser una buena salida.
A pulso Tras el asesinato de su padre, Rodrigo Lara Restrepo se fue con su familia al exterior, donde terminó la escuela y el bachillerato, alejado de las turbulencias que trajo la guerra contra el narcotráfico. Regresó en 1995 para estudiar Derecho en el Externado y luego hizo especializaciones en el Instituto de Estudios Políticos de París y la Escuela Nacional de Administración Pública de Francia. Por un tiempo se dedicó a la cátedra universitaria, salió a la calle a pedir justicia durante el proceso 8000 y en 2001, casi que por accidente, se encontró asistiendo a una conferencia del entonces candidato Uribe Vélez y le gustó su propuesta. Comenzó entonces a acompañarlo, cuando apenas llegaba al 2% en las encuestas.
“Nunca me había metido a una campaña. Le tenía alergia, porque sentía que sólo me convidaban por ser hijo de Rodrigo Lara Bonilla. Cuando escuché a Álvaro Uribe me pareció una persona seria y que su propuesta de seguridad rompía con el desdén tradicional que se ha tenido desde el centro para con las regiones”. Ganada la Presidencia, se ganó una beca para estudiar en la Escuela de Administración Pública de Francia, la segunda de sus especializaciones, y a su regreso, el mismo Álvaro Uribe lo llamó a trabajar en su gobierno, primero en la Alta Consejería para la Acción Social y luego como Zar Antisecuestro. “Fue un proceso de maduración y aprendizaje administrativo. Conocí el país y se demostró que la oficina anticorrupción se puede ubicar institucionalmente y puede dar buenos resultados”.
En diciembre pasado, Rodrigo Lara Restrepo renunció a su cargo argumentando “razones personales”. Luego se supo que su dimisión se debía a que el Gobierno le había ocultado documentos sobre una investigación que estaba llevando a cabo el periodista del Nuevo Herald de Miami, Gerardo Reyes, que presuntamente vinculaba al padre del Presidente, Alberto Uribe Sierra, con la indagación sobre la muerte de su papá, el ministro Rodrigo Lara Bonilla. Hoy no quiere hablar más del tema, aunque reconoce que desde entonces no ha vuelto a tener contacto con el Presidente.
Y aunque le reconoce a su gobierno el haber transformado a Colombia devolviéndole la fe a los ciudadanos y haciéndoles entender que la autoridad no es un principio antidemocrático sino que es el cimiento de la democracia, piensa también que dos períodos son suficientes y no está de acuerdo con la reelección. ¿Y si no es Uribe, quién? “Allí está Germán Vargas Lleras, quien encarna perfectamente la continuidad de la política de seguridad democrática”, enfatiza.
Fue precisamente Vargas Lleras quien lo convenció de meterse a la lista de Cambio Radical para las elecciones a Senado de 2006. Sacó casi 18.000 votos que no le alcanzaron para ganar la curul. Pero las vueltas de la vida lo llevaron casi que sin querer al Congreso, donde aspira seguir, aun después del regreso de Vargas Lleras, como reemplazo de Rubén Darío Quintero, actualmente detenido en el proceso de la parapolítica.
Siente los nervios del ‘primíparo’. Está dispuesto a trabajar duro en estos tiempos de crisis. Sabe que todos los ojos están puestos sobre él por ser una figura nueva en la política, no contaminada. A la pregunta de si le gustaría ser algún día Ministro de Justicia como su padre, responde que no vale la pena estar en una cartera que no tiene hoy el más mínimo peso. “Pesa más la Oficina Anticorrupción”, aclara.
Y aunque joven, los golpes de la vida le han enseñado a ser prevenido. Como lo es con el asesor presidencial José Obdulio Gaviria, uno de los que conoció en Palacio sobre la investigación del Nuevo Herald y que nunca le dio una respuesta satisfactoria a sus preguntas. “Es que del obdulismo se puede esperar cualquier celada”, concluye, sin decir una sola palabra más.