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Doblemente desaparecido: 35 años buscando al líder estudiantil José Mejía

Durante los dos primeros años de su desaparición, Iván Darío Mejía Toro se dedicó exclusivamente a buscar a su hermano mellizo. La misión no ha parado, pero ahora su trabajo está volcado, también, a reivindicar su nombre y que no sea borrado de la historia.

Laura Angélica  Ospina
21 de octubre de 2021 - 02:00 a. m.
Desde 1986, Iván Darío Mejía Toro busca a su hermano José Gabriel. / Natalia Romero
Desde 1986, Iván Darío Mejía Toro busca a su hermano José Gabriel. / Natalia Romero

Iván Darío Mejía Toro alza los papeles que tiene en la mano y empieza a leer: “La noche y la niebla o la estación de la verdad. Un hombre solitario en la estación espera la llegada del tren. Es la estación de la espera. No ve a lo lejos la estela de humo, su silbido no escucha. Sigue esperando. ¿Tendrá, acaso, la posibilidad de abordar el tren en el cual encontrará la respuesta tantos años anhelada? ¿El tren nunca llegara, o sí? ¿La estación de la verdad no existe, o sí?”. Aunque ha contado muchas veces esta historia, fue la primera vez que la compartió ante la Comisión de la Verdad. Dio su testimonio en el encuentro que la entidad organizó para dar a conocer el impacto del conflicto armado en las universidades.

En once minutos, Iván Darío repasó el caso de su hermano mellizo, el líder estudiantil José Gabriel Mejía Toro, desaparecido en febrero de 1986 en extrañas circunstancias que, hasta el día de hoy, permanecen en total penumbra. Once minutos que resumieron los 35 años que su familia y amigos llevan buscándolo. Es la forma en la que mantienen viva la memoria de José, sin perder la esperanza de encontrarlo. “Contar lo que le pasó es reivindicar su nombre, volverlo visible y regresarlo del olvido”, dice Iván Darío. Como bien lo expresa, ese viaje en el tren de la vida para encontrar pistas sobre lo que pasó con José Gabriel no ha sido nada fácil. Detrás de su desaparición se han tejido tres hipótesis a partir de las voces de sus compañeros de lucha social y política. Sin embargo, esos supuestos han sido, más bien, destellos fugaces de información que no terminan por concretar un trazo para escribir completa su historia.

“Hay diferentes hipótesis, pero finalmente todo quedó en la ambigüedad, algo que yo llamo el espacio que hay entre la noche y la niebla, que es donde sumergen al desaparecido. Ahí está mi hermano”, me explica Iván Darío. El relato sobre José representa el peso de la incertidumbre, el desespero de creer tener en la punta de la lengua las respuestas sobre su caso, y darse cuenta de que aún no hay forma de pronunciar la verdad, el nombre del responsable ni la razón de este crimen. Es, también, la evidencia de la resistencia con la que se viste todos los días Iván Darío desde que su hermano no regresó a casa y las otras más de nueve millones de víctimas de la guerra, identificadas por el Estado. Con base en los registros entregados por el Centro Nacional de Memoria Histórica, la Unidad de Personas Dadas por Desaparecidas, creada tras la firma del Acuerdo de Paz, estima que más de 120.000 colombianos componen el universo de la desaparición forzada dada en el marco del conflicto armado. José Gabriel Mejía Toro, por los indicios que da su hermano, es uno de ellos.

El inicio

En 1977, José Gabriel e Iván Darío se graduaron del bachillerato juntos, en la Universidad Pontificia Bolivariana, en Medellín. Un año después, mientras Iván Darío prestaba servicio militar en el Batallón Miguel Antonio Caro, Escuela de Infantería de Usaquén, en Bogotá, José Gabriel se fue a trabajar con campesinos. “Él y yo habíamos alfabetizado en el barrio París, en Bello, Antioquia, con el sacerdote Carlos Alberto Calderón, nuestro profesor en la Bolivariana, quien influyó gratamente en nuestras almas jóvenes. Este ambiente llevó a mi hermano a la realización de trabajos comunitarios de la mano de un grupo juvenil católico llamado Almatá, lo que lo llevó a asumir nuevos compromisos sociales”, recuerda Iván Darío.

Cautivado por la lucha social, ingresó a la Universidad de Antioquia en 1979. Desde allí, ahora como estudiante de Ciencias Económicas, José impulsó propuestas políticas para bajar la tensionante situación de violencia que arreciaba en Medellín en esa época y que, particularmente, golpeó al claustro, haciendo de este una víctima más del conflicto armado. La Comisión de la Verdad encontró que entre 1962 y 2011, exceptuando el año de 1968, cada mes asesinaron a un estudiante universitario en el país. Además del homicidio, también se efectuaron violencias como desaparición forzada, torturas, violencia sexual, exilio, desplazamiento forzado, detención arbitraria amenazas y respuesta militar a la protesta. De los cinco departamentos más afectados por los asesinatos, Antioquia, de donde es oriundo José Gabriel, ha sido el más afectado, con 150 casos; es decir, el 25,4 % del total del universo.

¿Qué pasó con José Gabriel Mejía Toro?

El 24 de diciembre de 1985, José Gabriel e Iván Darío celebraban la Navidad con sus otros tres hermanos y su madre. Cinco meses antes habían cumplido 26 años y en esas fechas especiales todavía estaban juntos. El año del horror para su familia fue 1986. En ese entonces, José Gabriel desarrollaba actividades en el Movimiento Pan y Libertad, y era miembro de la dirección nacional del Movimiento Camilo Torres. Pertenecía, además, a los comités regionales de verificación y diálogo de Antioquia, para lograr la paz con el M-19. En los primeros días de febrero de ese año fue dado por desaparecido. ¿Qué pasó?

Fabio Zapata, excompañero de José en el movimiento Camilo Torres y quien lleva años en el exilio, llamó ese febrero a la casa Mejía Toro para notificar a su familia que el mellizo no aparecía y no sabían de su paradero. Jorge Ignacio Sánchez, otro compañero de las lides políticas, dio cuenta del último contacto del que se supo de José Gabriel: “José llegó a Bogotá el 8 de febrero y me llamó a mi casa porque teníamos una cita el otro día para apoyar la candidatura de Héctor Abad Gómez a la Alcaldía de Medellín, pero dijo que se demoraba”, comentó a la revista digital Pacifista en 2015. En esa entrevista, Sánchez también recordó que José quería lanzarse como candidato al Concejo de Medellín. Sin saber de él, el 15 de febrero de 1986 ya lo estaban buscando.

Las tres hipótesis y los rumores

El viaje a Bogotá es una pieza crucial en el relato. Como cuenta Iván Darío 35 años después, José se dirigió a la capital para acompañar a Danely Salas, una mujer que conoció en la Universidad de Antioquia, con la que entabló una relación, cuentan su hermano y sus amigos. “Él decidió acompañarla en un viaje por cuyas razones sus amigos todavía no se explican. Ella había llegado poco tiempo antes a la Universidad de Antioquia y se había presentado ante unos pocos como integrante del frente Ricardo Franco, una disidencia de las Farc”, retoma Iván Darío. El frente Ricardo Franco marcó la historia del conflicto armado porque entre finales de 1985 y principios de 1986, en el corregimiento de Tacueyó, ubicado en el municipio de Toribío, Cauca, Fedor Rey (alias Javier Delgado) y Hernando Pizarro Leongómez, comandantes de esa disidencia, asesinaron a más de cien de sus compañeros.

A partir de esa relación entre José y Danely Salas, y de su participación política en Pan y Libertad, y el Movimiento Camilo Torres, tres hipótesis han rondado la historia de José: en primer lugar, que fue desaparecido, junto a Salas, por esa disidencia, pues ella podría haber sido considerada una desertora y era buscada. En segundo lugar, que los habría desaparecido la otrora guerrilla de las Farc, para quien Salas era también desertora. Y en tercer lugar, que fueron miembros del F2, una unidad de la policía judicial que funcionó de 1949 a 1995, muy activa en los años 80. Además, los movimientos en los que se movía José también estaban atravesados en parte por la influencia guerrerista de los grupos armados que buscaban llegar al poder. Él, por su lado, creía que el camino era la política en paz.

“Para la guerrilla, éramos unos mamertos, y para la derecha, guerrilleros. Era un grupo muy pequeño porque creíamos en que se podía hacer política sin matar a nadie. Hacíamos reinados en lugar de tirar piedra afuera, decíamos que era mejor movilizar a la gente que movilizar un ejército”, retomó José Ignacio Sánchez en Pacifista. Con su desaparición, a Iván Darío y su familia también llegaron rumores sobre el paradero de José. “El señor Fabio Zapata llamó alguna vez a mi madre y le dijo que a José lo habían tirado al río Cauca y lo habían torturado poquito, supuestamente como intentando consolarla. Eso fue una cosa que a mi madre la devastó por completo”, destaca todavía Iván Darío. Luego, el 18 de julio de 2015, Alonso Salazar, exalcalde de Medellín, escribió en su Facebook una pregunta: “Mis amigos... tengo pocos. A veces nos juntamos a hablar de dolores recordando la sonrisa y el abrazo de los muertos. Yo le pregunto a las Farc: ¿dónde está José?”, dijo, asegurando, además, que José era su amigo y que sus victimarios fueron los guerrilleros.

A las varias aseveraciones que hizo Alonso Salazar en esa publicación, respondió en septiembre de ese año Jorge Mejía Toro, hermano de José Gabriel e Iván Darío, y profesor de Filosofía de la Universidad de Antioquia, quien expresó que algunas de las cosas dichas por el exalcalde Jorge eran imprecisas: “Mi hermano José Gabriel Mejía Toro, a quien usted llama amigo, no era ‘menudo’ ni de ‘tez blanca’, como lo recuerda usted, sino de piel morena, buena estatura y complexión sólida y resistente. Hay que pensar que también la memoria desaparece, para entender que un amigo se equivoque sobre cosas tan evidentes como el aspecto del amigo o tan importantes como sus actividades”, dijo.

“¿Cuál es realmente el propósito de preguntarles a las Farc, sobre el telón de fondo de los diálogos de paz, por la suerte de José? ¿Cuáles son ‘todos los indicios’ que permiten atribuir con certeza su desaparición a ese grupo y no a los otros dos posibles ejecutores? ¿Por qué insistir, de manera reiterativa, en que mi hermano quería ser concejal en nombre del movimiento de Héctor Abad Gómez, quien, según se afirma, aspiraba en ese entonces a la Alcaldía de Medellín? Es justo reivindicar la orientación democrática de aquellos luchadores, pero tanta insistencia suena rara en tiempos de campaña”, le cuestionó. Esas preguntas, que también las hizo Iván Darío ante la Comisión de la Verdad, no han sido resueltas por Salazar.

Doblemente desaparecido

A la desaparición física de José Gabriel Mejía Toro le siguió la desaparición de la memoria histórica. En diciembre de 1986, el periódico El Colombiano publicó la lista de las personas dadas por desaparecidas en Antioquia. En ella no apareció José. La ausencia de su nombre llamó de inmediato la atención de Iván Darío, pues ese año el caso de su hermano mellizo convocó innumerables manifestaciones, entre ellas la que acompañó el médico Héctor Abad Gómez. “Hicimos la Marcha del Silencio en el mismo año de su desaparición con el Comité de Derechos Humanos de Antioquia, en cabeza del doctor Héctor Abad Gómez, a quien asesinaron en agosto de 1987. Nosotros estuvimos de lleno en esos dos años haciendo la denuncia de la desaparición de mi hermano en diferentes escenarios, tanto en Medellín como en Bogotá. Hicimos marchas, denuncias en medios, manifestaciones artísticas, videos, adhesivos, vallas...”, expresó Iván Darío, pues él ha liderado la búsqueda de su hermano.

En 2006, incluso, Abad Gómez y José Gabriel Mejía Toro fueron dos nombres que convocaron una nueva manifestación en las calles de Medellín. Sin embargo, el líder estudiantil no solo fue borrado de la lista del diario paisa, sino que su desaparición tampoco figura en la investigación “Cincuenta años de violencia y resistencia en la Universidad de Antioquia”, realizada por el proyecto Hacemos Memoria, que ya está al aire en la web. “Lo más absurdo es que a un desaparecido también lo desaparezcan de los registros. Es una condición de doble desaparición de una persona que ingresó a ese claustro en 1979. Tenía siete años en la misma universidad, era un líder estudiantil muy reconocido, pero de pronto por su postura de cómo debían lograrse las cosas no había sido reconocido”, me explica Iván Darío. Él ya hizo un primer acercamiento con el proyecto y existe una nota de prensa sobre el suceso; sin embargo, todavía falta que se inserte la desaparición de José en la línea del tiempo de la investigación.

José lleva desaparecido 35 años. Y, como en otros casos, la estigmatización y la impunidad son dos factores que persisten en su historia, dos elementos que la Comisión de la Verdad identificó como transversales en las violencias que se ejercieron a las comunidades de las universidades, sobre todo las públicas. Según la entidad, el ataque de guerrillas, paramilitares y el propio Estado a los claustros se exacerbó a partir de los estados de sitio formalmente declarados en los 70 y 80, y que generaron facultades extras a los uniformados representadas en, por ejemplo, la Ley de Fuga, que era que si un estudiante era capturado e intentaba escapar, las autoridades tenían autorización de disparar a matar. “Ese tipo de cosas estaban validadas y hacían difícil la documentación de los casos, eran violaciones claras al debido proceso”, explica Gabriela Recalde Castañeda, asesora de la Comisión de la Verdad.

“Las ideas de progreso, resistencia, cambio social, un debate profundo sobre un Estado que garantice los derechos fundamentales, siempre ha sido visto como algo relacionado con la insurgencia. Eso arranca en los años 80, se va transformando y emerge la idea de la contrainsurgencia, que es en lo que está basada la alianza entre fuerza pública y paramilitarismo. Eso se transforma en los 2000 y comienza una lucha al interior de las universidades: ya no se trata de saber si hay insurgencia o no, sino que todos los bandos buscan un enemigo interno. La mayoría de los casos, a pesar de ser de la década de los 70, no tienen una sentencia que nos diga qué pasó. Ese factor de impunidad se mantiene”, agregó Recalde Castañeda.

***

La búsqueda de Iván Darío no para. Después del encuentro de la Comisión de la Verdad, se intenta trasladar la desaparición de José a la Unidad de Personas Dadas por Desaparecidas, a ver si allá puede encontrar las respuestas tantos años anheladas. “Estamos buscando que el tren de la historia y de la vida nos lleve a la estación de la verdad. Confiamos en rescatarlo de ese territorio oscuro y siniestro que es el espacio entre la noche y la niebla. Necesitamos cerrar el círculo todavía abierto de la incertidumbre para elaborar el duelo, para que finalmente este pasajero que está en la estación de la espera pueda abordar al tren que lo lleve a la estación de la verdad”, insiste.

-¿Qué representa contar su historia ante la Comisión de la Verdad?

-“Estos espacios son muy necesarios y vitales y hay que utilizarlos, sobre todo ahorita en esta coyuntura, luego de que se dieron los diálogos de paz, que permiten que se creen estos escenarios que antes no existían. Es necesario hacer esta catarsis para uno poder elaborar el duelo. El mayor problema cuando está el desaparecido es que, mientras no aparezca, la familia no puede elaborar el duelo. Uno no obtiene un cadáver, ni nada con qué hacerlo. Esa es también la tragedia del desaparecido”.

-¿Siente que ya hizo el duelo por la desaparición de José?

-“Yo siento que sí lo estoy haciendo. Estoy haciendo catarsis a través de la palabra”.

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Antonio(sa3gs)21 de octubre de 2021 - 02:52 p. m.
Son Miles los desaparecidos ,espero este hermano logré el cometido,que vergüenza de país.
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