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El Caquetá que una vez fue posible: Cincuenta años del paro de 1972

Este evento que bloqueó Florencia durante una semanas con el apoyo de casi toda la población hoy se encuentra en el olvido. ¿Qué fue el paro de 1972? ¿Qué significó para el Caquetá? ¿Qué se derivó de él? Aquí un poco de historia, 50 años después.

Alejandra Ciro *, especial para El Espectador
08 de diciembre de 2022 - 03:02 p. m.
Afiche convocatoria paro 24 de abril de 1976 aparecido en revista Alternativa.
Afiche convocatoria paro 24 de abril de 1976 aparecido en revista Alternativa.
Foto: Archivo de Alternativa

En julio de este año se conmemoraron cincuenta años del histórico paro de 1972 que, para algunos, marca el inicio de la organización campesina en el Caquetá. Junto al Paro del Sarare, en 1971, el Paro del 72 en el Caquetá fue una de las dos manifestaciones de protesta en los llamados frentes de colonización que tuvieron mayor repercusión en el periodo, y el paro cívico más importante y de mayor envergadura que se hubiera conocido en el sur del país. Testigos de la época cifran en 9.000 los campesinos que llegaron a Florencia el viernes 7 de julio de 1972, primer día del paro, para aumentar en 20.000 los siguientes días y lograr bloquear la ciudad durante una semana gracias al apoyo de todos los sectores de la población. Según un balance que hizo el periódico El Tiempo el 16 de julio de 1972, el paro “en un acto nunca antes registrado en la intendencia”; había logrado movilizar al 90 % de la población “en gesto de solidaridad, con los hombres del campo”. Sin embargo, paradójicamente, o tal vez por el mismo devenir de la historia de la violencia y de la organización social en el Caquetá, este evento hoy se encuentra en el olvido y prácticamente no se encuentran referencias históricas del Paro en los caqueteños del común. ¿Qué fue el paro de 1972? ¿Qué significó para el Caquetá? Y ¿Qué se derivó de él?

A principios de la década de los sesenta la colonización en el Caquetá, sostenida a partir de cultivos de arroz y maíz, todavía generaba expectativas en el territorio, pero ya a principios de los setenta estaba claro que las condiciones de vida de los colonos no eran sostenibles. El verano de 1971 en el Caquetá (entre los meses de diciembre a marzo) había sido particularmente fuerte, dejando territorios asolados por incendios y muerte de ganado. En la misma medida, el invierno que le siguió fue torrencial, inundando grandes extensiones de la intendencia. En agosto de 1971, 250 campesinos se reunieron en Florencia para hablar con el intendente, el gerente del INCORA y monseñor Ángel Cuniberti. Los campesinos elaboraron un pliego de peticiones y dieron seis meses al gobierno para encontrar soluciones. Pero llegó marzo de 1972 y no sucedió nada. Tras esto, los campesinos convocaron una marcha campesina el 7 de julio de 1972 para conmemorar el segundo aniversario de la ANUC.

Ese viernes 7 de julio el Intendente encargado enviaba un telegrama urgente al ministro de Gobierno en Bogotá porque un numeroso grupo de campesinos se encontraba concentrado en la ciudad para protestar ante las entidades oficiales por las políticas del sector agropecuario. En particular, los campesinos se quejaban de los bajos precios del arroz y del maíz, el pésimo estado de las carreteras, la inexistencia de servicios de salud, la falta de escuelas, la ausencia de créditos y pedían la rebaja en el pago de impuestos y la condonación de deudas. El pliego de peticiones estaba firmado por Celio Chaux, Vïctor Félix Pastrana, Albeiro Prado Marín, Baldillo Ortiz, Jaime Enrique Pérez y José Gabriel Monje. También hacían parte de la organización del paro dirigentes como Antonio Poveda y Octavio de Jesús Ordoñez. El mismo intendente en su telegrama le escribía al Ministerio de Gobierno que las peticiones de los campesinos eran justas y pedía respuesta a Bogotá para poder darles solución a los campesinos.

Tres días después de iniciado el paro, desde Bogotá todavía no había respuesta de ningún tipo y mientras tanto el magisterio, los estudiantes, transportadores y comerciantes se sumaban a la movilización campesina”.

Lo que siguió en los días posteriores fue todo un ejemplo de cómo llevar al límite unas legítimas reclamaciones de la organización social. La correspondencia entre la Intendencia y el Ministerio de Gobierno muestra que, pese a la insistencia del intendente por llamar la atención de Bogotá, solicitando la presencia de funcionarios para negociar con los campesinos, desde la capital las cosas iban a otro ritmo o los intereses eran otros. Tres días después de iniciado el paro, desde Bogotá todavía no había respuesta de ningún tipo y mientras tanto el magisterio, los estudiantes, transportadores y comerciantes se sumaban a la movilización campesina.

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Estudiantes y maestros se unieron a los campesinos y marcharon por las calles de Florencia con pancartas contra el IDEMA, la Caja Agraria, el INCORA y el Ministerio de Agricultura. Las reclamaciones campesinas dan cuenta de las contradicciones que había entre la institucionalidad agraria y la vida de los campesinos. Algunos cifran en 10.000 los marchantes. Profesores y estudiantes organizaron brigadas para atender la afluencia masiva de campesinos que se hospedaban en los colegios de Florencia. Mientras tanto, el Batallón Juanambú responsabilizaba a los padres y madres de familia por lo que estaban haciendo sus hijos.

El cuarto día del paro, el intendente logró que en Bogotá el secretario general del Ministerio de Gobierno le recibiera la llamada y la orden dada al intendente fue categórica “que se mantengan reunidos con los mandos militares y policivos (sic), se controlen los sitios críticos de la ciudad y esperen órdenes de Bogotá. Igualmente que los Servicios de Inteligencia identifiquen y vigilen las cabecillas del movimiento”. Cuatro días después la única razón para los campesinos era que el Gobierno los iba a investigar.

Al quinto día del paro, el 12 de julio de 1972, una ola de violencia azotó la ciudad. Ocho vehículos fueron apedreados, tres de ellos incendiados. Hubo ataques a la casa del alcalde, a comercios y oficinas. El Gobierno declaró toque de queda y la ciudad fue militarizada con soldados traídos de Neiva”.

Así mismo, por un altoparlante puesto sobre el carro de bomberos, el Gobierno sostenía que no estaba dispuesto a entrar en ningún tipo de conversación hasta que los campesinos se sometieran a la ley y levantaran el paro. Todos estos mensajes del Gobierno lo que hacían era exacerbar los ánimos de los miles de manifestantes que se congregaban en Florencia buscando ser escuchados y así fue como al quinto día del paro, el 12 de julio de 1972, una ola de violencia azotó la ciudad. Ocho vehículos fueron apedreados, tres de ellos incendiados. Hubo ataques a la casa del alcalde, a comercios y oficinas. El Gobierno declaró toque de queda y la ciudad fue militarizada con soldados traídos de Neiva. Más de un centenar de personas fueron detenidas, entre ellas un periodista del diario El Espectador. Un ciudadano recordaba al día siguiente para el periódico El Tiempo: “todo lo que sucedió parecía una pesadilla. Nunca antes Florencia había sido sacudida por una ola de violencia como la de anoche. Todo el mundo corría”. Bogotá logró hacer que el paro se convirtiera en un problema de orden público.

Después de esto la solución a las demandas campesinas pasó a ser oficialmente tramitada a la fuerza. Los líderes campesinos fueron detenidos en el Batallón Juanambú y obligados a sostener las negociaciones en las instalaciones del batallón militar. La comisión que viajó desde Bogotá a hablar con los campesinos también fue detenida y se prohibió a la prensa hacer presencia en el lugar. El problema agrario en el Caquetá terminó discutiéndose en una instalación militar. Mientras tanto aproximadamente tres mil campesinos que se encontraban en los colegios Migani, La Salle y Nacional Femenino permanecían rodeados por las tropas del Batallón Juanambú. En este contexto, en la medianoche del 15 de julio de 1972 se “llegó a un acuerdo” para el levantamiento del Paro y los negociadores fueron llevados a coordinar nuevas reuniones en Bogotá. El Paro más grande en la historia del Caquetá terminó con reuniones en Bogotá.

Ningún otro paro volverá a tener la magnitud que tuvo el de 1972. La violencia y la sensación de que no se había logrado mayor cosa hizo que las convocatorias a parar en los siguientes años no tuvieran la misma recepción”.

El Paro de 1972 en el Caquetá hizo parte de un contexto de agitación campesina a nivel nacional. Días después del paro se realizó el histórico Segundo Congreso Nacional de la ANUC en Sincelejo. Según el líder agrario Jesús María Perez, “el acto de masas más númeroso y significativo que una organización campesina haya realizado”. De estos tiempos fue la división de la ANUC entre la línea Sincelejo, decidida a confrontar abiertamente al Estado, y la línea Armenia, cercana al oficialismo. La ANUC en el Caquetá va a quedar en la línea Sincelejo y por un tiempo va a buscar seguir convocando a los campesinos a la organización. Sin embargo ningún otro paro volverá a tener la magnitud que tuvo el de 1972. La violencia y la sensación de que no se había logrado mayor cosa hizo que las convocatorias a parar en los siguientes años no tuvieran la misma recepción, como la del Paro de 1976.

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En cambio, en el contexto de la represión estatal, la división en el seno de la ANUC y el fortalecimiento de grupos guerrilleros, la organización campesina en el Caquetá va a ser una de las principales afectadas. La llegada del narcotráfico y la precariedad del colono marcará también el fin de los cultivos de arroz y maíz en el territorio. Al perder al arroz y el maíz y al incursionar en el cultivo de la coca los campesinos fueron más vulnerables en sus reivindicaciones pues ahora serían de entrada considerados ilegales. El líder Antonio Poveda recordaría en una entrevista dada a Graciela Uribe: “Ya desde el 72 no se dan más movilizaciones de masas y a partir del 76 de la organización no queda casi nada. Yo pienso que en el Caquetá no va a volver surgir la lucha de masas. Hemos llegado a un punto de no retorno. La gente está resignada con su miseria. Habrá que esperar nuevas generaciones”.

El devenir de un líder campesino del Paro de 1972 muestra el ambiente hostil en el que se desarrolló la organización y cómo la violencia sepultó por décadas en la oscuridad a la organización campesina del Caquetá. Después de ser tal vez el líder campesino más carismático del Caquetá a principios de la década de los setentas y de ocupar altos cargos en la Junta Nacional de la ANUC, Víctor Félix Pastrana abandonó el movimiento en el marco de disputas internas. En 1979, mientras hacía parte de FIRMES, Víctor Félix Pastrana apareció asesinado en una vereda en el municipio de Curillo. Pese a las denuncias iniciales sobre otro crimen de Estado, pronto el M-19 se adjudicó el asesinato acusando a Pastrana de ser informante del Ejército.

La desaparición de Pastrana en pleno contexto de la Guerra del Caquetá, nombre que se le da a los años del Estatuto de Seguridad de Turbay (1978-1982) en el territorio, expresa lo que vendría para el movimiento campesino en los años siguientes. Si el Caquetá a principios de los sesenta era considerado un refugio de paz para los desplazados de La Violencia del interior del país, desde finales de los setenta el Caquetá cayó sumido en una espiral de violencia que sigue cobrando víctimas, casi cincuenta años después. El recuerdo del Paro del 72, ya casi olvidado en la memoria regional, es el recuerdo de un Caquetá que una vez fue posible.

* Estudiante de Doctorado en Historia, Universidad Libre de Berlín. Este texto hace parte de la investigación “Configuración histórica del Estado en Colombia: el poder en los territorios, El caso del Caquetá”.

Por Alejandra Ciro *, especial para El Espectador

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