El difícil camino del sindicalismo colombiano

El mismo día que murió el ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo, por COVID-19, también falleció por las mismas causas el líder sindical Julio Roberto Gómez. Llevaba 30 años en su lucha obrera y llegó a ser la cabeza de la Confederación General del Trabajo (CGT), una de las más importantes del país. Su partida dejó al sector sindical sin uno de sus referentes, justo en momentos en los que el movimiento obrero parece en auge, aunque descienden sus cifras de afiliados. Lo cierto es que, históricamente, no es una realidad distinta. Hubo épocas de aceptación y otras de vacas flacas. La única constante es que el sindicalismo en Colombia ha sido sinónimo de tensiones políticas y de persecución oficial.

El mismo día que murió el ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo, por COVID-19, también falleció por las mismas causas el líder sindical Julio Roberto Gómez. Llevaba 30 años en su lucha obrera y llegó a ser la cabeza de la Confederación General del Trabajo (CGT), una de las más importantes del país. Su partida dejó al sector sindical sin uno de sus referentes, justo en momentos en los que el movimiento obrero parece en auge, aunque descienden sus cifras de afiliados. Lo cierto es que, históricamente, no es una realidad distinta. Hubo épocas de aceptación y otras de vacas flacas. La única constante es que el sindicalismo en Colombia ha sido sinónimo de tensiones políticas y de persecución oficial.

Sus primeras expresiones datan del siglo XIX, como lo cuenta Miguel Urrutia en su libro Historia del sindicalismo en Colombia, y revela que el primer movimiento con aires sindicales nació en 1847 con la Sociedad de Artesanos de Bogotá. Estos se unieron para responder al intento del gobierno de Tomas Cipriano de Mosquera de retirar los aranceles a los productos manufacturados importados. La medida dejaba a los artesanos en clara desventaja, pues con la navegación a vapor por el río Magdalena eran más baratos los productos del extranjero que los hechos en la capital. La confluencia de los artesanos y sus reclamos despertaron el interés de los liberales, que se unieron a ella y lograron sacarle su rédito político.

En junio de 1848, cuando las elecciones presidenciales eran indirectas, no se alcanzaron las mayorías necesarias para declarar un vencedor y el Congreso tuvo que elegir entre los tres más votados. Los rumores de que los artesanos habrían comprado toda la pólvora, cuchillos y machetes de la ciudad y su irrupción en el Capitolio, garantizaron la victoria del liberal José Hilario López. La ventaja de contar con fuerza propia, que incluso los protegió del Ejército de tendencia conservadora, llevó a los liberales a fundar otras sociedades en todo el país y, entre las rencillas políticas, terminaron divididos entre afines al proteccionismo (gólgotas) y quienes buscaban el libre cambio (draconianos).

Esta disputa llevó a graves tensiones, sobre todo en Bogotá, que terminaron en choques violentos en los que participó el Ejército, con muertos de ambos bandos y un alejamiento de las sociedades de artesanos, que tomaron un enfoque meramente político. Durante el resto del siglo XIX y principios del XX, la unión obrera se limitó a agremiaciones y mutuales de colaboración. Solo después de 1917, tras la Revolución Rusa, el tema se volvió a mover y fue el inicio oficial del sindicalismo en Colombia. Como le comentó el historiador Álvaro Tirado Mejía a El Espectador, después de la Primera Guerra Mundial, los primeros grupos socialistas dieron pie a los primeros sindicatos.

En un primer momento, como señala Urrutia, tanto el Partido Conservador como el Liberal se alejaron del sindicalismo, por sus ideas de corte socialista y comunista. Entretanto, la plataforma socialista dio pie a los primeros congresos obreros. En esos primeros años el tema de discordia volvieron a ser las importaciones y se llegaron a convocar manifestaciones que terminaron en desórdenes, como una protesta de sastres en 1919 que terminó con 20 muertos. Contrario a algunos países, el movimiento sindicalista y obrero tuvo mayor fuerza lejos de las capitales, sobre todo en zonas como la región bananera o Barrancabermeja, donde operaban las multinacionales estadounidenses United Fruit Company y Tropical Oil Comapny.

Reconocidos personajes como María Cano (la Flor del Trabajo) o Raúl Mahecha desarrollaron largas giras para difundir el pensamiento socialista e incentivar la protesta social. Esta fue la llama que impulsó varios paros, sobre todo en Barrancabermeja. La respuesta de los gobiernos conservadores fue la represión a favor de los empresarios extranjeros e incluso, como señaló Urrutia, se recomendó no ceder a las peticiones de los trabajadores, bajo el argumento de que se desestabilizaría el resto de los gremios. Las huelgas se hicieron comunes y la solución gubernamental fue la “ley heroica” (Ley 69 de 1928), que persiguió la protesta, bajo el argumento de que fomentaba “la abolición o el desconocimiento, por medios subversivos, del derecho de propiedad”.

La masacre de las bananeras (ocurrida el 6 de diciembre de 1928) puede considerarse como un fruto de esa “ley heroica”, pues ante la renuencia de los trabajadores de la United Fruit Company de levantar la huelga, en la que pedían que la compañía norteamericana los reconociera como empleados y otras prestaciones, el Ejército intervino y disparó contra la multitud. Nunca fue clara la cantidad de muertos que dejó la acción represiva. Las cifras van desde los 13 de la versión oficial, hasta los 3.000 que inmortalizó Gabriel García Márquez en Cien años de soledad. Lo que sí se sabe es que este hecho y otros similares de represión al sindicalismo fueron usados por Jorge Eliécer Gaitán y los liberales para granjearse el apoyo de los sectores obreros y volver al poder.

“Los liberales les dieron espacio a los trabajadores y voz a sus reivindicaciones. Además, aceptaron el sindicalismo”, señaló Tirado Mejía, al destacarlo como uno de los motivos del regreso de este partido al poder en 1930. Durante la hegemonía liberal del siglo XX se respetó la protesta, se reconocieron legalmente los sindicatos (Ley 83 de 1931), se crearon normas e instituciones a favor de los obreros y se favoreció a los trabajadores en las negociaciones con los empleadores. La sinergia entre liberales y movimientos obreros y sindicales permitió que en 1935 se fundara la Confederación Sindical de Colombia (CTC). Allí se articularon la mayoría de los sindicatos y se dieron los debates entre liberales y los de tendencias hacia el socialismo y el comunismo.

A pesar de las contradicciones, liberalismo y sindicalismo tuvieron una cercanía tal que, en 1944, cuando el Ejército retuvo en Pasto al presidente Alfonso López Pumarejo e intentó un golpe de Estado, los obreros y los sindicatos salieron en su defensa y lo evitaron. Sin embargo, una división en el liberalismo entre Gabriel Turbay y Jorge Eliécer Gaitán llevó a los conservadores al poder y, con ellos, se reinició la persecución, como lo indicó el historiador Tirado Mejía: “Cuando llegan Mariano Ospina y Laureano Gómez hubo un ataque muy fuerte contra el sindicalismo y la CTC, enmarcado en la violencia”. Esta persecución fue exacerbada en respuesta a los desórdenes de los que fue parte la CTC tras el asesinato de Gaitán (El Bogotazo).

Por otro lado, desde la Iglesia católica se impulsó una alternativa de sindicalismo, alejado de la política, sobre todo de las “ideas socialistas”. Este impulso llevó a crear la Unión Nacional de Trabajadores (UTC). Este nuevo conglomerado de sindicatos llegó a tener más acogida que la CTC -que los conservadores intentaron disolver- debido a que las industrias antioqueñas, que eran muy conservadoras y católicas, apoyaron la iniciativa, pues se alejaba claramente de las ideas “bolcheviques”. Desde su fundación, el proyecto tomó distancia de las pugnas partidistas e ideológicas y se centró únicamente en buscar el bienestar económico de sus gremios afiliados. Esto garantizó que no hubiera mayor persecución al movimiento.

Cuando Rojas Pinilla llegó al poder, como cuenta Tirado Mejía, trató de hacer una nueva central obrera, imitando el peronismo en Argentina. Tanto la CTC como la UTC se opusieron y se unieron a los estudiantes y otros sectores que comenzaron las manifestaciones de mayo de 1957 en contra del dictador. Con la llegada del Frente Nacional, los sindicatos perdieron parte de su relevancia. Sin embargo, dieron muestras de movilización social con el paro cívico nacional de 1977. Ese día, el país se detuvo y las grandes ciudades, sobre todo Bogotá, fueron tomadas por las protestas. No importó el Estado de sitio vigente invocado por Alfonso López Michelsen en los días previos. A pesar de que el sindicalismo volvió a intentarlo, nunca se repitió una movilización de dichas proporciones.

En contraste, el movimiento obrero comenzó a poner fichas en el Ejecutivo. En 1968 ya había tenido ministro de Comunicaciones (Antonio Díaz), entre 1985 y 2000 puso cuatro ministros de Trabajo: Jorge Carrillo, Orlando Obregón, Angelino Garzón y Luis Eduardo Garzón. También ha habido congresistas de origen sindical y, en la Constituyente de 1991, participaron líderes de origen sindical como Aída Avella, Abel Rodríguez, el mismo Angelino Garzón y Tulio Cuevas. El impacto en la Carta Magna, como señala León Valencia en su investigación Sindicalismo asesinado, derivó en una “destacada presencia de sindicalistas y sectores de izquierda en la Asamblea, que facilitó la introducción de una amplia gama de derechos fundamentales, incluidos los laborales, en la nueva Carta Constitucional”.

Sin embargo, esa participación política directa vino acompañada de una violenta persecución en su contra, sobre todo del paramilitarismo. Esto llevó a que Colombia llegara a ocupar el primer lugar en el listado de sindicalistas asesinados en el mundo. Según Valencia, hasta 2012, en el país se reportaron el 63 % de crímenes contra sindicalistas. Esta nueva oleada de violencia comenzó en 1984, tal como expresa el profesor de la Universidad Nacional e investigador del Cinep Mauricio Archila: “Desde los 80 hasta los 90 hubo un envión paramilitar que bajó un poco en el tiempo de Uribe”, contó el académico sobre la acción contra el sindicalismo, y aseguró que esta es una de las razones de su débil acción en años posteriores.

Los puentes del sindicalismo con algunos grupos insurgentes y la ideología de izquierda fueron argumentos que esgrimieron los paramilitares para su ofensiva antisindical. Durante varios años, los sindicatos del Urabá antioqueño, la USO (sindicato de Ecopetrol), Fecode, entre otros, fueron blancos recurrentes de la violencia paramilitar. Esta ofensiva se centró en la zona bananera de Urabá y Córdoba, y en las regiones petroleras como Barrancabermeja, algunas de las zonas económicas más importantes del país. Solo hasta los años 2000 esta violencia disminuyó, pero dejó muy golpeado el movimiento. Tanto así que, según cifras suministradas por Archila, la tasa de sindicalización llegó al 4 %, cuando normalmente estaba por el 15 %.

A pesar de estas cifras, en los últimos años el sindicalismo ha demostrado que mantiene poder de convocatoria, tanto así que cumplió un papel relevante durante el paro nacional del 21 de noviembre de 2019. “Evidentemente son muy hábiles de la negociación política y social. Fueron uno de los sectores que más se expresaron en el 21N. Mantuvieron ese protagonismo y lo han tenido durante la pandemia”, comentó Archila, quien añadió que debe hacerse todo lo posible para mantener este papel, pues “sin la acción de los sindicatos se aniquila la democracia”.