El Presidente Gustavo Petro se ha propuesto alcanzar varios objetivos loables durante su mandato. Uno de ellos es cumplir la promesa a las víctimas del conflicto armado que serían debidamente indemnizadas. Se trata de una promesa moralmente correcta. Lo que es un total desatino es el medio que el Presidente ha escogido para realizarla: recurrir a las emisiones del Banco de la República.
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Una de las funciones del dinero es servir de medio de intercambio. Esta función es la que lo hace comparable al lenguaje. Gracias al lenguaje y al dinero, los seres humanos hemos logrado construir redes que incluyen y conectan a muchísimas personas, todas ellas muy diversas.
Hay quienes ingenuamente piensan que el mundo sería más amable si no existiera el dinero pues es este fomenta la codicia y empuja a los seres humanos a tomar decisiones muy egoístas. Esto es coger el rábano por las hojas. En ausencia de dinero, el medio de intercambio sería el trueque, lo que significaría que tendríamos que limitarnos a interacciones entre dos partes cada vez. Para este fin, tendríamos que tener siempre algo que la contraparte valorara como útil o necesario. A su turno, esto implicaría que tendríamos que tener una bodega llena de bienes de toda clase o un amplio conjunto de empleados dispuestos a hacer lo que nuestra contraparte requiriera.
El dinero resuelve ese problema. Es una promesa de crédito respaldada por la confianza de que ese medio de intercambio será aceptado por alguien más. Alguien recibe entonces esa promesa escrita en un papel a cambio de lo que su contraparte quiere. Luego, con esa promesa, esa contraparte consigue que otra, que no tiene nada que ver con la anterior, acepte darle a cambio un bien o un servicio que requiere. Cómo surgió este medio de intercambio es un asunto mucho más complejo, para examinar en otra ocasión.
La cantidad de dinero que circula en una sociedad, dicho de otro modo, las promesas de crédito que pasan de una persona a otra, guardan una estrecha relación con la cantidad de bienes y servicios que se intercambian. Cuando esta cantidad se mantiene igual, pero súbitamente aumenta la cantidad de dinero que circula, ocurre el fenómeno de la inflación. Si más personas tienen promesas de crédito con las cuales pueden pedir a cambio bienes y servicios, el precio de estos aumentará. Cada quien venderá su bien o servicio a quien le ofrezca la mayor cantidad de dinero. La única forma en la cual los precios pudieran mantenerse constantes sería que simultáneamente aumentara la cantidad de bienes y servicios.
Sirvámonos ahora de la metáfora de que el dinero es como el lenguaje para entender este mismo fenómeno. Supongamos que súbitamente tenemos que agregar más palabras para comunicarnos. El gobierno, con la loable intención de elevar el nivel cultural de la ciudadanía, se ha propuesto aumentar su elocuencia. Con tal fin ha dispuesto que, de ahora en adelante, todas las comunicaciones oficiales deberán tener un veinte por ciento más de palabras que las que usualmente incluyen sus documentos. Los medios de comunicación han decidido seguir el ejemplo del gobierno y han dado la instrucción a sus presentadores y periodistas de usar también un veinte por ciento más de palabras. Les profesores en las escuelas y universidades han hecho lo propio y así en cada área de la sociedad.
¿Cuál sería el efecto de estas medidas? En el caso de los documentos del gobierno, serían más largos. Tomaría más tiempo escribirlos y también leerlos. Aumentaría el riesgo de que, por llenar un párrafo, un funcionario hiciera circunloquios que, en vez de aclarar, terminaran por confundir las cosas.
Lo mismo ocurriría con los medios de comunicación. Presentadores y periodistas exigirían que los programas de radio y televisión se alargaran. El noticiero que antes duraba 30 minutos, ahora tendría que durar 36, no para mostrar algo más sino para decir con más palabras lo que antes se decía en 30.
Las instrucciones cuya redacción era clara y concisa tornarían a ser ejemplos de verborrea. En lugar de decir “la próxima estación de gasolina está ubicada en la intersección de la carrera tal con la calle tal”, diríamos “el sitio donde puede aprovisionarse de gasolina con el fin de continuar su desplazamiento está localizado en un lugar que corresponde al sitio en el cual la gran carrera tal, que atraviesa la ciudad de norte a sur, se encuentra con la calle tal, que atraviesa la ciudad de oriente a occidente”. ¿Querríamos vivir en un mundo con esa inflación de palabras?
Quizá no nos hemos dado cuenta de que, gracias a las redes sociales, ya estamos viviendo en un mundo así. Las redes nos han convertido a todas las personas que las usamos en autores de contenidos que no tienen edición. No hay ningún comité editorial que examine la pertinencia, consistencia y veracidad de muchos mensajes que intercambiamos en esas redes. La ausencia de ese comité ha tenido un efecto positivo: ha permitido que muchos contenidos que eran desestimados por los medios de comunicación entren ahora en el dominio público. Esto es lo que podríamos referir como el efecto incluyente de las redes sociales. Sin embargo, las redes han tenido también otro efecto completamente diferente: la ausencia del referido comité editorial ha dado lugar a una inflación verbal, que ha erosionado la calidad de nuestra comunicación.
Espero haber mostrado que la metáfora del dinero como lenguaje es útil para ver, desde un ángulo poco convencional, la función primordial del dinero. Al mismo tiempo, tengo que reconocer que esta metáfora le quita a la descripción de la inflación su carácter dramático. La experiencia cotidiana de la inflación es la de llegar a una tienda con la misma cantidad de dinero y regresar a la casa con muchos menos alimentos. Es la experiencia vivida amargamente por muchas familias que ven, en el mejor de los casos, que las comidas se vuelven menos sabrosas y más monótonas; en el peor, que el número de comidas disminuye y uno se tiene que ir a dormir con hambre.
La experiencia de la hiperinflación es aún peor. Uno tiene un montón de papeles en la mano que no valen nada y, en cambio, lo que uno puede comprar con esos papeles se ha reducido a su mínima expresión. En las descripciones de los procesos de hiperinflación en varios momentos históricos encontramos que toda noción de futuro desaparece. El inmediatismo se impone irremediablemente. No vale la pena ahorrar porque todo se esfuma por causa de la depreciación acelerada de la moneda. Incluso las relaciones personales sufren por ello pues se relaja todo sentido de compromiso y de permanencia. Sólo queda un angustioso y nada saludable carpe diem: vive el día.
Para recapitular: Vivir en un mundo con inflación de palabras es tan agobiante como vivir en un mundo con inflación de los precios. Por eso es tan desatinada la propuesta del Presidente Petro de que el Banco de la República aumente la emisión de dinero para indemnizar a las víctimas.
Cumplir esta promesa es una obligación que tenemos todas las personas en Colombia. La tarea es encontrar los medios para hacerlo con los recursos que tenemos. Si estos recursos no alcanzan, tenemos entonces que hallar el modo de aumentarlos. En eso consiste el desafío de elevar nuestra productividad: cómo podríamos hacer las cosas mejor de lo que las hemos venido haciendo hasta ahora. Es un ejercicio muchísimo más arduo que aumentar de sopetón la cantidad de palabras y de dinero con los cuales realizamos intercambios en la sociedad.
* Profesor Asociado del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia: jggomeza@unal.edu.co http://blogs.elespectador.com/cosmopolita/autor/