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¿Colombia se enfrenta a un gobierno populista, gane Petro o gane Hernández?
Los regímenes populistas ofrecen soluciones milagrosas y sus candidatos promesas que generalmente no pueden cumplir. El populismo, aunque no es un concepto unívoco, se caracteriza por una reducción de la política al antagonismo maniqueo entre el pueblo (unido y bueno) y la élite (mala y corrupta) que conduce a la simplificación del discurso y a la defensa de soluciones casi mágicas e imposibles. Un populista se siente ungido y cree que puede ir en contra de las instituciones. En este marco, me parece que ambos candidatos se caracterizan por un alto grado de populismo, pero el programa de Rodolfo Hernández es el más llano; explica menos cómo hará lo que promete y sus intervenciones esconden, con mayor ingenuidad -o malicia-, la complejidad de la realidad política, económica y social.
Cualquiera de los dos candidatos que sea elegido, ¿implicará un cambio drástico del manejo de los poderes Ejecutivo y Legislativo en el país o se trata de promesas de campaña y, después, todo volverá a ser como siempre?
Habrá promesas que no se concretarán, pero también cambios en el manejo del poder político. Los dos candidatos fueron alcaldes en ciudades capitales e incumplieron bastantes promesas de campaña: en el caso de Petro, sobre la movilidad, y en el de Hernández, sobre los programas de vivienda. Ninguno es campeón en cumplimiento. Los dos también son reconocidos mandatarios unipersonales con problemas para consensuar con aliados y con sus equipos, por lo que la ejecución y la continuidad de los programas pueden estar en riesgo. Además, está en medio el asunto de la gobernabilidad política que, en particular, Hernández tiene enredado porque, incluso si llegara al poder sin favores, no es posible gobernar sin políticos y él no tiene respaldo en el Congreso a no ser que transe con los partidos tradicionales que empiezan a apoyarlo, en cuyo caso el cambio prometido podría verse reducido.
¿Cuáles serían las diferencias de fondo entre un gobierno de Petro y un gobierno de Hernández?
Parte de esta respuesta tiene que ver con la existencia o no de la gobernabilidad política. Si le sumamos el talante de cada candidato con base en sus experiencias como alcaldes de Bogotá y Bucaramanga, la cosa (de la gobernabilidad) se agrava. Petro fue un mandatario local con apuestas políticas centradas en la justicia social y logros en reducción de pobreza, pero intolerante a la crítica y con reiterados cambios de gabinete que afectaban la continuidad de la gestión; hoy mantiene las mismas apuestas políticas y sociales para equilibrar la cancha y avanzar en sus programas de inclusión y redistribución, lo que se enraíza con su fórmula vicepresidencial, Francia Márquez, pero su tendencia al mesianismo distrae el contenido. Hernández, por su parte, fue un alcalde de muchas promesas y escasa gestión: en su alcaldía, la ciudad de Bucaramanga sufrió retrocesos en materia de infraestructura, pobreza y desigualdad, y sus grandes promesas sobre vivienda social fueron un espejismo. Además, se caracterizó por el ausentismo y abandonó su cargo, lo que es muy preocupante.
¿El escenario electoral actual entre estos dos candidatos que no representan a los partidos tradicionales es inédito en Colombia? ¿Esta situación puede compararse con otra de nuestra historia?
Gaitán representaba una disidencia del liberalismo, pero competía contra candidatos tradicionales. Después hubo otras disidencias dentro del propio liberalismo. Y han surgido nuevos partidos. No obstante, en términos generales y salvo excepciones, el control del poder público ha estado en manos de la que se conoce como la política tradicional. En todo caso, no creo que pueda decirse que los dos candidatos presidenciales actuales sean ajenos a los partidos. Es cierto que ambos vienen de movimientos ciudadanos o de coaliciones. Sin embargo, detrás de ellos están y van a estar miembros de los grupos tradicionales o estos mismos. Unos ejemplos: Roy Barreras, Benedetti y Velasco se aliaron con el Pacto Histórico, y en el caso del ingeniero Hernández, María Fernanda Cabal, Paloma Valencia y otros que representan el uribismo se alinearon con él públicamente, además del Partido Conservador y de la manifiesta decisión de otras agrupaciones partidistas.
Es cierto que los partidos tradicionales se han venido alineando con los dos candidatos, sobre todo con Hernández. Y, en el caso de Petro, lo han hecho miembros de los partidos, individualmente hablando. Pero hay diferencia entre tener candidato propio y tener que adherir a uno de afuera. ¿Se trata de un gesto desesperado de los perdedores para aferrarse a lo que les queda de poder después de la elección del 29 de mayo pasado?
La política tradicional perdió, pero los partidos tienen aún la opción de acercarse al poder como una forma de aferrarse a este. Hay versiones que sostienen que tener dos candidatos, simultáneamente, fue un cálculo de la derecha que habría dividido sus votos entre ambos. Me parece que se requeriría demasiado cálculo estratégico para hacer ese juego y que, más bien, las adhesiones responden al comportamiento previsible de los partidos dominantes.
Más allá de la coyuntura, ¿qué significado tiene para usted que un candidato de izquierda y un aspirante desconocido de la periferia política y geográfica hayan superado al representante de los partidos tradicionales, antes imbatibles en la votación cautiva del país?
Es claro que el voto de la primera vuelta ha sido por dos nombres que representan la búsqueda de un cambio. Y esto es una buena noticia para una ciudadanía que considero, en general, conservadora y tradicionalista, pero que, en esta ocasión, parece querer dejar las maquinarias atrás y les está exigiendo a los partidos que se renueven. Pero la respuesta social a las opciones que quedaron con la elección del 29 de mayo también tiene un predominio emocional frente a lo racional: pareciera haber un deseo negativo de castigo que enceguece e impide el análisis racional sobre quiénes son, en verdad, los candidatos.
Dado que el próximo voto (el de la segunda vuelta) sería emocional y no razonado, ¿lo que nos augura es necesariamente el tan denominado “salto al vacío” o “al abismo”?
Creo que prima la emoción, pero no que se constituya un salto al vacío en la medida en que hay una trayectoria previa de los dos candidatos y se conoce cómo han actuado durante sus alcaldías. Con esa expresión lo que se quiere decir, más bien, es que no existe una medición o análisis reposado sobre cómo sería el gobierno del uno o del otro.
¿Las relaciones entre el Ejecutivo y el Congreso serán diferentes como parecería ser por el tipo de presidente que llegaría a la Casa de Nariño o terminarán acoplándose uno y otro por lo que usted dice: “no se puede gobernar sin políticos”?
Hernández tiene dos caminos como dijo Yann Basset en Razón Pública: el más probable, que se modere y acepte compartir el poder; y el otro, más peligroso, que haya confrontación institucional con el Congreso. En este segundo escenario sufrirían la democracia, las instituciones y los propios objetivos de Hernández. En cuanto a Petro, él ya tiene un apoyo político en el Capitolio. Entonces el camino para llevar adelante sus programas es menos difícil, pues tendría mayor gobernabilidad. En todo caso, se requiere colaboración armónica entre Ejecutivo y Legislativo como lo prevé la Constitución (Art. 113) para que cada órgano realice sus fines en un Estado social de derecho.
¿El poder político tradicional -entendiéndose por este el que han ejercido, durante más de un siglo, los partidos Conservador, Liberal y más recientemente sus derivados: la U, Cambio Radical y el Centro Democrático- reaccionará al novedoso período presidencial 2022-2026 con conciencia democrática o se resistirá?
Los partidos tradicionales y sus derivados siempre encuentran formas de acercarse al Ejecutivo, y su conciencia democrática no ha sido la que más ha brillado. Pero parte de esta respuesta depende más bien del alcance de las alianzas que Petro o Hernández escojan hacer en el Congreso para lograr niveles de gobernabilidad. El Pacto Histórico tuvo una votación importante en las legislativas y consiguió 46 escaños, además de algunos sectores del Partido Liberal y de la Alianza Verde que podrían representarle nuevos apoyos. En cuanto a Hernández, hay varias fuerzas políticas que se plegarían durante su presidencia -al menos el Centro Democrático y el Partido Conservador, sumados a los que en estos días vayan adhiriendo-, en los que seguramente serán apoyos transaccionales, como una modalidad de “mermelada”. En esas dos eventuales administraciones -la de Petro o la de Hernández- la gobernabilidad es incierta, pero en el caso del ingeniero habría más incertidumbre, porque las alianzas que está logrando concretar no son estructurales, sino de coyuntura.
Si Petro gana, ¿se debe temer por el futuro de la democracia en el país o el mencionado temor es solo un ataque de sus opositores?
Creo que tanto si gana Petro como si gana Hernández hay riesgos para la democracia. Sin embargo, ya la Rama Judicial en el pasado -cuando, por ejemplo, la Corte Constitucional impidió la segunda reelección de Uribe- ha demostrado su alto grado de independencia y autonomía, por lo que me parece que, en Colombia, podemos seguir confiando en la separación de los poderes y en la garantía que esa separación ofrece a la democracia.
Me da la impresión de que la actual versión de Petro es menos preocupante que la de la figura nacional novedosa de Hernández, por cuanto el candidato del Pacto Histórico se ha sometido a los controles institucionales (justos o injustos) como funcionario y, como actor político, a los rigores del juego público. Entretanto, Hernández, moviéndose en el plano regional, ha demostrado que no respeta las reglas, sino que actúa “pasándose por la faja” las instituciones y a sus representantes. ¿Está de acuerdo con estas afirmaciones?
Sí, claro. Cuando Petro fue destituido siendo alcalde acudió a las instituciones para responder y defenderse. Mientras que Hernández, ante similares controles, tiró la toalla renunciando antes de terminar su mandato.
Petro viene luchando su candidatura hace 12 años, mientras que Hernández es un recién aparecido en la escena nacional. ¿Cuáles son los factores que determinan el temprano y rápido ascenso del exalcalde de Bucaramanga en esta campaña?
Hernández es el patriarca que pone el puño sobre la mesa y dice “se acabó el recreo”. Es como si en la familia los hermanos mayores no estuvieran dejando comer a los chicos y el padre los frena, sin importar cómo. Esa actitud es atractiva, pero muy riesgosa y ni siquiera sucede, ya, en las familias decentes. La falta de opciones -en el actual escenario público- hace que las palabras simples suenen convincentes. El hastío ante la corrupción y la pésima situación económica en que estamos crean un caldo de cultivo para aferrarse al que pega con el puño y dice que va a acabar con los responsables de este deterioro. Pero esto suele conllevar un espejismo, puesto que, en la forma en que el ingeniero ha dicho que lo llevaría a cabo, podría arrasar con el Estado de derecho.
Teniendo en cuenta su descripción de Hernández, en el sentido de que representa al patriarca que grita y promete “acabar con el recreo”, ¿el candidato santandereano será el nuevo Uribe Vélez y lo reemplazaría?
Ellos se parecen.
Entonces, también está de acuerdo con que el fenómeno Hernández se debe, en buena medida, a sus frases efectistas, vulgares, sin importar si tienen contenido o carecen de este.
A la gente del común le gusta votar por gente del común, porque en la base del voto hay identificación. Es natural escoger a quien se parezca a uno. Además, el candidato populista tiene dotes para seducir al votante con palabras sencillas, repito. El problema es que el voto emocional no se pregunta cómo se llevarán, a la práctica, las promesas que suponen esas palabras de contenido simple. El voto intelectual, como aquel al que apelaban Alejandro Gaviria y Sergio Fajardo, desafortunadamente no se conecta, en este momento, con el pueblo de Colombia.
¿Significa que estos dos personajes, Gaviria y Fajardo, representaron un estilo de candidato que la cultura -o incultura- política de Colombia no comprendió ni entendió?
Creo que no supieron llegar a las bases.
¿Cuáles otros factores, cree usted, que determinaron el éxito electoral de un personaje tan pintoresco como Hernández y por qué no lo afectan los cuestionamientos judiciales que pesan sobre su conducta como alcalde de Bucaramanga?
Esa pregunta es muy seria. El efecto teflón de Hernández es grave, porque sus antecedentes ante la Fiscalía y la Procuraduría, e incluso el abandono de su mandato en la Alcaldía, no están afectando la decisión del elector. Las explicaciones de Hernández frente a sus líos judiciales no son convincentes, pero el rechazo a la polarización Petro-Uribe (que estaba representado por Federico Gutiérrez) y el talante demagogo del exmandatario de Bucaramanga, han producido identificación con el candidato sin que sea fácil modificar esta decisión que termina siendo irracional. Realmente no tengo explicación para ese embrujo: ¿cómo es posible que el representante máximo de la Liga Anticorrupción, justo antes de responder a imputaciones serias por corrupción, convenza a un electorado de su lucha contra el flagelo de la corrupción?
“Desprecio por la institucionalidad y el Estado de derecho”
¿Es exagerada o encuentra seria la comparación que se hace entre la personalidad del candidato Rodolfo Hernández y la del mandatario populista y autoritario de El Salvador, Nayib Bukele, y la también comparación con Trump pero en versión criolla?
En una entrevista Hernández dio, dijo que para tener facultades mucho más sólidas y ágiles de gobierno, va a dictar un decreto de conmoción interior el mismo día en que llegue a la Presidencia y “mientras que lo revisa la Corte Constitucional... poder agilizar” las decisiones que tiene en mente. En esa respuesta del candidato Rodolfo Hernández se nota el desprecio por la institucionalidad y el Estado de derecho. La Constitución es un cinturón para amarrar al poder y evitar sus propios excesos. Si Hernández o Petro se quitan ese “cinturón”, no estarían muy lejos de parecerse a los presidentes autoritarios que usted menciona.
En la disyuntiva actual que tiene pensando a muchos, ¿el elector colombiano qué debería hacer: votar por uno, votar por otro, votar en blanco o no votar?
Votar a conciencia.
Dos candidatos extraños a la política tradicional
La trayectoria de los dos candidatos, uno de los cuales será el próximo Presidente, es diferente pese a que ninguno representa la política tradicional. El senador Gustavo Petro es economista con dos especializaciones. Siempre ha militado en colectividades alternativas y ha acumulado experiencia pública desde muy joven. Se ha probado en las urnas en reiteradas ocasiones y ha sido elegido para la Cámara de Representantes, el Senado y la alcaldía de Bogotá, además de intentar, en tres oportunidades, alcanzar la Presidencia. Rodolfo Hernández, un desconocido para el país aparte de su departamento, Santander, es ingeniero civil. Ejerció algún cargo menor en su Piedecuesta natal aunque siempre fue cercano a los políticos a los que financió con su cuantiosa fortuna hecha, básicamente, con la construcción de viviendas, uno de los puntos que ahora constituyen el eje de algunos ataques en su contra. En 2016 ganó la única elección en que ha participado para ser alcalde de Bucaramanga hasta su renuncia tres meses antes de terminar su mandato. Su gobierno fue muy polémico por su estilo impositivo y por su lenguaje y estilo procaces. Sorpresivamente obtuvo, con una campaña basada en frases retadoras y simples, 6 millones de votos que lo pusieron al borde de ser el nuevo jefe del Ejecutivo.
