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En la coyuntura electoral que vivimos hoy en Colombia hay un ingrediente que va más allá del rechazo a la política tradicional: la rabia contra la corrupción y el malestar social generado por el desempleo y la pobreza. Colombia no es un caso aislado, con mayor razón cuando las redes sociales, internet y las comunicaciones instantáneas nos mantienen conectados con el mundo.
En toda la América Latina estamos presenciando un fenómeno telúrico, un terremoto político, una rebelión de los pueblos explotados y manipulados durante más de cinco siglos por oligarquías locales aliadas con poderes extranjeros. En esta rebelión solo faltaba Colombia, “la joya de la corona” para la potencia dominante en el hemisferio. Ya era hora de que la reacción popular triunfara aquí, después de tantos intentos frustrados o traicionados que se remontan hasta la Colonia española, como lo prueba la epopeya de José Antonio Galán y sus comuneros.
Se han escrito muchos libros para denunciar el lado oscuro de la historia americana y en particular de la parte meridional del continente, que soportó la tragedia de la Conquista, luego el yugo colonial español y portugués y más tarde, con pocas excepciones, los gobiernos dictatoriales o corruptos. Pero basta una breve reseña para comprobar cómo se comenzó a derrumbar ese sistema de democracias de papel, que permitió durante largo tiempo el pisoteo de la soberanía, la prolongación del clasismo, la explotación de los recursos naturales y la suplantación de la voluntad popular en casi todos nuestros países.
La demolición de un sistema
Así como Bolívar y San Martín en Suramérica y Miguel Hidalgo en México unieron a campesinos, indios, negros y mestizos para luchar por la independencia, la congregación de esos mismos sectores sociales ha sido decisiva para la demolición del orden político, social y económico que las élites criollas montaron, con distintos matices, en los países latinoamericanos después de clausurar la Colonia. No todas las rebeliones contra ese orden fueron semejantes, pero sus causas y su finalidad las identifican: liquidar un régimen injusto y convertir en realidad el anhelo democrático que inspiró a sus habitantes desde el comienzo de su vida como naciones independientes.
Así fe como la dictadura de Porfirio Díaz precipitó la Revolución mexicana, en 1910; la de Fulgencio Batista le abrió el camino a la Revolución cubana, en 1959, y la de los Somoza facilitó la Revolución sandinista en Nicaragua, en 1979. Estas dos últimas revoluciones alentaron la aparición de movimientos rebeldes en Colombia, El Salvador, Guatemala, Panamá y Venezuela, algunos de los cuales subsisten. En el interregno entre la Revolución mexicana y las de Cuba y Nicaragua ocurrieron en la región otros fenómenos políticos de carácter revolucionario: la aparición en Argentina de Juan Domingo Perón a la cabeza de un partido que lleva su nombre, hoy está en el poder y se declaró desde 1945 como nacionalista y defensor de la independencia económica, la justicia social y la soberanía política; la Revolución boliviana de 1952, un fenómeno popular precursor del Movimiento al Socialismo (MAS) que llevó a Evo Morales a la presidencia en 2006 y permanece en el gobierno, y la insurgencia de 1968 en Panamá de Ómar Torrijos, quien coronó los esfuerzos de varias generaciones para obtener la soberanía sobre la Zona del Canal tras la firma de los tratados Torrijos-Carter en 1977. Y aquí no termina la historia.
Aunque fue frustrada por la intervención militar, la victoria de Salvador Allende en Chile, en 1970, como el primer presidente socialista elegido por el voto popular en América Latina forma parte de la rebelión regional de las últimas décadas y su eco resonó en el triunfo de Gabriel Boric hace tres meses. Lo mismo se puede decir de la insurgencia de Hugo Chávez contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez después del Caracazo de 1989. El vertiginoso ascenso de Chávez configuró el comienzo de la Revolución bolivariana, cuyas repercusiones trascendieron fuera de las fronteras venezolanas y alentaron los triunfos de otros líderes izquierdistas de la región, como Rafael Correa en Ecuador en 2007 y Pedro Castillo en Perú el año pasado. Otro protagonista revolucionario fue Luís Inácio Lula da Silva, el obrero metalúrgico y sindicalista que llegó a la presidencia del Brasil al comenzar este siglo y podría volver a ella este año.
El caso colombiano
En medio de este panorama, Colombia llega a la decisiva elección presidencial del 19 de junio en lo que podríamos llamar una situación prerrevolucionaria. La elección de cualquiera de los dos candidatos en pugna marcará un hito en nuestra historia, porque significará la derrota de las fuerzas que han controlado al Estado colombiano desde hace muchas décadas. La magnitud de esa derrota dependerá de la forma en que el elegido utilice sus poderes y maneje sus relaciones con los sectores de la sociedad y la comunidad internacional. Dados sus antecedentes y su personalidad, es posible afirmar que su comportamiento en la presidencia sería muy diferente.
En la Alcaldía de Bucaramanga y en la campaña presidencial, Rodolfo Hernández mostró su carácter impulsivo y su tendencia a agredir de palabra e incluso de obra a sus adversarios políticos. De otro lado, se sabe muy poco de los elementos que conforman su programa de gobierno, lo cual indica que posiblemente nunca pensó que llegaría a esta instancia. Gustavo Petro, por su parte, ha divulgado un programa al que solo se le podría señalar que es demasiado ambicioso en materias que van desde la reforma agraria y la transformación energética hasta la lucha contra el cambio climático.
Para apreciar la importancia histórica de la elección de este 19 de junio es inevitable evocar el pensamiento y la lucha de Jorge Eliécer Gaitán, el líder político más popular de nuestra historia, caído bajo las balas de un asesino el 9 de abril de 1948, cuando era el favorito para llegar a la presidencia de la República en los siguientes comicios.
La vigencia del ejemplo y la prédica de Gaitán se prolonga hasta nuestros días, porque sus aspiraciones revolucionarias, que incluían la eliminación de la desigualdad y la pobreza, siguen siendo un anhelo nacional. Con un retraso de más de setenta años, hoy se vislumbra la posibilidad de que ese anhelo se cumpla en el mandato del presidente al que el pueblo le asigne la responsabilidad de encauzar la incorporación de Colombia a la rebelión americana.