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Según las encuestas, Gustavo Petro va ganando las elecciones presidenciales. Y por un margen cómodo. En la más reciente de Invamer, la imagen del exalcalde de Bogotá subió ocho puntos en enero y alcanzó un 42 % de aprobación. En el último mes, Petro recuperó terreno y volvió a contar con mayor porcentaje a favor que en contra. En casi todos los estudios, el aspirante de la izquierda va de primero. Y ese es, en el momento, el hecho más notable de la campaña. Petro, el puntero.
Hay muchas razones que explican su éxito. Las cifras económicas que describen la situación de los votantes son deplorables, a causa del coronavirus, y hace años se da por sentado que ese indicador tiene efectos directos sobre los votantes: “Es la economía, estúpido”, repiten los asesores de los candidatos desde la primera victoria de Bill Clinton en Estados Unidos, que fue quien la inventó. La gente vota con el bolsillo: según su situación personal. Y la economía en Colombia no se ha recuperado plenamente. Menos aun el empleo, que es el mayor flagelo de los votantes y el indicador más atrasado en la recuperación. La percepción del electorado sobre el presidente Duque es de las más bajas que se recuerde, lo cual es típico y característico de un electorado que quiere cambio.
El coronavirus ha afectado la vida de los ciudadanos comunes y corrientes. El empleo no se ha recuperado. El pesimismo está disparado. Aunque el crecimiento económico es 5,5 %, ese desempeño no ha impulsado el empleo, que no ha recuperado los niveles que tenía antes de la pandemia. Los expertos consideran que los empresarios son cuidadosos al volver a enganchar al personal que se retiró cuando llegó la enfermedad. Aunque la economía se ha recuperado (el PIB creció al 10,3 % el año pasado) no se han recuperado plenamente las pérdidas ocurridas a raíz de la pandemia.
Más que nunca, los electores quieren el famoso cambio que prometen los candidatos en las elecciones, porque hay desánimo, desesperanza y pesimismo. Y Petro, según las encuestas, tiene más credibilidad que los demás para promoverlo. El candidato de la izquierda es distinto, sin fingirlo. Y el hecho de que sea el puntero, o uno de los punteros, no es ninguna rareza: es lo lógico. Extraño sería que un electorado en condiciones como las actuales estuviera buscando continuidad. Y la segunda vuelta en las elecciones presidenciales tiene precisamente el propósito de construir mayorías más sólidas, puesto que en la final solo quedan dos candidatos. En una palabra: pretende mandatos más sólidos.
¿Mantendrá Petro el liderato hasta el final? ¿Llegará a la segunda vuelta con la misma camiseta de líder? ¿O se repetirá la historia conocida en la que la segunda vuelta presidencial es un antídoto contra candidatos como el exalcalde? Vale decir, ¿un camino para la reconstrucción del “to-con-Petro” (todos contra Petro)?
Todo indica que el exalcalde considera que su mayor obstáculo está en el sistema de dos vueltas. En especial, haber buscado apoyos de rivales externos, como Roy Barreras, a quien en los corrillos políticos mencionan como posible compañero de fórmula.
Lo cierto es que la depuración del amplio grupo de presidenciales continuará (y se acelerará) después de las elecciones de Congreso y al final, en la segunda vuelta, solo llegarán dos. Hasta ahora, uno será (según las encuestas) Gustavo Petro. Si es así, lo que los votantes decidirán en la primera vuelta es quién irá con el exalcalde a la segunda, la definitiva.