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¿Qué tema marcará la actual campaña presidencial?

¿Qué definirá la competencia electoral? ¿Qué buscan los electores? La incertidumbre parece ser la norma y por ahora no hay una propuesta clave.

Rodrigo Pardo
17 de febrero de 2022 - 05:11 p. m.
La primera vuelta presidencial se realizará el 29 de mayo.
La primera vuelta presidencial se realizará el 29 de mayo.
Foto: Óscar Pérez

Hace tiempo los partidos tradicionales perdieron el privilegio de marcar el rumbo en la selección de los mandatarios. De hecho, la lucha actual se concentra en mantener la capacidad de ser las fuerzas definitivas en las elecciones del Congreso, y habrá que ver si aún las mantienen. Pero en la lucha por las autoridades locales -alcaldías, sobre todo- hace rato perdieron el liderazgo. Y ni qué decir en las presidenciales. Los partidos tradicionales ya ni presentan candidatos: no hubo aspirante conservador hace cuatro años y todo indica que tampoco habrá competidor liberal en el presente año en la pelea por la primera magistratura. ¿Cuál es el tema de esta elección presidencial? ¿Dónde está la clave? ¿Qué será en definitiva lo determinante?

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En los inicios de la actual campaña se dio un debate que pasó rápido y casi inadvertido, pero que era importante: el de la fecha de las elecciones. ¿Unir los calendarios y hacerlas el mismo día? Y sobre todo, ¿hacer las de marzo (elecciones de Congreso) el mismo día de las de mayo, cuando se hacen las presidenciales? No hubo consenso y el debate pasó rápido. O, si se quiere, la idea se descartó de una, lo que significa que los legisladores prefirieron mantener las reglas de juego que permiten que los ciudadanos vayan a las urnas con diferentes propósitos cuando van a elegir a un presidente o un Congreso.

Bajo el sistema actual, en síntesis, los partidos juegan en las competencias para escoger el Legislativo, pero quedan virtualmente marginados en la carrera mayor: la de la Presidencia. Ese es un terreno apto para las alianzas y las coaliciones. Basta mirar lo que será el tarjetón para la competencia por la jefatura del Estado: las coaliciones desplazaron a los partidos. Estos mantendrán la posibilidad de luchar por constituir mayorías en el Congreso. Y todo indica que mirarán desde las tribunas la lucha por la jefatura del Estado.

En efecto, los partidos tradicionales hace rato perdieron su capacidad de impulsar candidaturas para el primer cargo de la nación. Una de las preguntas claves que responderán los votantes, en este 2022, es si esa tendencia se ampliará hasta abarcar al Congreso. ¿Perderán esas fuerzas las mayorías -o su influencia- en el Legislativo?

Cuando los partidos no desempeñan un papel definitivo, los votantes suelen echar mano de temas altamente sensibles para definir cómo alinearse. Qué hacer para acabar el conflicto armado ha sido una bandera que sale a relucir en las elecciones. Incluso en el Partido Conservador, Belisario Betancur y Andrés Pastrana lo hicieron con éxito y llegaron a la Presidencia con la propuesta del diálogo. Pero con el Acuerdo firmado hace cinco años entre el Estado y las Farc, el asunto fue desplazado del debate electoral. Perdió importancia. Quizá haya propuestas sobre cómo combatir la violencia y sobre cómo darle nueva fuerza y vigencia a lo pactado, pero no parece que la controversia sobre un diálogo con la guerrilla sea definitiva en la actual competencia electoral (como sí lo fue en el pasado).

Y quien presente la propuesta más creíble para resolver problemas estructurales también llevará ventaja. Solo que, hasta el momento -y las elecciones ya están a la vuelta de la esquina-, las propuestas frente a los grandes asuntos han brillado por su ausencia. No parece que esta elección vaya a ser recordada por alguna propuesta fundamental como la paz, en su momento, o la vivienda sin cuota inicial o el empleo. ¿Quién ha buscado agitarlas? ¿Alguno ha ganado credibilidad para hacerlo? Falta tiempo, desde luego, y en la recta final se harán varios debates. Pero, hasta ahora, no ha surgido una propuesta clave y definitiva.

Desde luego, es riesgoso analizar la campaña actual como si fuera igual a las anteriores. Lo mínimo que hay que preguntarse es si la elección es una versión más de las de siempre: una competencia entre fuerzas tradicionales en torno a la paz y el empleo. Hay, al menos, tres factores que la apartan de las tradiciones: la segunda candidatura de Gustavo Petro, que abandera un cambio; la situación de la economía, que afecta la vida de los ciudadanos después de la pandemia en asuntos claves como el desempleo y la inflación, y el mismo auge de la aspiración de Petro en la izquierda, mientras que en el centro y en la derecha ha habido una explosión sin antecedentes. También un entorno de pesimismo y temor a raíz del covid-19.

El primero, en fin, es Gustavo Petro. Si bien ya ha habido en el pasado candidaturas de izquierda, el exalcalde de Bogotá cuenta con más respaldo que cualquiera de sus antecesores y su posición se ha fortalecido frente a su propio nombre hace cuatro años. Le falta demostrar que tiene cómo convocar una alianza suficientemente amplia como para derrotar el famoso “Toconpetro” (Todos contra Petro), que tiende a agruparse cuando se percibe que un proyecto de izquierda tiene posibilidades de triunfar. Y generar confianza sobre sus intenciones -y posibilidades- de aproximarse a sectores que no estarán con él en la primera vuelta.

En esa misma línea también habrá que ver si el asunto de Venezuela va a llegar a la campaña, y cómo. ¿Será tema del debate? ¿Generará miedo y, en consecuencia, propiciará oportunidades para discursos populistas o nacionalistas para buscar apoyos ciudadanos? ¿Apoyará Nicolás Maduro a alguna de las opciones que están en la competencia? Y si es Petro, ¿le convendría o le haría daño?

Y habría que ver, en segundo lugar, si los efectos de la pandemia se sentirán en las urnas. Si, por ejemplo, envalentonará a los votantes en protesta frente a su situación personal crítica y los empujará a sufragar con rabia. ¿Bastará la recuperación en el crecimiento para amainar las molestias de los últimos meses? Y, en consecuencia, ¿permitir una votación tranquila y no rabiosa?

No es fácil, en fin, predecir desde ahora cuál va a ser la prioridad de un votante común. Los asesores de las campañas -y los candidatos- tendrán que hacer un gran trabajo para entender qué busca un electorado severamente crítico del gobierno saliente de Iván Duque y desesperanzado frente a las opciones que le ofrecen. Un panorama, en fin, lleno de incertidumbre.

Por Rodrigo Pardo

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