En Sirte, el día que atraparon a Gadafi

Philippe Desmazes fue el hombre que captó la primera imagen que demostraba que el exlíder libio había caído en manos rebeldes. Su fotografía le dio la vuelta al mundo.

Diego Alarcón Rozo / Redactor internacional
18 de diciembre de 2011 - 02:00 a. m.

Había llegado a Libia cinco días antes. Aterricé en Trípoli, pero el objetivo de mi viaje era llegar a Sirte, donde los rebeldes estaban por tomar el control de esa ciudad, donde Muamar Gadafi nació. En términos prácticos, esa era la última escala del triunfo de los opositores. Ya controlaban Bengasi, Trípoli y Misrata. Seguía Sirte, en donde también decían que estaba escondido el líder que ellos mismos habían llevado a la desgracia.

Estaba por ser la última victoria rebelde y en la agencia (Agence France-Presse, AFP) me dijeron que era un buen momento para ir a Libia y hacer un reportaje. Así fue como llegué a un país con un ánimo extraño, un ambiente festivo y hostil a la vez. La gente celebraba en las calles, con armas, disparando al cielo en ciudades en ruinas. Me instalé en un hotel de Misrata. Hubiera preferido un hotel en Sirte, pero todos los periodistas sabíamos que allí sólo había escombros y muchas balas volando en varias direcciones, como ocurre cuando las ciudades están en guerra.

Durante estos días salía temprano del hotel y con la colaboración de un chofer recorría por la mañana de ida, y por la tarde de regreso, los 250 kilómetros que separan a Sirte de Misrata, era un recorrido largo, no había mejor opción. Al quinto día llegué temprano a Sirte y me encontré en el centro con dos colegas españoles. Los rebeldes estaban como locos y los disparos al cielo seguían siendo una constante. Tomé varias fotos y cuando regresé al punto de encuentro, que había acordado con el chofer, no lo encontré. El centro de la ciudad ya estaba en manos rebeldes y algunos de ellos nos informaron a mí y a mis colegas, que los combates persistían en las afueras.

En mi caso, puedo decir que el trato que recibí de los rebeldes siempre fue muy bueno. Ser francés me abría muchas puertas, porque el presidente Nicolás Sarkozy fue uno de los grandes apoyos que tuvieron los opositores. Por eso acepté que me llevaran en un pick up hacia el lugar donde había enfrentamientos, yo junto con mis dos colegas. Pasamos momentos de tensión porque manejaban con poco cuidado e íbamos rodeados por hombres armados. Al menos tenía un casco puesto y un chaleco antibalas que pesaba 10 kilos, ¿y dónde estaba mi chofer?, me preguntaba.

Unos cuatro kilómetros hacia las afueras de la ciudad nos detuvimos ante un tumulto. Había varios pick ups y mucha gente exaltada. “¡Gadafi, Gadafi, Gadafi!”, era lo único que les entendía a esos hombres que nos señalaban con el dedo unas grandes tuberías de concreto. No sabía qué pasaba, pero al ver nuestras cámaras nos señalaban más y más. “¡Gadafi, Gadafi, Gadafi!”. Fotografiamos los tubos, que después nos enteraríamos, fueron los mismos en los que Muamar Gadafi intentó esconderse para evitar ser detenido. Mientras disparábamos con las cámaras, a unos 15 metros míos, vi a unas 20 personas rodeando a un hombre. Me acerqué, pero fue difícil entrar en el grupo. Me abrí espacio con los brazos y me aproximé al centro: debía tener unos 40 años este señor. Tenía en sus manos un teléfono celular que mostraba a quienes lo rodeaban, reproducía un video.

Traté de poner mi cámara encima del teléfono, era muy poco lo que podía ver. Tomé cuatro fotos: era Gadafi rodeado de mucha gente, ensangrentado. Se veía clara su figura en dos imágenes, las demás no servían. Gadafi estaba preso y yo tenía la exclusiva. Mis colegas no sabían que había logrado la imagen, pero entendieron que allí, en ese pequeño aparato, estaba la noticia. Lo intentaron, pero el dueño del celular estaba irritado, no quería que nadie más se le acercara, tanta gente encima lo había puesto molesto.

Los rebeldes nos llevaron al hospital a donde supuestamente habían trasladado a Gadafi. Al llegar, ellos informaron que por el mal estado del edificio quienes custodiaban al exlíder decidieron ir hacia Misrata. En la entrada de aquel hospital varios jóvenes posaban con la pistola de oro que pertenecía a Gadafi. Estaban felices, orgullosos de su caída y de haberle quitado uno de esos símbolos que había hecho visibles en sus años en el poder.

Yo tenía la foto y era una exclusiva, pero mi computador y mi acceso a internet estaban en el carro, y, ¿dónde estaba mi chofer? Debía enviar las imágenes pronto, la noticia estaba por brotar por todos los medios. Caminé hasta la carretera más cercana y detuve una ambulancia. Sus pasajeros aceptaron llevarme hasta el centro de Sirte de vuelta y en el camino tuve la suerte de encontrarme con mi chofer. Tomé mi computador y establecí contacto con París.

Desde el momento en el que tomé la fotografía, hasta que la envié, pasó algo más de una hora, eran casi las 2:00 p.m. De esta forma envié la que creo hasta ahora que es la foto más importante de mi carrera, no por la técnica, sino por su valor informativo. En París me felicitaron, hasta me dijeron que era una estrella… yo sólo hacía mi trabajo. De vuelta en Misrata me di cuenta de que en poco tiempo la imagen le había dado la vuelta al mundo y tenía más de 200 correos de gente que me escribía para preguntarme cómo la había obtenido y decirme que había hecho un buen trabajo. A mis colegas españoles los perdí en el hospital, eran dos personas simpáticas. En el periodismo unos ganan y otros pierden, esta vez tuve la fortuna de ser el vencedor.

Por Diego Alarcón Rozo / Redactor internacional

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