Enfrentando el pesimismo

Se trata de alimentar el espíritu de renovación de la cultura política en Colombia desde la ciudadanía, a pesar de los llamados a rendirse.

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José Antequera Guzmán
22 de marzo de 2017 - 07:43 p. m.
Ojo a la Paz surgió como uno de tantos movimientos juveniles que rechazaron la polarización política nacida del plebiscito del 2 de octubre. Archivo
Ojo a la Paz surgió como uno de tantos movimientos juveniles que rechazaron la polarización política nacida del plebiscito del 2 de octubre. Archivo
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#OjoALaPaz es la confluencia de muchos de los promotores de las movilizaciones ciudadanas por la paz posteriores al plebiscito del 2 de octubre de 2016. Después de apoyar un Acuerdo Final entre el Gobierno y las Farc, nos enfocamos en hacer veeduría y pedagogía por una implementación plena del mismo. Además de los objetivos explícitos que nos reúnen, creo que encarnamos un profundo espíritu de renovación de la cultura política en Colombia desde la ciudadanía, a pesar de los reiterados llamados que nos han hecho a rendirnos.

El resultado del plebiscito del 2 de octubre se nos quedó como marca generacional, sin duda. Con ese acontecimiento se nos quebró un estado de confort mental; una pasiva comprensión de la política que comparten muchas personas en nuestra época. Porque se supone que la gente refrendaría el acuerdo de La Habana por simple sentido común, para terminar al fin la guerra. Y sobre todo porque, se supone o eso creíamos, que el Gobierno haría lo que se tenía que hacer para ganarle a la campaña contra la refrendación, que a todas luces estaba llena de mentiras. Y, sin embargo, lo que quedó muy claro con el resultado es que ni la lógica ni las campañas por internet, ni votar juiciosamente bastaron.

Quedó claro que para abrir un nuevo momento de ampliación de la democracia en Colombia —un deseo que siempre ha sido abrumadoramente mayoritario— teníamos que asumir una actitud o más activa y creativa. Que teníamos que salir de las burbujas de las redes sociales y de las campañas autocomplacientes, pero desconectadas de los sufrimientos reales de la gente, mucha de la cual expresó sus rabias legítimas marcando un “No”.

Como dijo Sartre, “lo importante no es lo que han hecho con nosotros, sino lo que nosotros hemos hecho con lo que han hecho con nosotros”. En vez de irnos del país, como muchos dijeron en chiste que harían, hicimos parte de una explosión de reuniones, asambleas ciudadanas, campamentos permanentes y todo tipo de iniciativas en diferentes lugares del país, con la certeza de que no aceptaríamos que se cumpliera la profecía del fin del proceso de paz.

Algunos entre nosotros tuvieron el sentido de oportunidad para convocar una “Marcha del Silencio”, extraordinaria e histórica, que llenó hasta el tope la Plaza de Bolívar de Bogotá. Nos enfrentamos al pesimismo generalizado y simplemente nos volcamos a las calles.

Una vez se firmó el Acuerdo Final, los procesos de movilización nos convocamos de nuevo en torno a la aprobación de las leyes en el Congreso, que deben asegurar la implementación, con una etiqueta que es #OjoALaPaz. Entre otras actividades, contabilizamos públicamente la presencia de los congresistas y así buscamos garantizar que le cumplan al país. Se acabó el tiempo de ver los debates por televisión.

Son múltiples las razones para creer en el papel de la movilización social frente a la paz en Colombia. Por falta de espacio me centraría en los resultados de esta última etapa y del trabajo de iniciativas como #OjoALaPaz. Exigimos un acuerdo ya y lo conseguimos. Les devolvimos esperanzas a millones de personas. Involucramos a muchas otras —jóvenes sobre todo— en el activismo por la paz y en la política. Y en cada paso imprimimos la búsqueda por mecanismos creativos de construcción colectiva.

La importancia del papel activo de la ciudadanía está más que clara y se fortalece con los riesgos que existen para la implementación plena, para un acuerdo con el Eln y, en general, para que la superación de la guerra no sólo ocurra con leyes e instituciones, sino en la sociedad colombiana, en sus imaginarios y relaciones. Frente a esos riesgos, tenemos ya aprendida la lección de Jaime Garzón: “Si ustedes los jóvenes no asumen la dirección de su propio país, nadie va a venir a salvárselo… ¡nadie!”.

Por José Antequera Guzmán

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