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Entender el patriarcado para entender la guerra

Uno de los apartados del capítulo de género del informe final de la Comisión de la Verdad se volcó a entender la estructura cultural que ha puesto a la mujer en un lugar de sumisión y objeto de múltiples violencias. La guerra es otro dispositivo de control y dominio que es ejercido de forma diferente sobre los cuerpos feminizados.

Natalia Tamayo Gaviria

12 de julio de 2022 - 01:58 p. m.
Los estereotipos de género reforzaron la idea de hombres para la guerra y mujeres sumisas.
Foto: Ilustración: Éder Rodríguez
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Algo que es reiterativo en el capítulo de género del informe final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad es que la guerra impactó de forma diferencial a las mujeres, niñas y adolescentes y esas afectaciones no terminan siendo las mismas cuando se tratan de indígenas, afrodescendientes, campesinas, raizales y rom. Lo que sí comparten las unas y las otras es una sociedad que, antes del conflicto armado en Colombia, las discriminaba, las maltrataba y las cuestionaba adentro y fuera de sus casas, y que durante la guerra hubo un continuum de violencias contra sus cuerpos, sus vidas y sueños.

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Los testimonios que la entidad recogió en diferentes territorios, en lo urbano y lo rural, entre mujeres étnicas y mestizas, entre lideresas y políticas “tienen en común una historia”. “La Comisión de la Verdad priorizó la explicación de un fenómeno particular como clave para comprender los hechos: el patriarcado”.

“La mayoría de las mujeres víctimas de la guerra que dieron su testimonio a la Comisión de la Verdad han sufrido violencias desde la infancia por parte de personas cercanas, principalmente hombres de su familia y entorno, como padres, abuelos, compañeros sentimentales, vecinos, jefes laborales... De manera agravada, las víctimas han sufrido también a manos de los actores del conflicto, tanto civiles como armados, y una amplia gama de funcionarios” destaca el informe explicando ese no retorno de violencias vividas por las mujeres.

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Para entender la guerra, la Comisión también se preocupó por comprender el patriarcado y la estructura de poder social, económico, cultural y político con la que opera y subordina a las mujeres e impone unos estereotipos de género de lo que se esperan de ellas y los hombres.

Esos sesgos de la mujer sumisa, dependiente y callada, muy arraigados a los valores cristianos, versus los hombres fuertes, dominantes y llamados a la guerra le dieron más sentido a la perpetuación de la violencia contra las mujeres. “El patriarcado está «fundado sobre la desigualdad, la opresión y la discriminación, en particular, en contra de las mujeres. En este entramado social, político, económico y cultural, la guerra se convierte en una de las formas de expresión más claras de este sistema para mantener un tipo de relaciones jerárquicas, injustas y violentas». Los impactos del conflicto armado en las mujeres son desproporcionados justamente por la existencia previa del patriarcado en la sociedad y en la cultura”, se lee en un fragmento del capítulo.

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Por ejemplo, el desplazamiento en las mujeres cobró otra dimensión porque en ellas históricamente ha recaído el cuidado y el sostenimiento de la vida del hogar (vida reproductiva). Y abandonar sus casas para instalarse, seguramente, en otro municipio o ciudad en condiciones precarias les impuso más cargas y preocupaciones. También la violencia sexual tiene una carga simbólica diferente para los cuerpos feminizados. “La violencia se focaliza en las mujeres porque son ellas las que históricamente han mantenido, y siguen manteniendo, las condiciones de humanidad entendidas como los estándares mínimos de calidad de vida (…) Y más allá de las condiciones materiales de vida, aunque no separadas de estas, son sobre todo mujeres las que crean y recrean relaciones que humanizan y civilizan dando identidad, reconocimiento y valor a las personas; anudando relaciones familiares y comunitarias que conforman el tejido social”, recoge la Comisión sobre un informe de la Ruta Pacífica de las Mujeres.

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Las masculinidades guerreras

Atacar a las mujeres y al tejido social para desmoralizar a las comunidades y dominarlas a través del miedo y la intimidación fue posible a la construcción de una masculinidad guerrera que responde a esos estereotipos de un hombre rudo, que no es débil ante el dolor, que no es emocional y está siempre listo a resolver los conflictos a través de la fuerza y las armas. “Analizar las masculinidades en la guerra cuestiona la existencia de atributos, comportamientos, formas de ser y roles esperados o exigidos a hombres y mujeres, es decir, la idea de que «si eres hombre debes ser fuerte» y «si eres mujer debes ser delicada»”, da como punto de partida el informe.

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Más: Las resistencias de las mujeres en la guerra.

“En Colombia, el servicio militar es obligatorio para los hombres y voluntario para las mujeres. Allí hay un mandato de género: todos los hombres, salvo excepciones389, deben estar prestos para la guerra, aunque no todos quieran hacerlo. En efecto, por lo general este mandato se ejerce según la clase social, pues son principalmente los hombres de menores recursos económicos quienes se vinculan”, recalca el informe.

Como se explicaba en principio, el patriarcado replica unos estereotipos sobre el ser mujer y el ser hombre que son transmitidos, naturalizados y reforzados por todas las instituciones, como la familia, la escuela y la sociedad. Quienes no cumplen con esos mandatos son castigados. Así ocurre en el mundo militar, que, apelando a la redundancia, militarizó la masculinidad. No basta con ser hombre para acaparar el poder, las armas se convirtieron en un dispositivo para redundar en ese poder, que, a la vez, permitió el ascenso social, el acceso a recursos y prestigio.

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“Los grupos armados dispusieron de unos procesos de formación que exaltaron una imagen heroica y viril de los combatientes, sobre todo de los hombres, en que lo cruel y lo atroz fueron componentes importantes (…) También aprendieron a deshumanizar al otro, a insensibilizarse frente al sufrimiento, a despreciar la empatía y otros sentimientos semejantes”, describe la Comisión.

El verdadero hombre se relacionó entonces con el guerrero y el poder con las armas, con las que se logró amedrentar a las poblaciones y a las mujeres. El uso de la violencia y las armas contra los cuerpos feminizados solo mostró un desprecio contra las mujeres. Cada grupo lo expresó de manera diferente. Los paramilitares entonaban cantos que llamaba a la violación como forma para levantar la moral en las filas. Los actores estatales cometieron abusos contra las enemigas como una forma de castigo, entre ellos, las violaciones. Y las guerrillas, especialmente las Farc, ejercieron una violencia reproductiva, obligando abortos en condiciones precarias, también ejercieron la violación y las combatientes tuvieron que ponerse a la altura de sus colegas.

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También: La guerra contra las mujeres les tocó la puerta en las ciudades.

“Las modalidades de violencia contra mujeres civiles, según el comportamiento de todos los responsables, se relacionan con las representaciones o imaginarios socioculturales de los armados, que potencian el odio y la misoginia. Los modus operandi también se alimentan de estereotipos racistas y clasistas que configuran modalidades específicas contra mujeres indígenas, negras, afrocolombianas, raizales, rom y en situaciones precarias”, agrega el informe como mirada interseccional.

Para la Comisión de la Verdad, todos los actores armados siguieron un modelo de masculinidad que valida la violencia, la misoginia y los prejuicios. Atendiendo a estos valores es que los paramilitares, las guerrillas y el Ejército violentaron de una forma marcada a las mujeres, haciendo uso, especialmente de la amenaza o la ejecución de la violación por la carga simbólica que esta tiene para los cuerpos feminizados.

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